sábado, 7 de diciembre de 2019

SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 42





Las siguientes semanas fueron una tortura y Paula se dedicó a buscar empleo en el periódico, intentando encontrar un sitio en el que pagaran tan bien como en aquel bufete.


Llegó el mes de diciembre y el cielo gris se hacía eco de lo que había en su corazón. 


Durante esas semanas, Pedro y ella intentaron esquivarse el uno al otro todo lo que era posible.


 Afortunadamente, él estaba en el Juzgado la mayoría del tiempo, embarcado en un largo proceso por fraude, pero Paula sospechaba que aquella nueva costumbre de enviar e-mails desde su casa era más para evitarla que por otra cosa.


A mitad de la semana, Pedro anunció que iba a reunirse en Durban con Celina durante unos días y se tomó la broma de que iban a disfrutar de la luna de miel antes de la boda con sentido del humor. Aunque, si lo hubiera mirado a los ojos, Paula habría visto que su sonrisa no llegaba hasta allí.


Paula había abandonado toda esperanza de que el sol volviera a brillar otra vez y, por una vez, se alegraba de que lloviera.


Leo había llamado para decir que pensaba llevarse a Maia el sabado, posiblemente al zoo, pero estaba convencida de que llamaría para cancelar la cita porque estaba lloviendo a cantaros.


El sábado amaneció frío pero sin nubes y se le encogió el corazón cuando sonó el timbre. Le temblaban las manos mientras abrochaba los botones del abrigo de Maia.


-Quiero que vengas con nosotros, mami.- decía la niña.


-Lo vas a pasar muy bien con papá, cariño. Y yo estaré aquí, esperándote.


Lo segundo era seguro, de lo primero no estaba tan convencida. Pero Leo era el padre de Maia y tenía que darle el beneficio de la duda.


-¿A cuántos niños llevas al zoo? -preguntó Paula al ver que había ido en un monovolumen con ocho asientos.


-Luisa ha pensado que deberíamos traer un coche grande para llevar todas las cosas de Maia.- contestó Leo.


-¿Qué cosas? ¿Y quién es Luisa?


-Mi prometida. Está deseando conocer a la niña.


-¿Ah, sí?


-Lleva semanas comprándole cosas: juguetes, ropa, un cochecito.


-Maia ya no necesita un cochecito.


-Luisa lleva mucho tiempo queriendo conocer a mi hija y quiere darle todos los caprichos, no pasa nada.


Paula no encontró ninguna pega en el asiento de seguridad, pero no podía evitar la sensación de angustia que atenazaba su corazón cuando el monovolumen desapareció al final de la calle.


Después de pasear por la casa durante una hora, Chris la convenció para que fuese de compras, prometiendo quedarse al lado del teléfono por si Leo llamaba. Y eso hizo. Debía relajarse de alguna forma porque tenía una extraña premonición...


-Leo ha tenido suerte con esa novia suya. 


Paula se volvió, sorprendida, al oír la voz de Brian Wells, su vecino y antiguo compañero de Leo.


-Ah, hola, Brian. Hola, Ana.


-Bonito coche, ¿no? Lo he visto hace un rato, cuando fue a buscar a Maia.


-Sí -murmuró Paula con frialdad. Nunca le había gustado Brian porque tenía la costumbrita de tocar partes de su anatomía que no debería tocar-. Veo que no se te escapa una.


-No mucho, no. Leo me pidió que te tuviera controlada... de forma amistosa, ya sabes. ¿Dónde está ese novio del Ferrari? ¿Te ha dejado?


-¿Leo te ha pedido que me espiaras? 


Ahora entendía las llamadas de teléfono cada vez que salía con alguien. Brian la había estado vigilando e informando a Leo de todos sus movimientos.


-No, espiando no. A Leo le preocupa que vivas sola en esa casa y, por supuesto, le preocupa Maia.


-Si, claro, le preocupa mucho. Tanto, que no ha querido saber nada de ella hasta ahora.


-Porque ahora quiere casarse con Luisa.


-¿Y que tiene eso que ver con Maia? -preguntó Ana, su mujer.


-Bueno, Luisa está forrada. Tiene su propia empresa... una agencia de contactos.


-¿Y ha elegido a Leo como novio? Pues no creo que sea muy lista -replicó Paula. burlona-. Pero sigo sin entender...


-Luisa no puede tener niños -explico Ana, sin percatarse de que su marido le hacía un gesto para que se callase-. Tiene más de cuarenta años y no puede quedarse embarazada.


-Así que el plan es que Leo aporte el niño a ese matrimonio... mi hija, a cambio de que lo mantenga.


-Yo no diría eso -protesto Brian-. Leo solo quiere que Maia crezca en un ambiente estable, con una familia normal. Y debes admitir que presentarle a una larga lista de novios no es la situación ideal.


-Yo no tengo una larga lista de novios. Y puedes decirle a Leo que me niego a que juegue a las familias con mi hija.


-También es su hija -le recordó el-. A lo mejor el juez decide que Maia estaría mejor viviendo con su padre y su nueva esposa.


-No se saldrá con la suya -estaba diciendo Paula, mientras paseaba por el salón como un animal enjaulado.


-Claro que no.- asintió su hermano-. Aunque su novia contratase al mejor abogado del pais, puedes demostrar que Leo no ha tenido interés por la niña en todos estos años. Y que no ha pagado por su manutención.


Paula no estaba tan segura y siguió nerviosa hasta que el coche de Leo llegó a su puerta.


-¿Qué lleva puesto? -exclamó cuando vio a su hija con un disfraz de peluche rosa.


-La tía Luisa le ha comprado un abrigo nuevo, ¿a que sí?


-Maia ya tiene un abrigo de invierno. La niña no es una muñeca, Leo. Puede que tu novia quiera una familia, pero no va a conseguirla robándome a mi hija.


-Eso ya lo veremos, ¿no? -sonrió Leo, sacando un papel del bolsillo.


-¿Qué es esto?


Era un cheque a su nombre. Y la cantidad era muy sustanciosa.


-Nunca he pagado la manutención de Maia y creo que con esto me pongo al día.


Paula miró el cheque y sintió la fría mano del miedo agarrotando su corazón. Leo iba en serio. Pensaba pedir la custodia de Maia y el primer paso era demostrar que era un padre responsable. O fingir que lo era.


-No lo conseguirás. Si quieres ver a Maia y tener una relación con ella, me parece muy bien, pero no vas a usarla como moneda de cambio para conseguir una esposa rica.


Leo tuvo la delicadeza de parecer avergonzado... durante dos segundos.


-Como dicen en las películas, nos vemos en los Juzgados.- sonrió, dando un paso adelante... y pisándola deliberadamente.


-¡Leo, me haces daño!.— exclamó ella, que iba descalza.


-Ay, perdón. Papá ha pisado a mamá sin querer.- sonrió él, malvado, mientras Paula tenía que contener las lágrimas.


-Serás cerdo... Vuelve a hacer algo así y te denunciaré por maltrato.


-Ha sido un accidente, cariño. Y no creo que puedas demostrar lo contrario



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