martes, 31 de diciembre de 2019

HEREDERO OCULTO: CAPITULO 4




Contuvo las ganas de aceptar el dinero. Se recordó que le estaba yendo bien sola. No necesitaba que ningún hombre la rescatase.


–La panadería va bastante bien, gracias –le respondió–. Y aunque no fuese así, no necesitaría nada de ti.


Pedro abrió la boca, posiblemente para contestarle e intentar convencerla, y entonces fue cuando Brian Blake dobló la esquina. Se paró en seco al verlos y se quedó allí, respirando con dificultad, mirándolos a los dos. 


Sacudió la cabeza, confundido.


–Señor Alfonso… Paula…


Respiró hondo antes de continuar.


–La reunión no ha salido como había planeado –se disculpó–. ¿Por qué no volvemos a mi despacho? Vamos a sentarnos, a ver si podemos llegar a un acuerdo.


Paula se sintió culpable. Brian era un buen tipo. No se merecía estar en aquella situación tan incómoda.


–Lo siento, Brian –le dijo–. Te agradezco todo lo que has hecho por mí, pero esto no va a funcionar.


Brian la miró como si fuese a contradecirla, pero luego asintió y dijo en tono resignado:
–Lo comprendo.


–Lo cierto es que yo sigo interesado en saber más acerca de la panadería – intervino Pedro.


Brian abrió mucho los ojos, aliviado, pero Paula se puso tensa al instante.


–Podría ser una buena inversión, Pau –añadió Pedro, llamándola como la llamaba cuando estuvieron casados, y desequilibrándola–. He conducido tres horas para llegar aquí y no me gustaría tener que marcharme con las manos vacías. Al menos, enséñame la panadería.


«Oh, no», pensó ella.


No podía dejarlo entrar, era todavía más peligroso que tenerlo en el pueblo.


Abrió la boca para decírselo, se cruzó de brazos para darle a entender que no tenía ninguna intención de cambiar de idea, pero Brian le puso la mano en el hombro y le hizo un gesto para que fuese con él un poco más allá y que Pedro no los oyese.


–Señorita Chaves. Paula –le dijo–. Piénsalo, por favor. Sé que el señor Alfonso es tu exmarido, aunque cuando organicé la reunión de hoy no tenía ni idea. Jamás le habría pedido que viniera si lo hubiese sabido, pero quiere invertir en La Cabaña de Azúcar, quiere ser tu asesor financiero. Y tengo que recomendarte que consideres seriamente su oferta. Ahora te va bien. La panadería está funcionando sola, pero no podrás avanzar ni expandir el negocio sin capital externo, y si tuvieses una temporada mala, hasta se podría hundir.


Paula no quería escucharlo, no quería creer que Brian tenía razón, pero, en el fondo, sabía que era así.


Miró por encima de su hombro para asegurarse de que Pedro no los podía oír y le susurró:
–No solo está en juego la panadería, Brian. Le dejaré que eche un vistazo. Hablad vosotros, pero sea cual sea el acuerdo al que lleguéis, no puedo prometerte que vaya a aceptarlo. Lo siento.


Brian no parecía demasiado contento, pero asintió.


Luego volvió a acercarse a Pedro y le informó de la decisión de Paula antes de decirle que podían entrar en la panadería. Al acercarse, el aire olía deliciosamente, a pan y pasteles. Como siempre, a Paula le rugió el estómago y se le hizo la boca agua, y le apeteció comerse un bollito de canela o un plato de galletas de chocolate. Ese debía de ser el motivo por el que todavía no había recuperado su peso desde que había tenido al bebé.


En la puerta, Paula se detuvo de repente y se giró hacia ellos.


–Esperad aquí –les pidió–. Tengo que contarle a tía Helena que estás aquí y el motivo. Nunca le caíste demasiado bien –añadió, mirando a Pedro–, así que no te sorprendas si se niega a salir a saludarte.


Él sonrió irónico.


–Esconderé los cuernos y el rabo si me cruzo con ella.


Paula no se molestó en contestarle. En su lugar, se dio la vuelta y entró en la panadería.


Saludó con una sonrisa a los clientes que estaban tomando café, chocolate y disfrutando de los pasteles, y se apresuró a entrar en la cocina.


Como siempre, Helena iba y venía de un lado a otro, sin parar. Tenía setenta años, pero la energía de una veinteañera. Se levantaba todos los días al amanecer y siempre se ponía a trabajar inmediatamente.


Paula era una buena panadera, pero sabía que no estaba a la altura de su tía. Helena, además de preparar pan y pasteles, ayudaba a su marido en la barra y cuidaba de Dany, así que Paula no sabía qué habría hecho sin ella.


Helena oyó el chirrido de las puertas de la cocina y supo que había llegado.


–Has vuelto –le dijo, sin levantar la vista de las galletas que estaba preparando.


–Sí, pero tenemos un problema –le anunció Paula.


Al oír aquello, Helena levantó la cabeza.


–¿No has conseguido el dinero? –le preguntó decepcionada.


Paula negó con la cabeza.


–Aún peor. El inversor de Brian es Pedro.


A Helena se le cayó el recipiente que tenía en la mano.


–Es una broma –le dijo con voz temblorosa.


Paula negó con la cabeza y fue hacia donde estaba su tía.


–Por desgracia, no lo es. Pedro está en la calle, esperando a que le enseñe la panadería, así que necesito que te subas a Dany al piso de arriba y te quedes allí con él hasta que te avise.


Le desató el delantal a su tía, que se lo quitó por la cabeza y después se llevó las manos a la cabeza para asegurarse de que iba bien peinada.


Paula volvió hacia la puerta, deteniéndose solo un momento a ver a su adorable hijo, que estaba en el moisés, intentando meterse los dedos de los pies en la boca. Dany sonrió de oreja a oreja nada más verla y empezó a hacer gorgoritos. Y Paula sintió tanto amor por él que se quedó sin respiración.


Lo tomó en brazos y deseó tener tiempo para jugar con él un poco. Le encantaba la panadería, pero Dany era su mayor orgullo y alegría. Sus
momentos favoritos del día eran los que pasaba a solas con él, dándole el pecho, bañándolo, haciéndolo reír.


Le dio un beso en la cabeza y le susurró:
–Hasta luego, cariño.


Volvería con él en cuanto se deshiciese de Pedro y de Brian.


Luego se giró hacia su tía, que estaba detrás de ella, y le dio al bebé.


–Date prisa –le dijo–. E intenta que esté callado. Si se pone a llorar, enciende la televisión o la radio. Me desharé de ellos en cuanto pueda.


–De acuerdo, pero vigila los hornos. Las galletas en espiral estarán listas en cinco minutos. Y los pasteles de nueces y la tarta de limón tardarán un poco más. He puesto las alarmas.


Paula asintió y, mientras su tía subía con Dany al piso de arriba, ella empujó el moisés para meterlo en el almacén que tenían en la parte trasera y lo tapó con un mantel azul y amarillo.


Luego salió del almacén y miró a su alrededor, para comprobar que no quedaba nada que delatase la presencia de Dany.


Había un sonajero, pero diría que lo había olvidado un cliente. Y, con respecto a los pañales, podría explicar que los tenía allí porque a veces cuidaba al bebé de una amiga. Sí, sonaba creíble.


Utilizó un paño húmedo para limpiar la encimera en la que había estado trabajando su tía y sacó las galletas en espiral del horno, para que no se quemasen. El resto lo dejó como lo había encontrado. Luego volvió a empujar las puertas dobles de la cocina y… se dio de bruces con Pedro.




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