sábado, 9 de noviembre de 2019

PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 12





—Bueno, ¿hacia dónde vamos? —preguntó Pedro.


—¿Perdón? —dijo ella.


—¿Cómo vamos a tu casa desde aquí? ¿Vives en la ciudad? —preguntó él.


—Hmm… sí. Sí, no está muy lejos de aquí —contestó ella. Se alegró al ver que Pedro no tenía intención de llevarla a casa de él—. Vivo en Amber Court, cerca de Ingalls Park. ¿Sabes ir hasta allí?


—Ése es un vecindario estupendo. Me encanta —dijo él—. Sobre todo el parque. Voy a pasear o a correr por el camino que rodea al lago.


—Yo también —dijo Paula—. Suelo ir con Lucy. No va al mismo ritmo que yo, pero le encanta.


—¿Lucy? ¿Es una amiga tuya?


Paula iba a explicarle que Lucy era su perra, pero después pensó que si no lo hacía tendría un poco de ventaja sobre él.


—Uh… sí. Una amiga. Una muy buena amiga —contestó—. Vivimos juntas.


—Ah, así que tienes una compañera de apartamento.


¿Era su imaginación, o Pedro estaba decepcionado porque ella no vivía sola? 


Paula contuvo una sonrisa.


—Sí, compartimos el apartamento —en realidad, no mentía—. Es una amiga de verdad. Estoy segura de que me está esperando despierta.


—Es importante tener buenos amigos. Es bueno compartir las experiencias con alguien al final del día, ¿no crees? —preguntó él.


—Sí, por supuesto. Es muy bueno —contestó ella. No estaba pensando en Lucy, sino en él.


Imaginaba llegar a casa y compartir sus experiencias con él. «Qué tontería», pensó. Miró por la ventana y después lo miró a él.


Como el coche era muy pequeño, sus rostros quedaban muy cerca. Él era tan atractivo. Tan fuerte y masculino. Cuando estaba junto a él, Paula sucumbía ante su atractivo y energía, como si una gran corriente la arrastrara hasta el fondo del mar. Él no tenía que hacer nada especial. Ni decir nada. Era… él. Eso era lo que la asustaba.


Cuando llegaron al cruce de Amber Court, ella dijo:
—Es en este cruce. Tuerce a la derecha. Mi casa está en la mitad de la calle, en el número veinte.


Él aparcó el coche y la ayudó a salir. Paula sacó las llaves y abrió la puerta del portal.


—Bueno, supongo que tendrás que irte, así que buenas noches —dijo ella, y se volvió a mirarlo. 


Él estaba muy cerca. Lo bastante cerca como para inclinarse y darle un beso… si quisiera.


Paula dio un paso atrás y lo miró. Después se dio cuenta de que llevaba la botella de champán.


—Oh, toma. Se me olvidaba —le dijo, y se la dio—. Es parte de tu premio.


—Gracias —él tomó la botella, sin dejar de mirar a Paula—. Y no, no tengo que irme. Me gustaría continuar con nuestra cita. Pero no me gusta el champán… ¿la quieres tú?


—A mí tampoco me gusta demasiado. Me da dolor de cabeza.


Él se rio.


—A mí también —sus miradas se cruzaron y ella sintió que le flojeaban las piernas.


—¿Y un café? —le preguntó ella.


—¿El café? Eso nunca me da dolor de cabeza —contestó él.


—No… ¿te apetece tomar uno?


Él se quedó sorprendido. Después, encantado.


—Me encantaría… si no es mucho problema.


—Ningún problema —le aseguró ella, y se encaminó hacia el ascensor.


—¿A tu compañera no le importará? —preguntó Pedro, y miró el reloj—. Es un poco tarde.


—A Lucy no le importará. Le encanta conocer gente nueva.


—Entonces, encantado —contestó él. Subieron en el ascensor hasta la tercera planta. Era casi medianoche, la hora mágica de los cuentos de hadas.


Paula abrió la puerta y oyó que Lucy se acercaba corriendo.


—Hola, cariño —dijo Paula, y se agachó para acariciarla—. ¿Te has vuelto a meter en mi cama, dormilona?


Lucy se interesó por Pedro. Le olisqueó las manos y las piernas y después le dio un lametón para saludarlo.


—Hola, perrita bonita —dijo Pedro, y miró a Paula—. ¿Cómo se llama?


Paula se puso en pie y se estiró el vestido.


—Lucy —dijo sin más. Se mordió el labio inferior y esperó a ver cómo reaccionaba él. Al principio parecía asombrado, después, frunció el ceño, y finalmente, se rio.


—Hola, Lucy —dijo él—. Encantado de conocerte, pequeña.


Paula se rio y se marchó a la cocina para llenar la cafetera. Él tenía buen sentido del humor, y eso le gustaba.
  

—Tienes una casa muy bonita —dijo Pedro, desde la puerta de la cocina—. Me gusta cómo la tienes decorada.



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