lunes, 16 de diciembre de 2019

OSCURA SEDUCCIÓN: CAPITULO 15





Pedro se irguió y cerró los puños con fuerza a sus costados. Paula y él se sostuvieron la mirada unos segundos. Paula podía oír su respiración jadeante y angustiada y el canto de los pájaros alrededor.


Entonces él apretó la mandíbula.


–Ya he poseído tu cuerpo –dijo–. Y, ya que es demasiado tarde para comprar el terreno, no nos queda nada más que hablar. Nada acerca de ti es lo suficientemente interesante como para merecerse un segundo más de mi tiempo. Sólo avísame si hay un bebé, ¿de acuerdo?


Agarró su maletín, se giró y salió por la puerta del jardín.


Conmocionada, ella le oyó alejarse. Sólo cuando se quedó sola en la rosaleda de nuevo, se permitió derrumbarse entre sollozos. Tapándose la cara con las manos, cayó de rodillas sobre el césped y lloró. Por su familia. Por ella misma.


Acababa de entregar su virginidad al hombre que había destruido a su familia.


Cuatro meses después del horrible día en que lo habían perdido todo, su padre había fallecido de un ataque al corazón en el pequeño apartamento de dos dormitorios que habían alquilado después de vender su casa para pagar las deudas.


Giovanni las había salvado, gracias a Dios. El gran amigo de su padre había viajado desde Italia para asistir al funeral. Había visto que Paula, con dieciocho años, intentaba sacar adelante a su hermana enferma y a su madre enmudecida y medio loca de pena. A la mañana siguiente le había propuesto matrimonio.


–Tu padre me salvó la vida una vez en la guerra cuando yo era poco mayor que tú. Ojalá me hubiera enterado de vuestros problemas, ojalá él me los hubiera contado –dijo con lágrimas en los ojos–. Puedo cuidar de vosotras. Cásate conmigo, Paula. Conviértete en mi condesa.


–¿Que me case contigo? –había exclamado ella ahogando un grito.


Por muy amable que era el conde Chaves, ¡le triplicaba la edad!


–Sólo de forma nominal –aclaró él ruborizándose–. Mi esposa durante cincuenta años falleció el año pasado. Nadie podrá reemplazar a Magdalena en mi corazón. Nunca te pediré nada más que tu compañía, tu amistad y la oportunidad de devolverle el favor a mi amigo difunto. Tu madre es demasiado orgullosa para aceptar mi ayuda, pero si ella creyera que ésta ha sido una elección deliberada tuya...


Así que Paula se había casado con él y nunca había encontrado razones para arrepentirse. Había sido feliz con él. Él había sido un buen hombre. Pero su matrimonio no había logrado salvar a su hermana ni a su madre. Había sido demasiado tarde para someterse al tratamiento experimental en Los Ángeles, así que se habían trasladado a Nueva York donde Olivia podía ingresar en St. Ann, el mejor centro de tratamiento de cáncer cerebral en niños de todo el país. A pesar de su determinación y valor, Olivia había fallecido con catorce años. 


Una semana después, su frágil madre había muerto de una sobredosis de somníferos.


Si Pedro no le hubiera abarrotado el negocio a su padre despiadadamente, dejándolo en la ruina con un océano de deudas, tal vez su padre habría salvado la empresa. Y Olivia podría haber continuado con su tratamiento experimental que tal vez habría funcionado.


O tal vez no. Pero ya nunca lo sabría.


La ira le hizo apretar los puños, destrozando una rosa roja entre sus dedos.


Una espina le hizo sangre en un dedo. Por si él no le hubiera causado suficiente daño, ¡le había arrebatado la virginidad para conseguir un negocio!


¿Acaso ese hombre no tenía conciencia? ¿No tenía alma?


Condenado bastardo.


Maldiciendo en voz baja, Paula se chupó la sangre de la herida en el dedo.



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