miércoles, 23 de octubre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 2




Aquel hombre sujetaba a Abril y a Marcos a cierta distancia de su cuerpo; como si intentara evitar el más mínimo contacto físico. De hecho, Paula pensó que parecía no haber estado jamás a tan corta distancia de un niño.


-Ya puede soltarlos.


-Claro -nada más hacerlo, dio un paso atrás y pareció tentado de limpiarse las manos en los pantalones, o incluso lavárselas con desinfectante.


-Puede, que estén un poco desaliñados, pero le aseguro que no son contagiosos -aseguró ella viéndose obligada a defender a sus pequeños.


-¿Acostumbra a dejarlos estar en la calle a sus anchas? -respondió él haciendo caso omiso a su comentario-. Me los he encontrado en la acera. ¿Quiere saber qué estaban haciendo?


Aquel era un juego del que jamás podría salir victoriosa, así que prefirió decir que no con la cabeza y mantenerse en silencio.


-Habían atado un extremo de un cordón a un parquímetro y el otro a una maceta que había al otro lado de la acera; habían intentado camuflarlo con un montón de hojas secas -como evidencia le mostró un par de ellas que llevaba en la mano-. Si no puede controlarlos, a lo mejor debería ponerles un vigilante armado.


Paula miró a sus hijos con cara de pocos amigos, pero ellos estaban demasiado ensimismados observando al desconocido como si fuera un superhéroe.


-A ver, vosotros dos -dijo ella chasqueando los dedos para llamar la atención de los pequeños-. Bueno, ya podéis explicarme qué estabais haciendo.


-Intentábamos atrapar algún cliente para la tía Celina -respondió Marcos mientras Abril asentía haciendo que sus rizos negros botaran de arriba abajo.


Por primera vez, Paula miró al caballero que los había atrapado y sonrió muy a su pesar. «Buen trabajo, chicos… Habéis cazado una magnífica presa», ese fue su análisis inicial.


El desconocido alzó las cejas a la espera de algo que explicara aquella sonrisa. Pero no había explicación posible aparte de una ligera locura transitoria, especialmente después de su resolución de alejarse de los hombres. Pero bueno, esa resolución no prohibía que admirara ciertos ejemplares como quien observara una obra de arte en un museo.


Tenía el pelo un poco largo; en otros hombres habría parecido atrevido, en él resultaba natural. 


A diferencia de Aldo, su odioso ex marido, ese caballero no estaba encorsetado por una camisa abrochada hasta arriba y una corbata bien apretada.


El tipo que tenía en frente era alto y fuerte. 


Había cierta diferencia de altura entre ellos. Lo justo para que, si bailaran juntos, la cabeza de Paula quedara justo…


-Me está mirando fijamente.


Tenía una sonrisilla traviesa que le resaltaba los dientes sobre la piel bronceada. Paula cayó en la cuenta de que le gustaban los hombres que tenían aspecto de haber pasado horas al aire libre. Nunca lo había analizado hasta ese momento, pero con solo mirar a aquel desconocido podía percibir el olor a hierba fresca. Se lo podía imaginar perfectamente trabajando al sol sin camisa…


-Sigue mirándome.


Para ser sinceros, «mirar» era un término demasiado suave para lo que acababa de estar haciendo; lo observaba embobada al igual que lo hacían los gemelos, pero con un interés mucho más adulto que había hecho que el corazón empezara a latirle amenazando con salírsele del pecho. Luchó por encontrar algo que decir para aplacar su acalorada imaginación.


-Lo siento, no tenía intención de… No estaba pensando en usted -aquella evidente mentira la hizo sentirse un poco incómoda.


Él se echó a reír.


-Gracias por intentar fortalecer mi ego. Podría haberme dejado creer que había sido mi aspecto lo que la había dejado sin habla.


Hacía muchos años que no le brillaban los ojos a alguien de ese modo por ella. Ni siquiera estaba segura de que hubiera ocurrido alguna vez.


Sintió un escalofrío. Lo cierto era que en el terreno de la seducción y el flirteo tenía menos práctica que una monja de clausura.


Decidió centrar su atención en un punto algo más seguro, sus hijos.


-¿Cuántas veces os he dicho que tenéis que quedaros dentro de la tienda? Sabéis que…


-A pesar de lo entretenido que promete ser, creo que voy a perderme el discurso maternal. Tengo cosas que hacer.


Paula notó que otro escalofrío le recorría el cuerpo al oír aquella voz suave y profunda. El caballero se detuvo a unos pasos de la puerta, como si realmente no quisiera irse y, por un momento, ella tampoco quiso que se marchase. 


Pero entonces se acordó de que su último visitante masculino se había ido con una bonita mancha en los pantalones por cortesía de un encantador niño de cinco años.


Además, había decidido alejarse de los hombres por un tiempo porque tenía claro que era lo mejor para todos.


-Bueno, muchas gracias -le dijo Paula con dulzura.


-No ha sido nada -respondió él despidiéndose de los gemelos con un gesto.


-Oye, Paula -era Malena, que acababa de salir de la trastienda y se había quedado anonadada mirando al caballero-. ¿Ese alejamiento tuyo tiene que incluir a «todos» los hombres? Porque eso que acaba de salir por la puerta parecía un ejemplar de los que es mejor no desperdiciar.


Paula se echó a reír con una mezcla de nerviosismo y excitación que le había provocado la presencia de aquel tipo.


-No te dejes engañar, Male. Por muy atractivos que parezcan, en el fondo no son más que unos críos. Todavía no he conocido a un solo hombre que se comporte como tal.


-Eso es porque te deshaces de ellos antes de poder comprobarlo de manera veraz.


Al oír aquello sintió una punzada.


De lo que no había conseguido deshacerse era del recuerdo de ciertas discusiones con Aldo. 


«¿Es que no puedes ser como todo el mundo? ¡Un solo niño no era suficiente, tenías que tener dos! Y esa ropa que te haces. ¿Por qué no fuiste a ver a la estilista que contraté para ti?»


Levantó la cabeza con la determinación de espantar el fantasma de su relación con Aldo.


-No más hombres. Está decidido.


-¡Por amor de Dios! -exclamó su amiga torciendo el gesto-. Solo tienes veinticinco años. ¿Es que tienes la intención de pasar sola el resto de tu vida? -entonces se le iluminó el rostro al recordar algo-. Por cierto, Dani dice que tiene un compañero nuevo en la oficina…


Paula puso las manos para que le sirvieran de escudo. Tenía la sensación de que el marido de Malena disponía de todo un arsenal de amigos solteros deseando conocerla… hasta que aparecían los gemelos corriendo hacia ellos con los brazos abiertos y gritando: «¡Papi!» Su jueguecito había provocado más de un susto.


-Ni hablar, Male. Además, te recuerdo que no estoy sola precisamente -dijo señalando a Marcos y Abril, que se habían quedado con la nariz pegada al cristal de la puerta, viendo cómo se alejaba su nuevo héroe-. Me temo que estos dos van a ocupar los próximos doce años de mi vida. A lo mejor en ese tiempo alguno de los críos que he conocido habrá conseguido madurar.


-Solamente es necesario que madure uno, solo uno. Ese hombre que se acaba de marchar, por ejemplo; a mí me ha parecido bastante maduro.


Antes de que Paula se viera obligada a rebatir aquella verdad irrefutable, Malena miró la hora.


-¡Son casi las cuatro! Tengo que irme corriendo -se detuvo poco antes de llegar a la puerta-. Sé que estás ocupada, pero, ¿mañana podríamos trabajar un poco en ese maravilloso vestido que estás diseñando para mí?


-Claro -pero por el momento eso tendría que esperar. En cuanto Malena hubo salido de la tienda, Abril y Marcos la rodearon.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario