domingo, 15 de diciembre de 2019

OSCURA SEDUCCIÓN: CAPITULO 14




PAULA LO MIRÓ atónita.


–¿Pedro... Alfonso?


Ella todavía recordaba el llanto de su padre aquella hermosa mañana de junio tiempo atrás.


–Marisa: Pedro Alfonso nos ha arruinado.


Paula acababa de terminar el instituto y estaba recreándose en haber sido aceptada en Pepperdine, una universidad privada muy cara en Malibú a la que acudiría en otoño. Olivia acababa de comenzar un tratamiento experimental bastante prometedor con un nuevo médico. Y su madre, que tan fácilmente variaba entre el éxtasis y la desesperación, estaba pintando al óleo el lejano muelle de Santa Mónica. El sol de California brillaba cálido sobre su casa junto a la playa.


Entonces su padre había regresado a casa a media mañana y se había lanzado en brazos de su madre como si acabara de recibir un duro golpe.


–Lo ha hecho, Marisa. Pedro Alfonso nos ha arruinado.


En aquel momento Paula se giró hacia él, temblando de furia.


–¡Tú destruiste a mi familia!


–No fue deliberado, Paula. Sólo fueron negocios.


–Negocios –le espetó ella, ladeando la cabeza con desdén–. ¿Igual que ha sido por negocios por lo que me has seducido?


–Paula, no me había dado cuenta de quién eras hasta ahora.


–Ya –dijo ella furibunda sacudiendo la cabeza–, ¿Por qué debería creer una palabra de lo que dices? Hiciste que mi padre perdiera su empresa...


–La habría perdido ante otro, de todas maneras. Era un inepto, el típico heredero de tercera generación intentando sacar adelante un negocio que no comprendía.


–¿Cómo te atreves!


Ella dio unos pasos y luego se detuvo, cubriéndose boca con las manos y ahogando un grito de horror.


–Te he permitido tomar mi virginidad.


–Sí –dijo él–. Gracias. Lo he disfrutado mucho.


Ella arrugó el contrato que él le había dado y se lo tiró. Los papeles rebotaron en el pecho de él y cayeron al césped.


–Fuera de aquí –le ordenó ella–. Ese terreno va a ser un parque delante del hospital donde falleció mi hermana. ¡Moriría antes de permitir que construyeras unos rascacielos allí!


Pedro apretó la mandíbula y sacudió la cabeza.


–Estás tomándote esto como algo personal. Son negocios. Si yo no te caigo bien, de acuerdo. Sácame el dinero que puedas, oblígame a duplicar mi oferta.


–Demasiado tarde.


De pronto, ella sentía una loca urgencia de reír.


–Antes de marcharme de Nueva York firmé los papeles que concedían el terreno a la fundación de forma irrevocable. Lo envié por mensajero. Ha sido demasiado tarde desde hace horas. Ese terreno está permanentemente fuera de tu alcance.


Ella vio algo parecido a dolor y furia cruzar el rostro de él. Supo que le había hecho daño. Le había impedido obtener algo que él deseaba realmente. Y estaba encantada. Deseó poder herirle una mínima parte de lo que él le había herido a ella.


–Por tu culpa, mi padre perdió hasta el último centavo que teníamos –susurró ella–. Mi hermana tuvo que aguantar varios meses sin tratamiento. Mi madre no pudo soportar la angustia de perder a su marido y a su hija. Todos fallecieron. ¡Por tu culpa!


–La culpa la tuvo tu padre –puntualizó él con frialdad–. Él fue el fracasado. Un hombre no debe tener una esposa e hijos si no puede cuidarlos decentemente...


Paula lo abofeteó.


Asombrado, Pedro se llevó la mano a la mejilla. 


Ella lo miró con odio.


–No te atrevas a llamar fracasado a mi padre.


Sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas y se esforzó al máximo por contenerlas.


–Tú me has seducido por unos rascacielos que nunca corresponderán a tu amor. ¿Y dices que mi padre fue un fracasado? Él nos amaba. Fue mejor hombre de lo que tú serás nunca.



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