jueves, 23 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 13




PARA alivio de Paula, al abrir la puerta y entrar, descubrió que la cocina estaba vacía. Dejó su bolso de mano y empezó a preparar una taza de café. Consideraba que era necesario que comiera algo, a pesar de que la sola idea hacía que se le revolviera el estómago. Tal vez más tarde, se dijo, tomó la taza de café y se encaminó a su oficina.


Percibió una línea de luz debajo de la puerta del dormitorio de Pedro, pero no se detuvo frente a ella, aumentó un poco la velocidad para pasar más rápido. Abrió la puerta de su oficina y encendió la luz.


El programa que preparaba era bastante complicado y requería de mucha concentración. 


Al trabajar, olvidó el café y éste se enfrió. A menudo tenía que hacer una pausa, frotarse los ojos para poder enfocar la pantalla y continuar. 


Bostezó en una o dos ocasiones, pero siguió trabajando a pesar del cansancio. Muy pronto habría varios días y noches en los que no podría trabajar y, entonces, se alegraría mucho del cheque que le diera Pedro Alfonso.


Sin embargo, después, tendría todo el tiempo del mundo para seguir trabajando, todo el tiempo del mundo para... Pasó saliva, sentía un nudo de pánico y desesperación que le bloqueaba la garganta. Se obligaba a recordar su promesa de mostrarse fuerte, de poner a su tía en primer lugar. Podrían ser semanas, un mes, tal vez dos, pero no más, le advirtió la enfermera. Empezó a temblar mientras la rodeaba el velo del temor.


En su dormitorio, Pedro dejó los papeles con los que trabajaba y miró el reloj de pulso. Casi era la una de la mañana. Se levantó, se estiró cuanto pudo y admitió que tal vez había trabajado demasiado, pero la soledad y la quietud de la cabaña invitaban a la concentración a diferencia del hotel.


Escuchó que Paula regresaba y estuvo tentado a bajar con el pretexto de prepararse algo de beber, para poder... ¿Poder qué? Tratar de hacerla ver la destrucción a la que la llevaría su romance, no sólo de su propia vida... ¿Sólo era una justificación? Durante un momento, cuando la sostuvo entre sus brazos... ¡Deja de ser un tonto!, se amonestó brusco. Ella estaba enamorada de otro hombre y, sin importar cuánto pudiera él considerar que su amante la engañaba, la usaba, era obvio que ella pensaba de otra manera.


¿Cómo era el hombre que comprometido con otra mujer se sentía libre de mentir y engañarla de esa manera?, se preguntó amargado. Estaba seguro que fue él quien iniciara el romance, lo sabía por instinto. Ella era demasiado vulnerable, demasiado sensible para de manera deliberada, tratar de seducir a un hombre casado.


Pedro era un hombre inteligente. No necesitaba que nadie le dijera hasta dónde llegaba el efecto que el matrimonio de sus padres tuvo en su vida. Hizo que surgiera esa repulsión que sentía contra los hombres hipócritas y superficiales que fallaban a sus compromisos, pero también hacía que se mostrara reacio a enamorarse, al menos no lo permitió en años anteriores. Cuando cumplió treinta años, se percató de que en su interior existía una necesidad de compartir su vida con alguien, de establecer una relación segura que incluyera hijos a la vez que una amante y compañera. Era, reconoció, un idealista, tal vez buscaba a una mujer que no existía. Experimentó con una compañera de universidad, fue un romance intenso y breve que concluyó cuando ella decidió viajar a Estados Unidos para continuar su carrera. Desde entonces, hubo varias mujeres en su vida, amigas más que amantes, una fila de mujeres atractivas e inteligentes, disfrutó de su compañía pero, en realidad, no surgió en él el deseo de volver a verlas, y ahora, se estaba alterando al percatarse de que respondía con intensidad y sensualidad a la presencia de Paula. ¿Porque no estaba disponible? Si no hubiera otro hombre en su vida, no existiera un amante, ¿cómo respondería él?


La respuesta intensa e inmediata de su cuerpo ante la idea, lo sorprendió. Frunció el ceño. Se preguntó si no sería mejor que buscara otro sitio en dónde quedarse. Si se sentía así en ese momento, ¿cómo enfrentaría la intimidad obligada que era obvio se originaría al vivir bajo el mismo techo? Consideró la manera en la que, con la más mínima excusa, la tocó y la besó, aun cuando ella le hizo ver con toda claridad que sostenía una relación con alguien más.


Estaba demasiado tenso como para dormir, decidió al abrir la puerta de su dormitorio y salir al pasillo. La puerta del dormitorio de Paula estaba abierta. Estaba oscuro en el interior, sin embargo, pudo darse cuenta de que las cortinas no estaban cerradas y no había nadie adentro. 


Entonces, percibió el zumbido leve del computador. Brillaba una luz bajo la puerta de la oficina. Frunció el ceño; ella trabajaba todavía más tarde que él. ¿Habría estado allí toda la noche? ¿Qué pasaba? ¿Le falló su amante? ¿Buscaba refugio en el trabajo? La vida de la otra mujer era solitaria. Eso lo sabía él por las relaciones de su padre; algunas de sus mujeres, llevadas a la desesperación por el trato que él les daba, llegaron a presentarse en su casa y afligieron a su madre con sus sentimientos. 


¿Cómo soportó el matrimonio todo el tiempo que lo hizo? En realidad, no tenía idea. Era algo de lo que nunca hablaron y ahora era demasiado tarde. Antes de su muerte, siempre quiso preguntarle por qué se había quedado, pero siempre fue una mujer muy reservada que no confiaba sus sentimientos a los demás.


Bajó a la cocina y empezó a preparar té; suficiente para dos personas. Preparó unos emparedados con lo que él llevara. Asumió que Paula también querría comer algo. Lo más sencillo hubiera sido que él comiera en la cocina, sin embargo, puso las cosas sobre una bandeja y subió.


Ya en el pasillo, al ver la luz bajo la puerta de la oficina de Paula, pensó en lo que hacía. 


Llamó, y al no tener respuesta, empujó la puerta.


La luz estaba encendida, la computadora funcionaba, pero Paula, estaba completamente dormida, con la cabeza entre los brazos apoyados sobre el escritorio.


Cuando despertara, estaría muy adolorida y tendría suerte si por la posición no le daba un calambre en el brazo. Debió estar demasiado cansada para quedarse dormida así. Frunció el ceño al verla, preguntándose cómo era posible que su amante la dejara trabajar tanto. ¿No le importaba lo que ella se hacía; lo que él le hacía? La primera vez que la vio en la calle, le impresionó su tensión, lo delgada que estaba, y no era de sorprender si trabajaba de esa manera.


Mientras la veía, ella despertó, abrió los ojos, y su cuerpo se tensó al reconocerlo. Luchó por enderezarse...


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