miércoles, 30 de octubre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 26





Aquella noche, Pedro le pidió a Paula que eligiera el restaurante que quisiera para ir a cenar. Le agradó y sorprendió que ella optara por un pequeño restaurante chino de ambiente familiar donde la comida era deliciosa además de bastante barata. Aunque no podía dejar de preguntarse si habría elegido otro lugar más sofisticado de haber sabido que Pedro tenía dinero. Se sintió mezquino solo por pensar algo así.


Después de la cena, la llevó a su futura galería de la música. A diferencia de Victoria, que le había dicho que sus planes eran una auténtica locura, Paula opinaba que estaba haciendo lo mejor al escoger un trabajo que lo hacía feliz. 


Eso le gustó. Le gustó mucho.


También descubrió de dónde habían sacado los niños esa increíble curiosidad, porque Paula se paseó por la galería deteniéndose en todos y cada uno de los instrumentos, muchos de los cuales también trató de tocar. Mientras tanto, Pedro la observaba disfrutando con su interés, extasiado con sus movimientos y sus intentos por sacar sonidos de los difíciles instrumentos. Hubo un didgeridoo que se le resistió especialmente y, cuando llevaba un rato peleándose con él, pareció darse cuenta de pronto de que él también estaba allí.


-¿Cuál es el truco? -le preguntó con cara de frustración.


-Pues, a no ser que quieras acabar perdiendo el conocimiento, no se trata solo de soplar. Acuérdate de cómo inflan la boca los trompetistas o los saxofonistas -le explicó mientras se acercaba a ella-. Déjame que te lo enseñe.


Lo miró sonriendo, haciendo que a él se le acelerara el pulso.


-Encantada -respondió dándole el didgeridoo-. Me encantará aprender de un maestro. Una noche, cuando acababas de mudarte, me estaba dando un baño y estuviste a punto de matarme del susto con esta cosa -continuó hablando sin darse cuenta del efecto que estaban teniendo en él aquellas palabras-. También estuviste a punto de romperme una copa de vino.


«Baño… Vino…»


Sus palabras se fueron uniendo con la fuerza de un torbellino y lo rodearon dejándolo confundido. Pedro cerró los ojos y ante él apareció la imagen de Paula en su hermosa desnudez…


-¿Pedro?


-Sss… ¿Sí?


Se quedó mirando al instrumento que tenía en la mano, o al menos eso esperó él, dado que había otra cosa que también sobresalía por debajo de su cintura.


-¡Ah… sí! ¡El didgeridoo!


El problema era que tocar aquel instrumento requería un enorme control de la respiración, algo para lo que no se veía capacitado en ese momento. Aun así, lo intentó. Como se temía, lo que salió fue un sonido bastante poco digno de un supuesto experto en la materia.


-¿Eso es lo mejor que puedes hacer? -le preguntó inocentemente, pero hiriendo su orgullo masculino.


-A ver si tú lo haces mejor -replicó él devolviéndole el instrumento.


Y lo hizo, lo hizo mucho mejor.


-Bueno, una fantasía menos, siempre había querido tocar una de estas cosas.


Pedro se preguntó qué otras fantasías estaría dispuesta a cumplir esa misma noche. La manera en la que Paula acariciaba todos los objetos de la galería no lo ayudó a sentirse mejor; él quería ser el siguiente al que observara y tocara. Intentó relajarse un poco y pensar en otra cosa.


-Entonces, ¿qué te parece el sitio?


-Pues… está bastante bien -respondió ella después de unos segundos de duda.


Esa, obviamente, no era la reacción entusiasta que esperaba. Estaba claro que quedaban muchas cosas por hacer, en parte porque ella había supuesto una distracción demasiado poderosa para que a Pedro le cundiera el tiempo como había esperado.


-¿Crees que tú lo podrías haber dejado mejor?


Notó que aquella pregunta había provocado algo que no reconocía dentro de ella.


-Me imagino que nunca lo sabremos.


-¿Por qué? ¿Hay algo que yo no sepa?


Se tomó unos segundos antes de contestar.


-Yo quería este local para montar mi negocio y ganar un poco de independencia. Solía sentarme en la tienda de Celina a planear cómo lo remodelaría y lo decoraría. Entonces apareciste tú y construiste esa pared -añadió señalando el nuevo tabique-. Se acabó.


Otra cosa más en su contra, pensó Pedro


Jugaba con desventaja desde antes incluso de conocerse.


-¿Alguna vez le contaste a Celina tus planes?


-No con tantas palabras.


-¿Por signos?


-No, no… no se lo dije. ¿Contento?


-Oye, lo siento. Tu tía es muy buena, seguramente te habría ayudado a conseguirlo.


-Me dio miedo pedírselo, eso es todo. No quería arriesgarme a que alguien más me dijera que no, ya he tenido suficiente. «No te quiero. No me importan los niños lo más mínimo. No, yo no…» -se detuvo de repente y lo miró con una triste sonrisa-. Lo siento, me he dejado llevar.


Pedro sintió el impulso de abrazarla, de hacerle todo tipo de promesas, unas promesas que nada tenían que ver con su nueva vida sin compromisos. Prefirió no hacer nada.


-No te preocupes. El problema es que si no preguntas, tampoco oirás el sí.


-Lo sé -reconoció al tiempo que se retiraba un rizo de la cara.


La tentación. No pudo aguantar más; se acercó a ella y empezó a jugar con un rizo de su pelo negro, era como seda entre sus ásperas manos.


-Me gustaría decirte que siento haber alquilado este lugar, pero no sería cierto. Gracias a eso te he conocido.


Su rostro se relajó al oír aquello, incluso sonrió. Pedro pensó que podría hacer cualquier cosa por no dejar de ver esa sonrisa.


-Bueno, tenerte de vecino no está tan mal después de todo. Me ha dado la oportunidad de enfadarme por una cantidad de ruidos que la mayoría de la gente no llega a escuchar en toda su vida. Por no hablar de la aventura de reptar por el túnel misterioso.


No pudo evitarlo.


-Y también está esto -se inclinó sobre ella y la besó en la boca entreabierta. Era algo mágico rozar aquellos labios.


-Sí, eso también -dijo besándolo ella esa vez.


Deseaba despojarla de toda la ropa poco a poco y hacerle el amor toda la noche. Le vino a la cabeza su propio consejo: «si no preguntas…» 


Aquellas palabras eran como un canto de sirena, irresistible, poderoso y probablemente también fatal. Todavía tenía que conseguir que Paula se reconciliara con la imagen que se había creado de él, tenía que demostrarle que no volvería a mentirle. Se conformaría con un beso más. La tomó entre sus brazos y ella se recostó en su pecho. Confiaba en él aunque no hubiera hecho nada para ganarse esa confianza. Podría perderse en su mirada, en el tacto de su piel; desde su pelo hasta sus caderas. Era una mujer con curvas, no como esos sacos de huesos que se habían puesto de moda. Era demasiado tentador. Le puso las manos en el trasero mientras le rozaba la lengua con la suya. Ella lo apretó con fuerza, como si quisiera hacerlo parte de su cuerpo. Solo ese pensamiento hizo que Pedro perdiera el control.


Paula llevaba un top de seda que se abrochaba en la espalda con un nudo. Mientras la besaba, empezó a juguetear con los extremos de ese nudo. Después empezó a besarle el escote. 


¿Por qué demonios no llevaba algo sencillo con una cremallera o unos simples botones? Cosas que cualquier hombre habría sabido desabrochar. Con eso tan complicado no podía.


Ella se echó a reír y el retumbar de su carcajada provocó en él aún más deseo.


-¿No te gusta mi original diseño? Es un poco difícil, ¿verdad?


Pedro ya no sabía ni qué hacer consigo mismo.


-Mira, te lo voy a preguntar directamente. ¿Puedo subirte a casa y hacerte el amor?


Ella levantó las cejas sorprendida.


-¿Ni siquiera un «por favor»?


Entonces se dio cuenta de que se estaba comportando como un imbécil.


-No creo que eso fuera a ayudar mucho, ¿no es así?


Paula se alejó de él quedándose fuera de su alcance.


-Tengo que admitir que soy nueva en todo esto. Quiero decir que, antes de Aldo, no había salido con muchos hombres. Pero estoy bastante segura de que debería haber un poco más de… romanticismo. Aunque, incluso con todo ese romanticismo, nos hemos olvidado de un pequeño detalle. Mis hijos están justo al otro lado de la pared.


Tenía razón, en eso no había pensado. En realidad, no había pensado en nada, solo se había dejado llevar por el deseo. Decidió recurrir al humor.


-¿Y si te prometo que no haré ruido?


Ella emitió una especie de rugido de frustración.


-Pedro, ya intenté explicarte todo esto. Soy lo único que tienen Abril y Marcos, y soy yo la que les tengo que servir de modelo de comportamiento. Eso no incluye lo que… bueno, lo que tú estás sugiriendo - añadió ruborizada-. Creo que no tienes la menor idea de la responsabilidad que eso supone. ¿Alguna vez has tenido que pensar en alguien aparte de en ti mismo?


-¿Qué te parecen cincuenta empleados, el banco y un asesor financiero?


-Sí, pero toda esa gente volvía a dormir a su casa. Te estoy hablando de obligaciones familiares.


Volvió a acercarse, pero solo consiguió que ella diera un paso atrás.


-Llevo trabajando desde los dieciséis años y, en todo ese tiempo, no he hecho otra cosa que responder por los demás y ser responsable de ellos -estaba harto de que la gente le dijera quién era y quién debería ser-. Ahora solo respondo por mí; puede que te parezca egoísta, pero no me juzgues hasta que me conozcas, y no metas a tus hijos en algo que es solo entre tú y yo. Ellos no tienen nada que ver.


-¿Que no tienen nada que ver? -el tono de su voz había aumentado varios decibelios.


Pedro se dio cuenta de que acababa de meterse en un tremendo hoyo del que le iba a resultar muy difícil volver a salir.


-Paula, lo siento -dijo pasándose la mano por el pelo en un gesto de desesperación-. No quería decir lo que he dicho -la expresión de su rostro se dulcificó ligeramente y él volvió a recobrar la esperanza-. Me he comportado como un estúpido. Es que me has dado en el punto débil. Lo que quería decir es que…


Esa vez fue ella la que se acercó a él.


-Ya te he entendido, ahora quiero que me entiendas tú a mí. Soy madre y eso está por encima de todo. Afecta a todas las decisiones que tomo. Mira, puede que piense que eres el tipo más guapo del mundo, que hasta crea que eres divertido e inteligente, pero hasta que no me demuestres que aceptas a Abril y a Marcos, no voy a subir a tu apartamento ni voy a ir a ningún otro lado contigo. ¡Por Dios, madura ya! ¡Y córtate el pelo!


-¿Que me corte el pelo?


-Sabes a qué me refiero.


Salió de allí con toda tranquilidad, y unos segundos después la oyó subir las escaleras hacia los apartamentos.


«He vuelto a estropearlo».


Esa misma noche, nada más salir de la ducha, Pedro se tumbó en la cama cubierto solo por una toalla y todavía algo mojado, y se puso a tocar una delicada flauta africana… para Paula.


Detestaba la idea de estar separado de ella por esa pared, por el tema de sus hijos y por todas las responsabilidades que no estaba dispuesto a aceptar. No sabía cómo iba a superar todos los obstáculos que lo alejaban de ella.


-Que duermas bien -murmuró Pedro sabiendo que él no iba a poder pegar ojo.




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