jueves, 23 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 14




Paula parpadeaba. Le molestaban los ojos, le dolía la cabeza y tenía mucha sed. Trataba de salir de las profundidades del sueño, era consciente de que Pedro Alfonso la observaba en silencio. ¿Cuánto tiempo tenía de estar allí? Se estremeció un poco. Sentía el desagrado muy humano a la vulnerabilidad de saber que él la estudiaba mientras ella no se percataba de su presencia.


—Vi luz debajo de la puerta —escuchó que decía—. Me preparé un té y pensé que querrías un poco.


Pedro llevaba jeans y una camisa de algodón ligera con las mangas subidas revelando los brazos. Los tenía bronceados y musculosos, cubiertos de vello fino. Percibió una sensación que la recorría y debilitaba, haciendo que se estremeciera y que se le encogieran los músculos del estómago como respuesta física a su presencia. Era algo nuevo para ella sentir la presencia de un hombre con tal intensidad. 


Nunca soñó, nunca imaginó que fuera posible responder con tanta sensualidad a algo tan mundano como el antebrazo de un hombre. Las mujeres, según su experiencia, no respondían al ver el cuerpo de un hombre, a pesar de las bromas de las chicas del efecto que tenía un trasero masculino cubierto por un par de jeans ajustados, pero no podía negar la forma en la que reaccionaba en ese momento.


Era demasiado fácil imaginar que tocaba la piel, que pasaba los dedos sobre el brazo con la caricia más delicada y sensitiva, que sentía cómo se tensaban los músculos, sabiendo que él se acercaría y la besaría, sabiendo que cuando la abrazara, él sabría el efecto que ejercía sobre ella. Cerró los ojos rápido, trataba de borrar su imagen, y con eso la fantasía sensual que imaginara, pero la oscuridad sólo intensificó lo que sentía. Bajo la ropa, era muy consciente de la sensibilidad de su piel, de la forma en que la tela parecía frotar, de que anhelaba despojarse de ella, que anhelaba sentir la mano fresca moviéndose con lentitud por encima de su cuerpo...


—El café me mantiene despierto.


Las palabras parecían flotar en el silencio como si pertenecieran a otro mundo. Paula trató de aferrarse a ellas, de usarlas para que la regresaran a la realidad. Era estar en esa habitación con él, se dijo frenética. Era la falta de aire en un espacio tan reducido; eran los efectos de la falta de oxígeno. Todo eso le ocasionaba que su mente se viera invadida por esos pensamientos...


Trató de ponerse de pie, quería escapar del ambiente de intimidad que se creó en su pequeña oficina, pero al pararse, sintió alfileres que le pinchaban la pierna izquierda dormida, por lo que dio un traspié y hubiera caído si no hubiera estado cerca del escritorio. Al golpearse con la esquina del mueble, no pudo contener el grito de dolor.


En ese momento, Pedro servía el té dándole la espalda. Se volvió, frunció el ceño preocupado, dejó la tetera y se acercó a ella, la tomó de los antebrazos antes que ella pudiera protestar y le habló con brusquedad.


—Quédate donde estás, o es probable que termines con un calambre.


¿Quedarse en donde estaba? No tenía otra opción, pues él bloqueaba su única salida. 


Empezó a temblar con violencia, no por el dolor en el muslo, sino por la proximidad de Pedro.


La molestia de la pierna, hizo que parpadeara y se agachara a frotársela, pero para su sorpresa, Pedro la detuvo y le retiró la mano.


—Será mejor que yo lo haga. Apenas te puedes mantener en pie. ¿Por qué seguiste trabajando cuando debiste saber?... —dejó de hablar, se agachó sobre las piernas frente a ella. La sensación del contacto de la mano de Pedro sobre la pantorrilla la dejó inmóvil. Sentía la piel cálida y un poco tosca. Había sido un día caluroso por lo que no llevaba medias, tenía la piel pálida y surcada por las venas azulosas.


Mientras ella miraba la cabeza inclinada sin dar crédito, Pedro le rodeó el tobillo con los dedos. 


Hasta ese momento no se había percatado de lo frágil o vulnerable que podía sentirse, pero, ahora, al ver los dedos, esbeltos y morenos contra su piel pálida, se estremecía embargada por una mezcla de sorpresa y temor. No por él, su mente ya había reconocido que nada amenazador tenía en su contacto, que él sólo reaccionó a lo que consideró era una necesidad de recibir ayuda, no, lo que la afligían eran sus propias reacciones, el terror de no poder controlar lo que sentía por él.


Ahora, le frotaba la espinilla, era un movimiento suave, rítmico que se suponía debía aliviar las punzadas que le atacaban la piel, pero que en vez de lograrlo, hacían que fuera demasiado consciente de su presencia, demasiado sensual, por lo que ella gritó contra todo lo que sentía.


—¡Suéltame! —él lo hizo de inmediato, se puso de pie y la miró desolado.


—Lo siento. Sólo trataba de ayudar.


Ella se percató de que se comportaba de manera ilógica e injusta.


—Bueno, no lo hagas. No necesito tu ayuda y no la deseo —le gritó.


El tensó la boca y ella sintió que la invadía el temor; lo atacaba demasiado, se mostraba agresiva en exceso, sus reacciones eran exageradas. Paula se tensó, deseaba que Pedro se apartara pues le recordaba la manera en la que ella respondiera antes, pero, en lugar de hacerlo, le habló tranquilo.


—No es propio que trabajes hasta que estás tan agotada que te quedas dormida en el asiento. 
Aquí está tu té. Si estuviera en tu lugar, lo bebería antes de ir a la cama. Pero, por supuesto que no necesitas mi consejo, ¿cierto?




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