miércoles, 30 de octubre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 24




Con la cabeza apoyada en la pared y los ojos cerrados, Paula permaneció unos segundos en un rincón del castillo imaginando que se encontraba en mitad de una selva tropical y que el sonido de la fuente era en realidad una cascada de cientos de metros de altura. El ambiente cálido y húmedo la hacía sentirse lánguida. Con un poco de esfuerzo, podría incluso olvidar todo lo que la preocupaba.


-No voy a desaparecer así como así -oyó de repente decir a Pedro desde muy cerca -Paula respiró hondo con la esperanza de que le permitiera seguir relajada, pero no hubo suerte.
Pedro era como un gato salvaje y ella era la única presa que tenía a la vista-. Cobarde.


-Yo no soy… -se detuvo en cuanto se dio cuenta de que estaba intentando provocarla.


El sonrió satisfecho.


-Sabía que todavía te quedaban ganas de seguir peleando. Ahora mismo te encantaría echarme a las pirañas, ¿verdad?


-Es una lástima que esa atracción esté cerrada.


-Soy un tipo con suerte -susurró al tiempo que se acercaba aún más a ella arrinconándola en su pequeño escondite. No podía ver nada aparte de Pedro, seguramente él era todo lo que quería ver en ese momento-. Paula, necesito que me des otra oportunidad. No me alejes de ti.


Tenía que pensar en sus hijos, ellos necesitaban algo de estabilidad en sus vidas. Para eso tenía que poder confiar en alguien… y sobre todo tenía que dejar de pensar en cómo la estaba mirando en ese mismo instante. En su mirada había súplica, pero también deseo.


Le puso la mano en el pecho con la intención de mantenerlo a distancia. Craso error, porque lo único que consiguió fue notar los latidos de su corazón. Lo mejor sería no tocarlo en absoluto. 


Tenía que alejarse de la locura de sentimientos que Pedro Alfonso provocaba en ella.


-Dame un beso -le pidió cambiando de táctica, como si hubiera podido percibir que empezaba a flaquear-. Dame solo un beso de amigos y así sabré que todo va a salir bien.


-De eso nada. No voy a caer en la trampa. No pienso darte un beso estando tan cerca de los niños, donde puede vernos cualquiera.


-Entonces…, ¿me lo darás si te llevo a un lugar más tranquilo?


-No era eso lo que quería decir.


Él le puso la mano en la mejilla con suavidad.


-Besas muy bien… lo único que te hace falta es un poco más de práctica.


-¿Cómo que me hace falta práctica? -ahora sí estaba ofendida.


-No te enfades conmigo, aunque me gustas mucho más así; dispuesta a darme un puñetazo. Eso es mucho mejor que cuando huyes de mí.


-Solo estás intentando ponerme nerviosa.


-Estoy intentando que me prestes atención -la corrigió con dulzura-. Si tuviéramos la edad de tus hijos, te estaría persiguiendo por el patio del colegio.


-Sí, seguro que eras ese tipo de niño.


-Siempre me ha gustado encontrar a la chica más guapa y hacerla rabiar, o besarla…


Paula sintió que su propio cuerpo la desafiaba y se empeñaba en acercarse a él.


-Entonces, ¿vas a darme otra oportunidad?


-¿Qué? -estaba hecha un lío, demasiado tentada a besarlo y demasiado confundida como para contestar a su pregunta.


-Déjame volver a intentarlo. Por favor.


No podía hacer nada. Prefería arriesgarse a que le hiciera daño que pasar el resto de su vida preguntándose qué habría pasado si…


-Está bien. Volveremos a intentarlo.


-No te arrepentirás -dijo haciéndole una dulce caricia en la mejilla-. Quédate quieta un minuto. 


Estaba a punto de preguntarle por qué cuando vio cómo una enorme mariposa que había estado revoloteando a su alrededor se posaba en el brazo que Pedro había dejado extendido. Se quedaron los dos en silencio, admirando la delicada belleza del animal.


-¿Hay alguien a quien no puedas cautivar? -le preguntó cuando la mariposa emprendió el vuelo.


-Dímelo tú -respondió él mirándola fijamente a los ojos. Sus miradas permanecieron entrelazadas durante unos intensos segundos, después Pedro sonrió y la agarró de la mano-. Vamos a buscar a esos dos diablillos antes de que decidan liberar a todas las mariposas.



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