sábado, 9 de noviembre de 2019
PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 10
El resto de la semana pasó deprisa. El personal del departamento de Ventas y de Marketing estaba muy emocionado con la Colección Para
Siempre, y el jefe de Paula le había pedido que hiciera las muestras de los anillos para la siguiente semana. Tendría que trabajar mucho todas las noches si quería cumplir el plazo, pero no le importaba. Tallar las piezas de joyería era su parte favorita del proceso y le encantaba ver cómo sus ideas iban tomando forma.
Además, el hecho de tener mucho trabajo era la excusa perfecta para pasarle el encargo de Pedro Alfonso a otro diseñador. Terminó el alfiler de corbata y se lo envió a Pedro con un mensajero, junto con el jersey y una nota cortés pero distante. Esperaba que ahí terminara todo.
No estaba segura de a quién le encargaría Franco el proyecto de Pedro. Estaba Pablo, un diseñador nuevo que tenía talento pero le faltaba experiencia. Anita Barnes era la mejor opción.
Era bastante atractiva, soltera y, como todo el mundo sabía, buscaba un marido rico.
Además, sabría cómo tratar a un hombre como Pedro. «No le devolverá los regalos caros tan rápido», pensó Paula.
Paula no comprendía por qué la idea de que Anita trabajara con Pedro la molestaba tanto.
Pero así era. Igual que los papelitos que recogió durante toda la semana en Recepción, donde la avisaban de que Pedro la había llamado varias veces. Ella se los llevaba al despacho, los observaba durante unos instantes, y los tiraba a la papelera.
Cada vez que sentía ganas de llamarlo, recordaba lo que había aprendido en el pasado, apretaba los dientes y se ponía a trabajar.
Aunque no pudiera quitarse a Pedro de la cabeza, se alivió al enterarse de que no pensaba asistir a la subasta. Silvia había averiguado que lo habían invitado, pero que él había presentado sus excusas junto con un generoso donativo para la asociación benéfica.
El viernes, Paula se marchó pronto del trabajo para que le diera tiempo a prepararse para la noche. Cuando entró en su apartamento, sintió un gran nudo en el estómago. ¿Cómo diablos se había metido en ese lío? Intentó no pensar en ello y se metió en la ducha. Después se vistió y se alegró de que Silvia se hubiera ofrecido a peinarla y a maquillarla. Las manos le temblaban tanto que estaba segura de que no habría podido hacerlo.
Paula se puso los zapatos de tacón y se sentó en la cama mirando al infinito. Se había quedado helada de miedo.
No podía evitarlo. No podría hacerlo.
Prepararía una bolsa de viaje, metería a Lucy en el coche y se marcharía de la ciudad durante el fin de semana. Silvia se decepcionaría. Pero cuando pasara todo, la comprendería.
Un golpe en la puerta interrumpió sus planes.
—Ya voy —gritó Paula. Pensó que sería Silvia, pero se alegró al ver que era Rosa Carson.
La abrazó y la invitó a pasar.
—Iba a llamarte, pero pensé que era mejor venir —dijo Rosa—. Oh, cielos, estás preciosa —exclamó, mirándola de arriba abajo.
—Tú también —contestó Paula.
Paula nunca había visto a su amiga tan elegante y se quedó sorprendida. Rosa llevaba un vestido plateado con un drapeado en el escote rematado con raso plateado. Iba más maquillada y mejor peinada de lo habitual.
Era una mujer encantadora y Paula se preguntaba por qué nunca se había vuelto a casar. Pero nunca se lo había preguntado.
—Gracias, cariño. Me gusta ponerme elegante de vez en cuando es divertido, ¿no crees?
—Quizá… si lo único que tuviera que hacer fuera beber champán durante toda la noche. Pero subirme a un escenario y participar en esa subasta… —Paula suspiró y retiró un mechón de pelo que le caía sobre los hombros—. No puedo hacerlo, Rosa. No puedo.
Rosa la miró durante un momento, sin decir nada. Después le agarró la mano y dijo:
—Sé que sientes pánico escénico, Paula. Es normal —Rosa la miró a los ojos—. Sé que todo esto de la subasta es una idiotez. Estoy de acuerdo contigo. Pero es por una buena causa y creo que será una buena experiencia para ti, cariño. No pienses en ello como si fuera algo serio. Hazlo solo para divertirte.
—Para divertirme, creo que preferiría que me hicieran una endodoncia —Paula la miró y no pudo evitar sonreír.
—Vamos, Merri —dijo Rosa—. No pienses en Silvia. Ni en la asociación benéfica. Hazlo por ti. Es tu oportunidad para despegar el vuelo. Actúa un poco. Piensa que eres una actriz que representa un papel. Nunca has pensado que te gustaría ser otra persona, ¿una rompecorazones? —bromeó Rosa—. Bueno, aquí tienes tu oportunidad.
—Sí, esa soy yo. La gran rompecorazones —murmuró Paula.
—Vamos. ¿Para qué tienes los ojos? ¿No has visto lo guapa que estás? Estoy segura de que vas a ser el éxito de la noche. Y quién sabe, a lo mejor conoces al hombre de tus sueños.
—Pues alguien debería advertirle que a medianoche me convierto en calabaza —contestó Paula.
Además, ya lo había conocido. Pero lo había alejado de ella…
—Algunos hombres prefieren la tarta de manzana… y otros la de calabaza. Eso es lo que hace girar al mundo —contestó Rosa, y se encogió de hombros—. Entonces, ¿eso quiere decir que vas a hacerlo?
—Me has convencido, Rosa —dijo Paula, y se puso el chal de terciopelo sobre los hombros—. Además, Silvia nos asesinará a las dos si no aparezco, y no me gustaría que te sucediera nada.
—No te preocupes por mí, cariño. Puedo cuidar de mí misma —le guiñó un ojo. A veces, Paula tenía la sensación de que su amiga era misteriosa. Rosa guardaba algún secreto, eso seguro.
—Oh, casi se me olvida. El broche que me prestaste —dijo Paula. Buscó un joyero en la mesita de noche y lo abrió—. Quiero llevarlo esta noche, ¿me ayudas a ponérmelo?
—Será una placer —ayudó a Paula a ponerse el broche en el vestido—. El toque perfecto —dijo Rosa, y dio un paso atrás para verla mejor.
Paula se miró en el espejo del pasillo. Parecía que el broche estaba hecho a propósito para ese vestido. Se quedó como hipnotizada mirando el brillo de diferentes colores que producía el reflejo de la luz en las piedras. Experimentó una sensación extraña. Como si alguien le acariciara la espalda con las manos heladas y se le pusiera la carne de gallina.
«Son los nervios», pensó. Pero aun así…
—El vestido… no crees… ¿no crees que es demasiado escotado? —preguntó.
—Para nada —le aseguró Rosa.
—El broche es precioso. Gracias otra vez por dejármelo —Paula le dio un beso a Rose en la mejilla—. ¿De dónde lo sacaste? ¿Te lo regalaron?
—Oh, es una larga historia, cariño. Algún día te la contaré. Pero te diré que siempre me ha dado suerte… Mira —Rosa le mostró el reloj a Paula—, se está haciendo tarde. Le prometí a Silvia que te llevaría a las siete y media. Será mejor que nos vayamos.
—Sí, será mejor —abrió el pequeño bolso de seda y comprobó que tenía todo lo que necesitaba. Se alegraba de que Rose estuviera con ella. Sus palabras le habían calmado los nervios, y el broche le había dado la fuerza necesaria.
Mientras se dirigían hacia el ascensor, Paula acarició de nuevo el broche como si fuera su talismán secreto. Miró a Rosa y vio que estaba sonriente. Quizá, después de todo, consiguiera sobrevivir aquella noche…
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