miércoles, 23 de octubre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 3




-¿A que era divertido ese señor, mami? -gritaba Marcos sin dejar de pegar saltitos-. Lo hemos asustado, y eso que era mucho más grande que nosotros.


-Lo habíamos atrapado -intervino Abril con risilla traviesa-. ¡Nuestra trampa funcionó! Es una lástima que nos hiciera quitarla. Oye, mami, deberías haber hecho que comprara algo.


-No hemos hecho nada malo -dijo Marcos al ver la expresión del rostro de su madre-. Dijiste que podíamos salir.


-¡Yo no dije nada de eso!


-Más o Menos.


-¿Cómo he podido decir más o menos que podíais salir? -Paula se inclinó hacia su hijo, ansiosa por ver cómo se las arreglaba para salir de esa. Con mucha astucia, seguramente.


Cuando los gemelos tenían tres años habían aprendido a leer solos, dejando boquiabierto a todo el mundo. Resultó que tenían un coeficiente intelectual muy por encima de la media. Paula había tenido que admitir que sentía una mezcla de orgullo, emoción y miedo ante la idea de criar a unos niños tan listos.


-Bueno, amiguito, ¿qué tienes que responder? - presionó al pequeño.


Marcos puso un gesto de concentración y su madre tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para reprimir una sonrisa al ver sus propios gestos en el pequeño rostro del niño.


-Cuando íbamos a salir, yo susurré, quería hablar muy bajo porque nos habías dicho que no hiciéramos ruido; bueno, el caso es que te dije que estaríamos en la acera justo al lado de la tienda. Y tú dijiste que sí con la cabeza.


-¿Ah, sí?


-Bueno, a lo mejor solo pestañeaste -admitió a regañadientes.


Paula ya no pudo aguantar la risa por más tiempo.


-Marcos Wilmont, debes creer que nací ayer. Vas a tener que buscarte una explicación más convincente -al ver que no se le ocurría nada, decidió preguntar a su cómplice-. ¿Y tú tienes algo que decir?


-No… Bueno, sí, que sabemos que no naciste ayer porque eres muy vieja, casi tanto como la tía Celina.


-Que está a punto de entrar en la tercera edad -añadió la mencionada entrando por la puerta que provenía de la trastienda. En realidad, Celina era una mujer inteligente y aguda, aunque el aspecto que le daban aquellos estrafalarios vestidos que elegía no encajaba con su verdadero carácter. Por supuesto, eso no le afectaba lo más mínimo a Paula, que también era famosa por la excentricidad de su ropa-. ¿Qué tal va todo por aquí? -preguntó mirando a los pequeños.


-¡Muy bien! Salimos a cazar clientes y atrapamos uno.


-Sí, pero mamá nos obligó a dejarlo marchar -añadió Abril, apenada.


«Sí, y eso que era un ejemplar digno de retener», pensó Paula preguntándose qué se sentiría zambullendo los dedos en aquel pelo tan brillante.


-¿Y cómo conseguisteis atrapar un cliente? - preguntó la tía Celina, intrigada.


-Pues con un cordón -respondió Marcos como si fuera algo obvio.


-Claro. La verdad es que sois unos verdaderos expertos en marketing. Pero ahora necesito que vayáis a jugar a la trastienda, vuestra mamá y yo tenemos que hablar.


Paula se preguntó qué le tendría que decir su tía mientras ella miraba el correo.


-He encontrado un inquilino para el apartamento y el local de al lado -anunció al tiempo que hojeaba un catálogo-. Nunca pensé que volvería a alquilarlos.


Paula se acercó a la silla más cercana y se sentó inmediatamente porque la cabeza le daba vueltas, pero Celina continuaba con la mirada perdida en el catálogo.


-El nuevo inquilino desea mucha tranquilidad. Hasta me ha pedido que condenemos la puerta que conecta la tienda con el otro local. También me preguntó si la gente que vivía en el apartamento contiguo, es decir vosotros, era ruidosa. Yo intenté no mentir y le dije que erais tan tranquilos como los ratones de una iglesia.


Paula asintió ausente y sin dejar de mirar al arco que comunicaba con el local. No era ninguna maravilla, pero para ella era el más bonito del mundo. De hecho, llevaba tiempo planeando comprárselo a Celina tan pronto como tuviera dinero para hacer de él su taller de diseño.


Bueno, eso había sido hasta hacía solo unos segundos. Pero, a pesar de la noticia que le acababa de dar su tía, no podía renunciar a su sueño sin luchar:
-¿Y a qué se dedica ese nuevo inquilino para necesitar tanta tranquilidad? Resulta un poco sospechoso, ¿no crees? ¿Le has pedido referencias, o has comprobado si tiene antecedentes?


Celina resopló y dejó sobre la mesa los papeles que tenía en la mano.


-Es el hijo de un viejo amigo… un buen amigo.


Estaba claro que se trataba de uno de esos a los que el conservador padre de Paula denominaba «los romances bohemios de la tía Celina». Tenía que admitir que aquella batalla estaba más que perdida.


-Y puede permitirse el alquiler, no necesito saber nada más.


-Eso es un poco confiado por tu parte. Recuerda que ya no estamos en la granja en Hart.


Celina se colocó las gafas como si no pudiera creer lo que veía, después miró a Paula con el ceño fruncido.


-Sí, ya había notado que nos habíamos alejado mucho de Hart pero, dejando a un lado la geografía, Paula, llevo viviendo en Royal Oak casi treinta años; aquí he conseguido sacar adelante mi negocio sin dejar de confiar en la gente.


-De acuerdo, mensaje recibido -respondió su sobrina en tono sombrío-. Seguro que todo va bien.


-Mira, no sé qué es lo que te tiene de tan mal humor y sé que no me lo vas a contar.


-No me pasa nada. Solo dime qué es lo que quieres que haga -«a lo mejor quieres que me clave unas cuantas agujas bajo las uñas».


-Para empezar, podrías dejar de comportarte como si estuviera a punto de ocurrir lo peor. En tu caso, seguramente eso ya ha ocurrido, si eso te sirve de consuelo.


-Me temo que tampoco a partir de ahora va a ser mucho mejor -especialmente ahora que acababa de perder la posibilidad de realizar su sueño.


-Vamos, anímate. El nuevo inquilino no es ningún psicópata y no creo que esté maquinando la destrucción del mundo. A lo mejor hasta te gusta, quién sabe.


Paula reprimió el grito de «¡imposible!» que luchaba por salir de su boca.


-Quizá podrías ir a presentarte.


-No, he decidido alejarme de los hombres - anunció con determinación al tiempo que se acomodaba en la silla de coleccionista en la que estaba sentada.


-Paula Wilmont, eres un verdadero misterio para mí.


-Paula Chaves, me he deshecho del apellido de Aldo.


-Entonces ahora solo te queda deshacerte de todas las cosas desagradables que le dejaste que te metiera en el corazón y en la cabeza -sugirió su tía con igual firmeza-. ¡Y levántate de esa silla inmediatamente! Bueno, en realidad la verdadera noticia -continuó una vez que comprobó que su sobrina se había puesto en pie sin rechistar- … es que me voy a ir un tiempo fuera de la ciudad, unas tres semanas. Un anticuario que conozco en Seattle va a cerrar su negocio y voy a ver qué encuentro. Se me ha ocurrido que, ya que estás tú aquí, voy a tomarme las primeras vacaciones desde hace un montón de tiempo, creo que desde el concierto de Woodstock -recordó con sonrisa pícara y nostálgica.


Paula volvió a notar que se le iba la cabeza. 


Tres semanas atada a la tienda sin ayuda mientras veía cómo se le escapaba la oportunidad de su vida. Las agujas bajo las uñas cada vez parecían mejor alternativa.


Por otra parte, su tía la había acogido tras el divorcio, cuando trataba de huir de Aldo, de su amante y de todos los cotilleos de Boston. Sin ella habría acabado viviendo otra vez con sus padres, a quienes quería enormemente, pero mudarse con ellos habría sido como una admisión pública de fracaso. En una ciudad tan pequeña como Hart resultaba imposible tener secretos.


-¿Tres semanas? -preguntó resignada.


-Relájate, en otoño nunca hay mucho trabajo. Además, esto es una tienda de antigüedades, no una fábrica de dinamita; lo único que tienes que hacer es estar aquí. ¡Y deja de morderte las uñas, por Dios!


«Maldita sea. Estaba haciéndolo otra vez». Bajó la mano con furia. La última vez que se había mordido las uñas había sido cuando Aldo la abandonó.


-De acuerdo, no te preocupes.


-Ah, una cosa más sobre el inquilino: tiene… mucha personalidad. No dejes que te intimide -la aconsejó Celina antes de salir de la tienda.


-No podrá si lo intimido yo antes -se dijo en voz alta al tiempo que se dejaba caer sobre el asiento de la preciosa silla de coleccionista de su tía.




1 comentario:

  1. Ya me atrapó esta historia, imagino diversión con las ocurrencias de los gemelos jajaja.

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