sábado, 7 de diciembre de 2019

SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 41




Pedro no quería admitir que había insistido en que fuera a Durban porque él mismo necesitaba un tiempo para reflexionar sobre un compromiso que había lamentado desde que las palabras salieron de sus labios. Pero tenía treinta y ocho años, se recordó a sí mismo. Ya era hora de sentar la cabeza y formar una familia. Casarse con Celina era lo más sensato. No podía fingir que estaba loco por ella, pero le gustaba y un matrimonio basado en el respeto y los objetivos comunes era infinitamente más deseable que uno en el que estuvieran involucradas las emociones.


Sospechaba que el matrimonio de Paula era menos que feliz, pero por razones que no podía entender ella insistía en que tenía un compromiso de por vida con su marido. Con unas estadísticas que daban menos del cincuenta por ciento de éxito al matrimonio, seguramente debería aplaudir su lealtad, pero cuando recordó el moratón en la frente sintió el deseo de abrazarla y decirle que cuidaría de ella...


Pero Paula no quería protección, se recordó a sí mismo. Lo deseaba, incluso ahora era incapaz de disimular el brillo de sus ojos, pero no quería nada permanente con él y él ya no tenía edad para conformarse con el papel de semental.


-Seguro que Celina ya está convencida de que quiere casarse contigo.- dijo Paula en voz baja-. Pero tienes razón, el matrimonio es un paso importante.


-Tú eres la experta, deberías saberlo. 


Pedro se levantó entonces. Estaba tan cerca, tan cerca, que Paula tuvo que hacer un esfuerzo para no refugiarse en sus brazos. Todo su ser deseaba hacerlo, aunque sabía que era una locura.


-No es demasiado tarde -dijo él con voz ronca, sin dejar de mirarla a los ojos


¿No era demasiado tarde para qué? ¿Que le estaba ofreciendo? ¿Una aventura, un revolcon? ¿Le estaba ofreciendo que se casara con el? 


No, imposible. Pero si aceptaba una aventura, tendría que esperar que el aceptase a Maia... y que rompiera el compromiso con una mujer que sería su esposa ideal. Eso o alejarse de lo que no iba a ser mas que una relación breve y que podría costarle la custodia de su hija.


Estaba enamorada de él, reconoció Paula entonces.


Aquello no era sólo una atracción física. Estaba enamorada de aquel hombre. Sólo una mujer ciega de amor se comportaría como lo había hecho ella, pasando por alto sus ataques, sus ironías, su furia cuando no se salía con la suya porque detrás de todo eso había un hombre inteligente, encantador, fuerte, con sentido del humor.


Pedro Alfonso usaba su formidable inteligencia para defender a los más débiles. Creía que el matrimonio debería ser un lazo para siempre, sobre todo si había niños de por medio, pero si Leo se salía con la suya acabarían teniendo una batalla legal entre las manos.


¿A quién apoyaría Pedro entonces? Si quería tener una relación con ella, tendría que relacionarse también con su hija porque las dos iban juntas en el paquete, pero él no sabía nada de la existencia de Maia.


Y sería mejor para todos que no lo supiera nunca.


-Nos hemos conocido en el momento menos adecuado, Pedro. Es demasiado tarde para los dos. Tú tienes un futuro maravilloso por delante... Celina sera una esposa ideal para ti y espero que los dos seáis muy felices.


-¿Tan felices como tú? -preguntó él.


Paula no contestó y Pedro la estrechó entre sus brazos, despacio, con suavidad. Luego se apartó un poco y le dio un beso en la frente.


Estaba diciéndole adiós.



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