jueves, 28 de noviembre de 2019

SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 10




Había sido demasiado duro con ella por la mañana, reconocía Pedro, mientras la observaba tomar el merengue de limón. Era increíblemente sexy, aunque no parecía darse cuenta. Tenía un aire de inocencia que despertaba en él una vena protectora... aunque se regañaba a sí mismo por ser tan crédulo.


En su opinión, las mujeres eran el sexo fuerte y en los tribunales nunca dejaba de asombrarle su habilidad para mentir para salvar el pellejo. El jurado aún no había tomado una decisión sobre Paula Chaves y no podía catalogarla, pero conocerla estaba siendo una experiencia interesante.


El débil sol de otoño había desaparecido mientras volvían por el parque y la repentina tormenta fue tan fuerte como inesperada.


-Mañana traeré un paraguas -juró Paula mientras unas enormes gotas empapaban su traje por segunda vez aquel día.


-¡Aquí, ven! -Pedro la tomó del brazo para meterse bajo uno de los pocos árboles que conservaban las hojas. Pero tiró con tal fuerza, que Paula resbaló con las hojas y cayó en sus brazos-. Esto se está convirtiendo en una costumbre. Una costumbre muy agradable, por cierto.


¿Iba a besarla?, se preguntó ella. Vio que su cabeza se inclinaba como a cámara lenta y sintió su aliento en la cara; podía ver las finas líneas de expresión en sus ojos, su boca a unos centímetros... y no podía negar que eso la excitaba. Quería que la besara, quería sentir su piel.


¿Sería una prueba?, se preguntó entonces.


Margarita le había dicho que despidieron a una de las secretarias porque estaba claramente dispuesta a tontear con él.


Estar entre sus brazos, casi suplicándole con los ojos que la besara era más que tontear, pero no parecía capaz de controlarse. Y le sorprendía esa reacción; el sentido común parecía haberla abandonado.


Sin pensar, sus labios se abrieron como por decisión propia, pero en lugar de aceptar su oferta él dio un paso atrás. Claro que no iba a besarla. La había tomado en sus brazos para que no cayera al suelo y seguramente se sentía avergonzado por estar en esa posición. Paula quería morirse de vergüenza y apartó la mirada, segura de que en sus ojos vería un brillo de burla.


-Deberíamos volver a la oficina. Tenemos mucho trabajo esta tarde.


La voz de Pedro interrumpió los pensamientos de Paula, que asintió con la cabeza, preguntándose cómo podía parecer tan tranquilo. Pero el no había hecho el ridículo, naturalmente. Si aquello había sido una prueba, había fracasado espectacularmente. Pero la idea de haberse quedado sin trabajo era casi un alivio. Estaba segura de que no podría trabajar con Pedro Alfonso.


Fueron hasta la oficina en completo silencio, cada uno perdido en sus pensamientos, y nada más llegar Pedro desapareció en su despacho.


Paula estaba agotada y el hombro, que le había dado la lata toda la mañana, le dolía mucho mientras intentaba entender un programa de ordenador que le resultaba poco familiar.



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