lunes, 30 de diciembre de 2019

HEREDERO OCULTO: CAPITULO 3





Paula se detuvo delante de las oficinas de Brian Blake, se tomó un momento para alisarse la blusa y la falda, pasarse una mano por el pelo corto y retocarse el pintalabios. Hacía mucho tiempo que no se arreglaba tanto y había perdido la práctica.


Además, la ropa más bonita que tenía, comprada cuando estuvo casada con Pedro, le quedaba al menos una talla pequeña. Lo que significaba que la camisa se le pegaba demasiado al pecho y que la falda le quedaba unos centímetros más corta de lo que le hubiese gustado y le cortaba la respiración.


Por suerte, en Summerville no tenía que arreglarse tanto, ni siquiera para ir a misa los domingos, porque en esos momentos estaba luchando por mantener su negocio a flote y no podía permitirse el lujo de comprarse ropa nueva.


Decidió que no podía hacer nada más por mejorar su imagen, respiró hondo y empujó la puerta. La recepcionista la saludó con una amplia sonrisa y le informó de que Brian y el posible inversor estaban esperándola en su despacho, que entrase.


Paula volvió a respirar hondo antes de entrar y alzó una breve plegaria al cielo para que el rico empresario que Brian había encontrado quisiese invertir en La Cabaña de Azúcar.


Lo primero que vio fue a Brian sentado detrás de su escritorio, sonriendo mientras charlaba con el visitante, que daba la espalda a la puerta. El hombre era moreno y con el pelo corto, llevaba una chaqueta de traje gris y estaba golpeando el brazo del sillón con los largos dedos de su mano, parecía impaciente por hacer negocios.


Cuando Brian la vio, su sonrisa creció y se puso de pie.


–Paula –la saludó–, llegas justo a tiempo. Permite que te presente al hombre que espero quiera invertir en tu maravillosa panadería. Pedro Alfonso, esta es Paula Chaves. Paula, este es…


–Ya nos conocemos.


La voz de Pedro la golpeó como un mazo, aunque con solo oír pronunciar el nombre de su exmarido ya se le había encogido el estómago. 


Al mismo tiempo, Pedro se había levantado y se había girado a mirarla, haciendo que se le acelerase el corazón.


–Hola, Paula –murmuró.


Y luego se metió las manos en los bolsillos delanteros de los pantalones, adoptando una postura negligente. Parecía cómodo e incluso divertido, mientras que ella no podía sentirse peor.


¿Cómo podía haber ocurrido algo así? ¿Cómo era posible que Brian no se hubiese dado cuenta de que Pedro era su exmarido?


Se maldijo por no haber hecho más preguntas y por no haber insistido en que le diesen más detalles acerca de aquella reunión. Lo cierto era que no le había importado quién iba a ser el inversor, solo le había importado que fuese rico y quisiese ayudarla con su negocio.


Se había convencido a sí misma de que estaba desesperada y necesitaba una rápida inyección de efectivo si quería mantener abierta La Cabaña de Azúcar, pero no tan desesperada como para aceptar la caridad del hombre que le había roto el corazón y le había dado la espalda cuando más lo había necesitado.


No se molestó en contestar a Pedro, miró directamente a Brian.


–Lo siento, pero esto no va a funcionar –le dijo, antes de darse la vuelta y volver a salir del edificio.


Estaba bajando las escaleras cuando oyó que la llamaban:
–¡Paula! ¡Paula, espera!


Pero ella solo quería alejarse lo antes posible de Pedro, de sus ojos brillantes y de la arrogante inclinación de su barbilla. Le daba igual que la estuviese llamando y que estuviese corriendo tras de ella.


–¡Paula!


Giró la esquina que daba casi a La Cabaña de Azúcar y notó cómo le temblaban las piernas. 


Tenía el corazón a punto de salírsele del pecho.


Se había enfadado tanto, había deseado tanto alejarse de su exmarido, escapar y refugiarse en la panadería, que se le había olvidado que allí estaba Dany. Y si había algo que tenía que proteger todavía más que su salud mental, era a su hijo.


De repente, no pudo seguir andando y se detuvo a tan solo unos pasos de la puerta de la panadería. Pedro giró la esquina en ese momento y se detuvo también al verla allí parada como un maniquí.


Respiraba con dificultad y eso alegró a Paula. Pedro siempre estaba tranquilo, frío y controlado.


–Por fin –murmuró él–. ¿Por qué has salido corriendo? Que estemos divorciados no significa que no podamos sentarnos y mantener una conversación civilizada.


–No tengo nada que decirte –replicó ella.


Recordó lo importante que era mantenerlo alejado de su hijo.


–¿Y tu negocio? –le preguntó él, pasándose una mano por el pelo antes de alisarse y abrocharse la chaqueta del traje–. Te vendría bien el capital y yo siempre estoy dispuesto a hacer una buena inversión.


–No quiero tu dinero.


Él inclinó la cabeza, reconociendo la sinceridad de sus palabras.


–Pero, ¿lo necesitas?


Hizo la pregunta en voz baja, sin rastro de condescendencia, solo parecía querer ayudarla.


Y Vanessa necesitaba ayuda, claro que sí, pero no de su frío e insensible marido.





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