sábado, 28 de diciembre de 2019

OSCURA SEDUCCIÓN: CAPITULO 44





LA MAÑANA de Navidad, su lujosa suite de hotel en Tokio se llenó de montañas de regalos comprados y envueltos por los asistentes personales de Pedro. El brillante árbol de Navidad plateado decorado en azul también había sido diseñado por su personal. A cualquier lugar donde iban, siempre eran atendidos por la vasta red mundial de sirvientes y empleados que Pedro pagaba para que le hicieran la vida más fácil. Paula odiaba eso.


Pedro había ignorado sus ruegos de tener un árbol normal que ella pudiera decorar. Ella había querido que le enviaran los adornos desde Italia. Pero él también le había negado eso. No quería que hiciera nada por él. Nunca.


Excepto por la noche, por supuesto. Cuando él le rompía cruelmente el corazón y el alma ante los deseos de su propio cuerpo.


Paula contuvo el aliento al ver a Pedro, vestido con una bata negra, entrando en la habitación con dos regalos de Navidad que obviamente había comprado él mismo. Conforme él se acercaba al sofá donde se hallaban Paula, Rosario y la señora O'Keefe, Paula deseó uno de esos regalos más de lo que había deseado los de Santa Claus cuando era niña.


Pero, por supuesto, ninguno de los dos era para ella. El de Rosario era una muñeca hecha a mano que él había pedido especialmente a una pequeña aldea de Perú; el de la señora O'Keefe, una bufanda de cachemira del Himalaya.


Paula se cerró la bata sobre su camisón mientras se tragaba su dolor y decepción. Y de pronto, él sacó una cajita de su bolsillo. Estaba envuelta por alguien profesional, pero aun así...


–¿Es para mí? –inquirió ella con un hilo de voz.


El corazón se le llenó de esperanza. ¡El le había hecho un regalo! ¿Podía ser que empezara a preocuparse por ella, que sintiera una milésima parte de lo que ella sentía hacia él?


¿Estaba empezando a perdonarla?


Lo abrió conteniendo el aliento. El papel envolvía una caja de terciopelo. Y la caja contenía un carísimo collar de diamantes. Al menos cincuenta quilates brillaban fríamente, como el corazón de él cuando poseía su cuerpo en la oscuridad.


Él tomó el collar y se lo puso como una cadena a una esclava. Para ella, la Navidad terminó en aquel momento.


No se quedaron mucho tiempo en Tokio. El pesado collar de diamantes hizo sentirse a Paula como parte de un harén mientras lo acompañaba como amante a una exuberante fiesta de Nochevieja en Moscú, donde le vio flirtear con todas aquellas mujeres hermosas, rubias y seductoras.


Él la estaba matando lentamente. La había atrapado con el lazo que se estaba formando entre él y su hija, con el amor que ella sentía hacia el hombre que él había sido en Nueva York; el hombre que aún era con todos los demás, salvo con ella.


Él nunca le perdonaría el haberle ocultado a Rosario. Y nunca la amaría como ella lo amaba a él.


¿Sabría él cómo se sentía ella? ¿Era consciente de cómo le afectaba cuando poseía su cuerpo sin ofrecerle ni un minúsculo pedazo de su corazón?


Tal vez sí que lo sabía, pensó ella con un escalofrío, y aquélla era su venganza deliberada.


Pero ella seguía con él porque había hecho voto de matrimonio. Porque era el padre de su hija. Porque lo amaba.


Pero conforme pasaban los meses, conforme recorrían el mundo supervisando los diferentes terrenos en los que él estaba trabajando, ella fue sintiendo la ira crecer lentamente en su interior.


Se alojaban siempre en suites de lujo: el Ritz-Carlton en Moscú, el Burj Al Arab en Dubai, o regresaban a Tokio... Ella siempre actuaba como la anfitriona perfecta en las fiestas y cenas de negocios de él. A menudo advertía que otros hombres la miraban con deseo. Pero el hombre que ella ansiaba que la mirara no lo hacía. No con amor, ni siquiera con admiración. Tan sólo la ignoraba.


Excepto por las noches.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario