jueves, 23 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 15




El se retiró antes que ella pudiera disculparse por reaccionar de esa manera o darle las gracias por el té que le llevara. Y cinco minutos después, ya que cesaron los pinchazos en la pierna y al fin pudo caminar hacia su dormitorio, la puerta del de Pedro ya estaba cerrada aunque la luz que salía por debajo indicaba que no estaba dormido todavía.


Por extraño que fuera, por vez primera en semanas, Paula durmió bien. Despertó descansada y más fresca que lo que se sintiera en mucho tiempo. La casa parecía estar vacía y en silencio y supo aun antes de bajar, que Pedro ya no estaba. La molestó lo consciente que era de él.


Como el cuarto de baño, la cocina estaba inmaculada. Era, reflexionó mientras se preparaba el desayuno, el huésped perfecto, al menos, lo sería si tan sólo... Tan sólo, ¿qué? Si tan sólo no fuera tan consciente de él. Eso era culpa de ella, no de él; Pedro pensaba que ella era la amante de un hombre casado, y le dejó ver con toda claridad qué era lo que pensaba de los participantes en una relación de esa naturaleza.


Pensó un rato en lo que Pedro le confiara de su niñez. Contra su voluntad, lo imaginó de niño, los ojos dorados, la expresión de seriedad en el rostro, tratando de contener las lágrimas y luchando contra el temor mientras era testigo de las discusiones entre sus padres. Debió vivir una infancia infeliz, reflexionó, la comparó con la suya, tranquila, segura, con el amor con el que su tía la rodeara. Tal vez, no era de sorprender que él desaprobara con tal intensidad la relación que suponía ella sostenía con un hombre casado. Hasta empezaba a comprender cómo llegó a esa conclusión el día que se conocieron...


Dejó escapar un leve suspiro al ver a su alrededor en la cocina inmaculada. ¿Habría deseado en secreto que resultara un hombre tan descuidado y poco pulcro que no considerara que la cabaña era de ella, como para que le diera la justificación lógica de pedirle que se fuera? Pero, si ella lo hacía, tendría que reembolsarle el dinero que le adelantara. Y eso era algo que no se podía dar el lujo de hacer.
Sabía por las preguntas que le hiciera la tía Maia, que la anciana estaba muy preocupada por lo que le deparaba el futuro, por la capacidad que tendría para cubrir la hipoteca, y ya que parecía que no podría hacer nada por ella, al menos quería darle la tranquilidad necesaria, no deseaba que se preocupara por su futuro. Parecía que tendría que aceptar la presencia de Pedro Alfonso para lograrlo.


Más tarde, cuando subió a su oficina, notó que la puerta del dormitorio de Pedro estaba cerrada. Se detuvo frente a ella, sin, en realidad, darse cuenta de lo que hacía, la asombró descubrir que había dado un paso hacia ella y que estaba a punto de colocar la mano sobre la manilla...


¿Qué pretendía hacer? Se preguntó horrorizada al girar rápido sobre los talones y dirigirse a su oficina. ¿Acaso pretendía entrometerse en su intimidad y entrar en su dormitorio, sabiendo que no estaba allí? Se estremeció molesta cuestionándose si estaba a punto de adquirir el peor de los defectos obsesivos y desagradables; meterse en las pertenencias de una persona cuando ésta se encontraba ausente y no podía evitarlo. No sabía qué era lo que la atrajo hacia esa puerta cerrada, y, lo que era más, no quería saberlo. ¿No tenía ya suficiente al permitirse mostrar vulnerabilidad ante cualquier clase de relación emocional o física con un hombre, y en especial con un hombre como Pedro Alfonso, quien, con toda claridad, le indicó lo que pensaba de ella y de su moralidad?


El problema era, admitió media hora después, mientras se arreglaba para ir a ver a su tía, que sus emociones eran inestables en ese momento ante el peligro de derrumbarse por lo que le ocurría a su tía. Parecía no poder asumir su control normal. Era como si se hubiera quitado una capa exterior protectora, que la hubiera dejado demasiado vulnerable, demasiado sensible a las situaciones, personas y acontecimientos de manera poco conocida para ella.


Paula se tuvo que detener camino al hospital para entregarle a Laura Mather el trabajo que ya tenía listo. La mujer mayor la recibió con afecto y la invitó a tomar una taza de café con ella. 


Durante el café, la señora preguntó por el estado de salud de su tía. La mentira acostumbrada estaba en la punta de la lengua de Paula cuando se percató de lo que hacía; se había engañado tanto tiempo, estaba tan aterrada de aceptar la realidad, que ya era un hábito decir que su tía estaba mejor. Pensó, temblorosa, que lo mejor sería que ya rompiera con esa costumbre de una vez por todas.


Tranquila le dijo la verdad a Laura. Trataba de contener las lágrimas mientras su amiga respondía con compasión y simpatía genuinas.


—La tía Maia acepta la realidad de maravilla, está llena de... de resignación y amor... bueno, paz es la mejor manera de describirlo. No hay una sola palabra...


—Sé lo que quieres decir —le dijo Laura—. Me pasó lo mismo cuando mi abuela estaba moribunda. Tenía noventa y un años, y cuando le dije que bien podría vivir hasta los cien, ella me indicó que no quería, que ya estaba lista para morir. En ese momento me horrorizó; no comprendía lo que me decía. Ella siempre fue una luchadora... sentía como si de alguna manera le hubiera dado la espalda a la vida y a nosotros, como si nos rechazara. Me llevó bastante tiempo comprender y aceptar lo que me decía, darme cuenta de lo egoísta que era al no aceptar que compartiera sus emociones conmigo, al no permitirle decir lo que sentía. Si necesitas alguien con quién hablar, Paula, siempre estaré aquí.


Las lágrimas se atoraban en la garganta de la chica mientras Laura la tomó del brazo en un gesto de consuelo.


—Dime cómo van las cosas con Pedro —preguntó Laura, cambiando el tema—. Debo admitir que me impresionó mucho. El personal temporal que contrató con nosotros ha hecho comentarios maravillosos de él. Es evidente que es un jefe excelente, sabe ser duro cuando tiene que serlo, pero siempre es muy justo y está dispuesto a escuchar. Debo admitir que tuve mis dudas con algunas de las chicas más jóvenes... Quiero decir, so ve tan sensual, y ellas tienden a dejarse llevar por sus fantasías románticas. Pero, Helena, que ya tiene casi cincuenta años, me dice que posee la manera más maravillosa y llena de tacto para controlar ese tipo de emociones entre las jóvenes sin lastimar sus sentimientos ni su orgullo. Eso es algo que en verdad admiro en un hombre, cuando es lo bastante sensible como para que no lo afecten ese tipo de elogios... De hecho, Helena, parece haber cobrado un interés de madre en él. El otro día me comentaba que según ella trabaja demasiado. Corre el rumor de que piensa cambiar la oficina matriz aquí. Tiene sentido. En este momento está ubicada a las afueras de Londres, y sé por lo que él me ha dicho, que preferiría vivir en el campo que en la ciudad. ¿A ti te ha dicho algo?


—No hemos hablado de nada personal —Paula negaba con la cabeza—. De hecho, apenas nos hemos visto; él sale temprano, antes que yo me levante y por la noche, los dos trabajamos. No le dirás nada de mi tía Maia, ¿verdad? Todavía no logro admitir lo que pasa, y...


—Te entiendo —la volvió a tomar de la mano—. Te prometo que no diré una palabra. Tengo más trabajo para ti, si lo quieres, pero no te quiero cargar demasiado. Sé la presión que tienes, así que si quieres descansar un poco...


—No —Paula, negó con la cabeza de inmediato—. Es mejor que siga trabajando. Así no pienso en la situación, y además, los intereses de la hipoteca no tienen para cuando bajar...


—Cierto —admitió Laura—. Mucha gente tiene que vender, no logran salir con las hipotecas...


Continuaron charlando unos minutos más hasta que Paula anunció que tenía que irse.


—Recuerda —Laura le dijo mientras la acompañaba a la puerta—, si necesitas alguien con quién hablar, de día o de noche...


Dándole las gracias, Paula se alejó.




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