domingo, 27 de octubre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 17





Con los ojos todavía medio cerrados, Paula echó un vistazo al calendario.


-Hoy no hay colegio. ¡Maldita sea!


Había olvidado por completo que era día festivo, con todo el lío del día anterior era raro que no hubiera olvidado hasta su nombre. Tenía que pensar un buen plan para tener entretenidos a los gemelos si no quería que hicieran alguna de las suyas. Se hizo un café extrafuerte con el fin de tomar fuerzas para el día que se le avecinaba. El tipo de al lado había trabajado hasta bien entrada la noche; desde su apartamento, Paula había oído cómo serraba, limaba y golpeaba diferentes materiales. Como dichos sonidos no habían ido dirigidos a ella, no lo había tomado como un ataque personal.


Pero después de aquello, ya de madrugada, había comenzado la música; Alfonso se había trasladado al dormitorio, que estaba separado del de ella solo por una pared, y había comenzado a tocar un instrumento parecido a una flauta. Lo cierto era que la melodía resultaba agradable, incluso sexy, y Paula había tenido que admitir que se había quedado como hipnotizada hasta caer dormida. Una vez en brazos del sueño, Pedro había acaparado su mente y había sido… delicioso. A lo mejor tenía que agradecérselo al vecino.


Solo pensar en Pedro le devolvía la sensación de nerviosismo y deseo que estaba empezando a conocer tan bien. Pero también la hizo sospechar que había algo más que tenía que hacer aquella mañana, lo malo era que no conseguía recordar qué era.


Les dio el desayuno a los gemelos y, después de ducharse, vestirse y aprovisionarse de juguetes para todo el día, bajó a abrir la tienda.


 Acababa de entrar por la trastienda cuando oyó que alguien llamaba a la puerta principal.


¡Pedro! «¡Tenía que desayunar con Pedro


-Hola -dijo en cuanto lo dejó entrar.


Llevaba una cazadora de cuero que se veía muy usada, gastada de verdad y no como esas que vendían para los que querían dar imagen de tipos duros. Pedro Miller era auténtico. Paula sintió el impulso de acercarse a él y besarlo.


-Hola -respondió en lugar de seguir sus impulsos.


-Habías olvidado lo del desayuno, ¿verdad?


-Lo siento. Es que ayer fue una verdadera locura -explicó intentando no sonrojarse al recordar la locura del día anterior-. También había olvidado que…


-Mira, Abril, es el señor que atrapamos en la calle -gritó Marcos.


-… los niños hoy no tenían colegio.


Los gemelos se acercaron a él y se quedaron observándolo entre extasiados y confundidos, mientras que él los miraba como si fueran dos diminutos marcianos. Paula rezó para que no le hicieran el jueguecito del papá. A juzgar por la fría expresión que se había dibujado en el rostro de Pedro, seguramente no le apetecía que lo nombraran papá del día.


-Abril, Marcos, este es el señor Miller -dijo Paula.


-Hola -saludaron los dos al unísono.


Él respondió sin demasiada efusividad y entonces Abril dio una vuelta a su alrededor, sin duda estaba examinándolo como papá potencial.


Paula tenía que hacer algo inmediatamente antes de que los niños entraran en acción ya que, al haber llegado por sorpresa, no había podido soltarles el discurso típico para que no molestaran a los adultos.


-Si quieres, podemos olvidarnos de lo del desayuno -le dijo para que no se sintiera incómodo-. Además, yo ya he comido algo.


-Mami, tú no has desayunado -intervino Marcos en el momento más oportuno-. Y a nosotros solo nos has dado cereales de esos para mayores, así que tampoco hemos comido mucho…


Le lanzó a su hijo una mirada de advertencia.


-De verdad, Pedro, no pasa nada.


Pero él prefirió no aceptar la escapatoria que Paula había puesto a su disposición.


-Hay un sitio estupendo cerca de las vías del tren. ¿Por qué no vamos todos? -añadió después de una breve pausa.


-¿Estás seguro? -se sentía obligada a comprobar que no se había vuelto loco.


-Sí -respondió él, pero el modo en el que miraba a los gemelos decía algo muy distinto. Parecía no estar solo viendo a Abril y a Marcos, sino una mesa llena de zumo de naranja derramado y sus caritas llenas de mermelada.


-¡Sí, sí, mami, por favor! -suplicaron los niños pegando botes.


Paula sabía que lo más sensato era rechazar la invitación, sin embargo… quizá era una buena ocasión para comprobar si Pedro podía estar a la altura, o si era como todos los otros hombres con los que había salido.


-Está bien. Vas a ver que no es tan terrible -intentó tranquilizarlo sin que la oyeran los pequeños-. Para tener cinco años son bastante civilizados.


Pero él siguió teniendo la expresión de alguien a quien fueran a ejecutar.


-¿De que civilización hablamos? ¿Los hunos, los bárbaros…?


-Bueno, algo parecido, me temo -dijo ella riéndose.




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