miércoles, 29 de mayo de 2019

DUDAS: CAPITULO 43




Finalmente llegó hasta la base de un gran montículo, parte de la excavación del pozo nuevo. Allí no reinaba el bullicio. El parque no se abriría de forma oficial al público hasta después del desfile y las ceremonias de inauguración.


En unas semanas, cuando se concluyera el proyecto, habría unas escaleras permanentes para que los turistas pudieran subir hasta la parte superior del pozo de la mina para observar a través de una ventana de cristal su profundidad.


Para la inauguración, se había levantado una plataforma temporal. Toda la zona estaba decorada con festones rojos, blancos y azules de papel. En el centro, se alzaba un gran podio con un micrófono.


Paula subió a la plataforma, evitando el podio, con la esperanza de disfrutar de una vista mejor del desfile y de la calle principal. Si Pedro estaba ahí abajo, podría verlo. Si no… El corazón le dio un vuelco ante ese pensamiento.


«¿Dónde estás, Pedro?» Echó un rápido vistazo alrededor, pensando que había oído una respuesta a su pregunta silenciosa, pero no había nadie. Tembló al oír otro sonido y se dijo que era el viento. Sonaba como alguien que solicitara ayuda.


El sonido se repitió. Una voz cansada que pedía auxilio.


Lentamente se encaminó hacia el lugar de donde procedía la voz, estorbada por las voluminosas faldas y enaguas de su disfraz del Día de los Fundadores. Sintió un escalofrío al recordar las historias de fantasmas que se habían contado sobre ese pozo.


—¡Ayuda!


Costaba localizarla debido a la cantidad de papel que decoraba la zona. Las tablas de madera que había detrás del pozo estaban rotas, revelando una abertura hacia el viejo pozo.


—¡Ayuda, por favor!


Esa era una voz real, no un fantasma ni el viento. Paula se recogió la larga falda verde y se equilibró con precariedad en el borde de la madera rota, observando la oscuridad de abajo.


—¡Hola! ¿Estás bien? ¿Quién eres?


—¿Paula? —respondió la voz con alivio—. ¿Paula, eres tú?


Se trataba de Ricky Chaves. Paula no podía creerlo.


—Ricky, ¿cómo llegaste ahí abajo?


—Era una broma —respondió con un sollozo—. Se suponía que debía de ser una broma. A costa del sheriff. El sheriff debía pisar el tablón suelto y engancharse el pie en la grieta. Habría quedado como un estúpido cuando diera su discurso. Todo el mundo se habría reído. No sé qué pasó. Las tablas cedieron cuando intenté cortarlas.


—Tendré que ir a buscar ayuda —indicó, enfadada con el joven a pesar del temor que le inspiraba su seguridad—. Aguanta, Ricky. Todo se arreglará.


—¡No me dejes, Paula! Ese otro chico que murió aquí… —gritó—… lo siento aquí abajo conmigo.


—No hables así —suplicó ella, mirando por encima de la multitud con la esperanza de poder llamar la atención de alguien conocido sin tener que abandonar a Ricky—. Todo saldrá bien. Estarás bien.


El desfile estaba en su apogeo. Observó saludar a la familia Chaves en su vehículo negro. Intentó llamar su atención, pero el ruido de la muchedumbre era demasiado alto. Pasaron sin saber que su hijo se hallaba atrapado en el viejo pozo.


—¿Dónde estás, Pedro? —susurró.


—¿Paula? —respondió él como si la hubiera oído.


Lo miró, alto y de hombros anchos, vestido todo de negro con una enorme estrella de plata en el pecho y un bigote postizo sobre sus labios. 


Sostenía una copia del discurso de inauguración que iba a leer después del desfile.


—¡Pedro! ¡Ricky está atrapado en el pozo de la vieja mina! ¡Se cayó a través de los tablones de madera!


—¿Paula? —llamó el joven—. Dile al sheriff que lamento lo de su oficina. Lo hicimos Tomy y yo. Sé que estuvo mal. Dile que no quería que nadie saliera herido. Se suponía que era una broma.


—Podrás decírselo tú cuando él te suba —indicó con firmeza—. No vas a morir ahí.


—Ese chico murió aquí —anunció con voz lastimera.


—Pero tú no vas a morir ahí —le expuso Pedro con voz profunda al arrodillarse junto a ella—. Vas a salir y todo se arreglará. Nadie va a dejar que te pase nada. Quédate con él —le dijo a Paula—. Traeré ayuda.


—Sheriff, quiero compensar a todo el mundo —se puso a llorar—. Sólo quiero vivir. Lo siento.


Paula buscó algo que decirle al hermano pequeño de Jose para tranquilizarlo. No estaba segura de que pudieran sacarlo del hondo pozo.


—¿Ricky? —pronunció su nombre y lo oyó sollozar—. Todo se va a arreglar. El sheriff fue a buscar ayuda. Podrán sacarte de ahí.


—De acuerdo —la voz llegó amortiguada por los quince metros de tierra que lo separaban de la superficie—. ¿Aún no han llegado?


Ella miró alrededor, pero no vio a nadie del equipo de rescate ni a ninguno de los ayudantes del sheriff. ¿Y si Pedro llegaba demasiado tarde? ¿Y si no podían ayudarlo y moría en el pozo?


—¿Paula? ¿Sigues ahí?


Cuando iba a responder, vio a Pedro corriendo hacia ella con una cuerda enrollada al hombro. 


E.J. le pisaba los talones, y las luces parpadeantes del equipo de rescate llamó la atención de la gente.


—Ya vienen, Ricky —se apresuró a decirle—. Te sacarán en seguida.


No había espacio para que Paula se quedara a hablarle. Se apartó y dejó sitio para el rescate.


—Alguien va a tener que bajar con la cuerda —E.J. meneó la cabeza—. Él solo no podrá atársela alrededor.


—Y quien lo haga tendrá que bajar con la cabeza por delante —especuló uno de los voluntarios del equipo de rescate—. En el pozo no hay espacio suficiente para darse la vuelta.


—Iré yo —dijo Pedro, anudándose la cuerda en torno a los tobillos—. Cercioraos de tirar con fuerza cuando os lo indique.


E.J. intercambió unas miradas con los otros trabajadores.


—Cuente con ello, sheriff.


Paula quiso preguntar si no había alguien más que pudiera desempeñar ese cometido, pero ya conocía la respuesta. Eso era parte de la vida de Pedro. Formaba parte de quién era él. 


Comenzaron a bajarlo. Lo amaba. Debía haber alguna posibilidad para su felicidad si Pedro sentía lo mismo.


No lamentaba la vida que había llevado con Jose. No lamentaría la vida que llevaría con Pedro… si le daban la oportunidad.


—¿Qué pasa? —demandó Tomy desde los andamios.


—Ricky está atrapado en el pozo —soltó Paula, queriendo decirle que él era el culpable.


—¿Qué? —inquirió Ana Chaves detrás de Tomy.
María suspiró y se volvió para mirarla.


—Dijo que quería gastarle una broma al sheriff. Quería hacer un agujero lo bastante grande en la plataforma para que Pedro se enganchara el pie cuando subiera a leer su discurso. No se dio cuenta de lo que hacía.


—¿A qué distancia se encuentra? —musitó Joel.


—Tal vez a unos quince metros —Paula se encogió de hombros.


—¿Y quién está ahí arriba? —Tomy tuvo intención de pasar a su lado.


—El sheriff —repuso con voz entrecortada—. Lo van a bajar al pozo sujeto por los pies para que pueda pasar la cuerda alrededor de Ricky.


—¿El sheriff? —Joel Chaves sacudió la cabeza y miró fijamente a su esposa, que se había puesto pálida.


—Quiero saber qué está pasando —indicó Tomy, intentando llegar hasta lo alto.


—Detente ahí mismo, Tomy —ordenó Billy con gesto serio. Era el nuevo ayudante, que se estrenaba en el Día de los Fundadores—. Estamos haciendo lo que podemos por Ricky. No hay suficiente espacio para nadie más aquí arriba.


Tomy se aplacó y se situó junto a sus padres. 


Con el brazo sostenía la cintura estrecha de su madre.


—Me dijo que vosotros dos destruisteis la oficina del sheriff —le reveló Paula—. Tenía miedo de morir.


Ana Chaves experimentó un escalofrío y ocultó el rostro en el abrigo de su marido.


—No puedo perder a otro hijo —sollozó—. No puedo…


—Pequeño tonto —comentó Tomy, frotándose la nuca por encima del cuello de lana de su disfraz.


—Pensaba que podía hacer lo que quería —explicó su padre, mirando a Tomy—. Igual que tú. Y nosotros no le enseñamos otra cosa. Le dejamos pensar…


—Vamos a subir al sheriff —gritó E.J. a los de abajo—. Ya ha anudado la cuerda en torno a Ricky.


—Oh, por favor, Dios —suplicó Ana.


Paula intentó ver la cara de Pedro a través del grupo de rescate. Apenas pudo vislumbrar el disfraz manchado y la cara sucia. La mitad de la camisa se había desgarrado por el metal oxidado que recubría el viejo pozo. Quiso correr a su lado y abrazarlo con fuerza. Quería decirle que lo amaba y que nunca más deseaba volver a una casa en la que no estuviera él.


—Subámoslo —dijo a los hombres que lo rodeaban.


—¿Usted se encuentra bien? —preguntó E.J. al ver una mancha de sangre en el costado de Pedro.


—Lo estaré si podemos sacarlo de ahí —aseguró—. El pozo se estrechó a medida que bajaba, de modo que sólo me cabe esperar que la cuerda aguante hasta que podamos tener a Ricky a nuestro alcance.


Comenzaron el proceso de sacar al adolescente del pozo, con cuidado de que no se soltara la cuerda que lo rodeaba. La multitud se había arracimado en la zona, preguntándose si todo eso formaba parte del Día de los Fundadores.


Paula rezó con sus suegros, aun cuando el corazón se le había calmado al comprobar que Pedro estaba a salvo. No se le escapó la ironía de que fuera él quien se hubiera introducido en el pozo para rescatar a Ricky. Esperaba que tampoco se le escapara a la familia de éste.


—Ya veo su cara —gritó alguien desde el borde del pozo—. ¡Mira hacia arriba!


Unos aplausos esporádicos recibieron su aparición bajo el sol. Temblaba y estaba cubierto de tierra. Alzó el rostro y la gente enloqueció.


—¡Está bien! —gritó Joel Chaves, alzando la cabeza de su esposa—. ¡Está bien!


Los ayudantes acordonaron la excavación y mantuvieron a la multitud lejos de la zona donde los trabajadores del equipo de rescate intentaban colocar al chico en una camilla para llevarlo al hospital más cercano.


Finalmente, lo bajaron por la pendiente con el cuello protegido. En silencio, los padres acompañaron a Ricky; de repente parecían más frágiles y viejos.


—¿Cómo se encuentra? —preguntó Paula cuando Pedro llegó a su lado. Tenía la cara sucia y estaba un poco arañado, pero para ella era la vida y el amor.


—Se pondrá bien —Pedro notó que Tomy estaba al lado de Paula—. Quizá tenga un par de costillas rotas por la caída. Probablemente no sea nada serio.


—Has salvado la vida de mi hermano —musitó Tomy, mirando a Pedro como si nunca antes lo hubiera visto.


—Ése es mi trabajo —no se amilanó ante el escrutinio del otro.


—Tomy —dijo E.J. acercándose a ellos—, será mejor que me acompañes. Habrá que responder a algunas preguntas sobre los actos vandálicos en la oficina del sheriff.


—Ricky no sabía lo que decía —arguyó Tomy.


—No obstante —continuó E.J.—, hagámoslo de forma civilizada, ¿eh?


—No tengo nada que decir —Tomy miró a Paula.


E.J. se encogió de hombros y lo tomó por el brazo.


—Entonces creo que será mejor que esperemos en la celda nueva hasta que llames a tu abogado.


La gente aún seguía agrupada en torno al pozo y el podio, haciendo preguntas y mirando al nuevo sheriff.


Pedro se disculpó con Paula y subió al podio, evitando con cuidado el agujero en las maderas. 


Esperaba no tener que volver a ver jamás el pozo de una mina.


—No creo que hoy vayamos a inaugurar este pozo —comenzó, y con gesto despreocupado se quitó el falso bigote—. De modo que, si todo el mundo se marcha, podremos cerrar la zona y luego abrir el parque.


Les indicó que Ricky Chaves iba a ponerse bien y les deseó que se divirtieran. Se abrió paso entre la gente hasta llegar al lado de Paula entre palabras de ánimo y palmadas de las personas allí reunidas.


Paula caminó a su lado hasta la calle principal. Los ayudantes despejaban la zona y volvían a cerrarla igual que se había hecho cien años atrás con el primer accidente.


—Bueno, ha sido excitante —comentó Pedro, esperando que los peores temores de Paula no se hubieran hecho realidad—. No me dijiste que el Día de los Fundadores estuviera lleno de sorpresas.


—¿Sorpresas? —gritó, plantándose ante él. Sin advertencia previa, se arrojó a sus brazos y lo llenó de besos por encima del polvo y el barro que lo cubrían.


—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó sin soltarla.


—¡Te amo, Pedro Alfonso! ¡Pensé que te había perdido! —volvió a besarlo, y durante largo rato se olvidó de la gente y del pozo negro.


—Paula —habló él al final con tono serio mientras observaba su hermoso rostro bajo el sol—. No creo que pueda dejar lo que hago. Te amo e intentaré tener cuidado…


—Yo no te pediría que lo dejaras —prometió—. Sólo vuelve a casa a mi lado cada noche.


Pedro la besó y le manchó la barbilla con barro.


—No siempre será fácil. No soy Jose. Pero si nos amamos lo suficiente y estamos dispuestos a darnos una oportunidad, podemos conseguir que funcione.


—Te amo —respondió, abrazándolo con fuerza—. Y no eres Jose. Pero eres un héroe.


—Puedo asumir eso —repuso con intensidad—. Quiero ayudar a labrar una vida para ti y Manuel.


—¿Y Raquel? —susurró contra su cuello.


—Amé a Raquel. Y he lamentado su pérdida. He vivido solo con ese error en mi historial y mi alma los últimos quince años.


—Pero ya no más. No estarás solo.


—No estaré solo —coincidió, amándola con los ojos—. Eso me gusta.



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