lunes, 3 de febrero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 50







Al principio, él no se movió, sólo la veía, había cautela y confusión en la mirada y sufrió por él.


Así se debió ver de niño, deshecho por la deslealtad de su padre hacia su madre... al amarlos a los dos y no comprender lo que ocurría... dándose cuenta poco a poco...enterándose de la verdad; un sufrimiento, un conocimiento que ningún niño debía tener. Su hijo nunca conocería ese sufrimiento, nunca tendría esa expresión en la mirada.


Pedro... te amo —la voz le temblaba y ella también—. Te he amado siempre. Esa noche... la noche que hicimos el amor... te amaba, aunque no me di cuenta de ello sino hasta después. Cuando desperté y tú te habías ido, pensé que era porque me querías hacer ver que lo ocurrido no significaba nada para ti.


El todavía no se movía. Parecía que no se atrevería a permitirse creer lo que escuchaba y ella sufrió al notarlo.


Pedro, por favor, abrázame. Siento frío al estar parada aquí. Los dos tenemos frío —dijo tocándose el vientre.


Si ella era la que tenía que acercarse a él, lo liaría, pero, de repente Pedro se movió; de repente estaba a su lado abrazándola, acariciándola, besándola con un anhelo fiero, sensual que hizo que los sentidos de Paula respondieran , y todo el tiempo, entre un beso y el siguiente, le decía cuánto la amaba... cuánto la deseaba.


Después hicieron el amor, fue una exploración lenta y tierna de los cuerpos, culminaron con una reunión total, física y emocional. Paula lloró. Pedro se inclinó sobre ella, le limpió las mejillas con ternura y le besó el rostro húmedo.


— ¿Estás segura de que esto es lo que quieres... que yo soy lo que quieres? —él le preguntó con voz ronca, y, al saber que la causa de su inseguridad provenía de su infancia, Paula amorosa lo abrazó y sincera murmuró:
—Tú eres todo lo que quiero, Pedro. Todo lo que siempre querré.


Tres días antes de Noche Buena se casaron en una ceremonia íntima. El día de Navidad, Pedro encontró a Georgia en el jardín, parada frente a unos rosales sin hojas.


—Piensas en tu tía, ¿verdad? —adivinó, parándose a su lado y la rodeó con los brazos.


—Te hubiera amado tanto —asintió Paula—, y se hubiera sentido tan feliz por nosotros. Sólo quisiera que... —giró entre los brazos de Pedro—Todavía la extraño tanto.







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