domingo, 2 de febrero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 47





Ella escuchó que Pedro subía y frunció el ceño al ver el reloj. Todavía era muy temprano para comer, y por lo general, Pedro pasaba la mañana trabajando. Laura había interrumpido esa rutina, Paula no tenía idea de cuál era la razón que lo llevó a subir.


Cuando él abrió la puerta, su expresión era muy grave, se mostraba sorprendido. Entró en la habitación y cerró la puerta, por alguna razón Paula sintió que el temor le recorría la espina.


Nunca lo había visto así antes, tan serio... tan apartado. ¿Pensaba decirle que había cambiado de idea y se iría? ¿Habría adivinado después de todo...? El y Laura hablaron un buen rato... ¿Le diría su amiga algo que...?


—Laura me contó lo de tu tía —le anunció sin mayores preámbulos. El corazón de Paula latía veloz por la sorpresa—. Siempre estuve equivocado en cuanto a ti, ¿cierto, Paula? Todo el tiempo que pensé que pasabas con tu amante... La noche que no llegaste a casa... estabas con tu tía, ¿verdad?


No había manera de que le pudiera mentir; el rostro de Paula la delató antes que pudiera decir palabra.


— ¿Por qué? —le preguntó furioso, asustándola—. ¿Por qué no me dijiste nada? ¿Por qué permitiste que yo creyera...?


—No era asunto tuyo —repuso Paula, molesta. ¿Cuánto habría adivinado? No todo, de seguro. 


Desde que regresó, nunca mencionó la noche que pasaron juntos. Era muy probable que él no quisiera recordarla, admitirlo le causó sufrimiento.


—Como el hijo que llevas. Supongo que eso tampoco es asunto mío, ¿verdad?


Durante un momento, ella sintió demasiado temor como para defenderse.


—No, no lo es. ¿Cómo podría serlo? —mintió cuando al fin logró hablar.


— ¿Cómo podría serlo? ¿En realidad tienes que hacer esa pregunta? —La manera en que la veía hizo que se congelara por la angustia—. ¿Tengo que decírtelo? Tú y yo fuimos amantes... todo el tiempo pensé que me usabas como sustituto de otro... que de alguna manera me usabas para llenar el vacío que él dejara en tu vida... pero, estaba equivocado, ¿verdad? Como estaba equivocado al pensar que él era el padre de este niño.


Hablaba con lentitud, buscaba las palabras como si recorriera un camino desconocido para él. Hablaba más consigo mismo que con ella, casi murmuraba.


—Dios santo, todo este tiempo pensé que tú nunca., pero, me dije que estaba equivocado. ¿Por qué, por qué lo hiciste en el nombre de Dios? —le volvió a preguntar—. Aun cuando te advertí que no te podía proteger de esa clase de consecuencias.


Eso no podía estar ocurriendo. Era peor que la peor de las pesadillas que ella imaginara al considerar en algún momento cómo reaccionaría él a la verdad. La sorpresa en el rostro y en la voz era algo que no se podía fingir. Paula quería negarlo, decirle que estaba equivocado, que él no era el padre del niño, pero sabía que no le creería.


—¿Por qué? —volvió a preguntar Pedro con voz ronca.


—En realidad no lo sé. Pienso que fue por la muerte de mi tía. Todavía no me recuperaba... yo —levantó la mirada para verlo, y notó la manera en que él la veía. Se le llenaron los ojos de lágrimas—. No era mi intención que ocurriera, al menos no consciente... aunque tal vez en lo profundo de mi mente sentía que al crear una nueva vida, compensaba de alguna manera la muerte de mi tía...


—Así que no era a mí a quien deseabas... sólo un padre para tu hijo.


¿Había alivio en la voz de Pedro? ¿Por qué se sorprendía tanto que lo hubiera? Siempre supo que él no la amaba... que no podía amarla...


—No era mi intención quedar embarazada —le dijo ella a la defensiva—. El estado de schock hace cosas extrañas a las personas. Mi tía era...


No pudo continuar. Sentía cómo se agitaba todo el peso de sus emociones en su interior.


—Ella era todo lo que tenía —continuó con sentimiento, después de controlarse—. No soportaba la idea de perderla. No podía admitir frente a nadie que estaba al borde de la muerte, tenía tanto miedo...


—¿Por eso me dejaste pensar que tenías un amante?


La pregunta tranquila la sorprendió, la obligó a verlo. No se había dado cuenta de todo lo que le revelaba, estaba atrapada en sus propias emociones y volvía a vivir la agonía de descubrir que, después de todo, la anciana no se recuperaría, experimentaba otra vez la amargura y el resentimiento ocasionado al saber que otros estaban buenos y sanos en tanto que su amada Maia moría.


No pudo responder, pero Pedro debió darse cuenta de que esa era la verdad, pues se tensó su rostro, y ella supo que debía estar maldiciéndola.


—No tienes de qué preocuparte... ni yo ni el bebé te pediremos nada —le dijo tensa—. No fue culpa tuya, como dijiste, tú me advertiste...


—No fue mi culpa —el enojo en la voz la dejó atónita—. Dios, ¡claro que es mi culpa! Debí adivinarlo... debí darme cuenta... —negaba con la cabeza, entonces dijo con voz ronca—, a pesar de toda esa pasión, toda esa intensidad... a pesar de la manera como me tocaste, de alguna manera, parecías tan... limpia que debí saber...


Sus palabras la sorprendieron, la hicieron volver a sentir el erotismo que experimentara entre sus brazos.


—Desde luego que tendremos que casarnos.





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