martes, 22 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: EPILOGO




Era difícil para Paula entender cuánto podía cambiar la vida de una persona en sólo un año. 


Pero en ese instante, mirando al grupo de familiares y amigos frente a ella, dio gracias en silencio por todo lo que tenía.


Estaban de vuelta en la isla de Tango. Eran unas vacaciones de dos semanas durante las que estaban construyendo un nuevo edificio al lado del orfanato.


Margo y Hernan discutían entre risas por culpa de un martillo. Tenían que compartirlo esa mañana y no dejaban de bromear con él. Ella estaba embarazada de seis meses y Hernan era uno de esos maridos que compartían todos los síntomas de su mujer. Había sufrido mareos matutinos, náuseas, dolor de espalda y cambios de humor durante todo el embarazo.


Le bastaba con mirarlos para darse cuenta de cómo el amor podía cambiar por completo a una persona.


En cuanto a su familia… Aún le costaba creer que eran su familia. Se estremecía pensando que esa felicidad pudiera desaparecer tan rápido como había aparecido en su vida.


Pedro estaba en lo alto de la escalera, Gaby le iba dando clavos desde abajo. Luis tenía los pies bien plantados en el suelo y sujetaba la escalera para asegurarse de que no le pasara nada a su papá.


No dejaba de emocionarle lo protector que el pequeño era con Pedro y ella. Habían pasado sólo dos meses desde que por fin consiguieran oficializar la adopción. Justo seis meses después de que Pedro y ella se casaran en una pequeña iglesia de la isla, en un acantilado con vistas al mar.


A Gaby le encantaba tener un hermano y a ella aún le costaba aceptar que tuviera la suerte de tener a esos dos increíbles niños en su vida.


Pedro metió el último clavo.


—Bueno, ya está —les dijo a todos—. Vamos a dejarlo por hoy.


Comenzó a bajar por la escalera y Luis no se movió de su puesto hasta que su padre pisó el suelo sano y salvo. Sólo entonces comenzó a saltar y gritar entusiasmado al lado de su nueva hermana.


—¡Vamos a ir a ver delfines! ¡Vamos a ir a ver delfines! —exclamaron los dos con contagiosa alegría.


Hernan y Margo lo habían organizado todo para llevar a Luis, Gaby y al resto de los niños del orfanato a un espectáculo de delfines que había al otro lado de la isla.


Pedro y ella se habían ofrecido a ayudarlos, pero Margo había insistido en que podían ir solos y que, además, necesitaban practicar para cuando naciera el bebe.


Los niños se despidieron de ellos dos con besos y abrazos. Después se quedaron mirándolos mientras Scott metía a todo el grupo en el pequeño autobús que Hernan había alquilado para la ocasión.


Los despidieron con la mano cuando salieron de allí. Todos los pequeños estaban entusiasmados con la aventura.


Cuando perdieron el autobús de vista, Pedro se giró para mirarla y le acarició la mejilla con el dorso de la mano.


—Bueno, parece que estamos solos. ¿Te lo puedes creer?


Ella inclinó la cabeza y escuchó con atención.


—¿Qué es eso? —preguntó con cara de sorpresa—. ¡Ah! Sí. Es el silencio. Se me había olvidado lo que era eso.


Pedro miró su reloj.


—Sólo son las cuatro de la tarde. Se me ocurren un par de cosas que podríamos hacer para matar el tiempo.


—¿En serio? —repuso ella con fingida seriedad—. Bueno, a mí también. La verdad es que tengo un montón de ropa que lavar en el hotel.


—Bueno, no es eso en lo que estaba pensando —dijo él con una sonrisa.


—¿No? ¿En qué estabas pensando, entonces?


Pedro tomó su mano y tiró de ella. Cruzaron el jardín y la llevó hasta la sombra de unas palmeras.


—Hay un montón de cosas que una pareja de recién casados pueden hacer cuando se encuentran solos y con tiempo suficiente…


Ella levantó una ceja, como si estuviera reflexionando.


—¿Ajedrez o damas? Puedes elegir tú, yo no soy quisquillosa.


Pedro la observó con intensidad y deseo. Siempre conseguía que le temblaran las rodillas cuando la miraba así.


—Supongo que no es mala idea. Hay una versión de esos juegos que no me importaría practicar contigo.


—¿De qué versión estás hablando? —preguntó ella con voz temblorosa.


Se inclinó entonces sobre ella. Olía a madera y a trabajo duro. La besó en el cuello y desabrochó los primeros dos botones de su blusa de algodón.


—He oído que hay una versión de ajedrez muy interesante. El que pierde va quitándose la ropa, una prenda con cada juego…


—¿De verdad? —preguntó ella mientras lo abrazaba.


—Si no hay nada mejor que hacer… —repuso él.


Pedro le levantó el pelo y comenzó a mordisquearle la oreja.


—¿Sabes qué? Una chica puede hacerse un montón de ideas con un tipo como tú.


—Eso espero…


Se acercó más a ella y la besó con pasión.


Disfrutaron del momento como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Cuando él por fin se apartó, ella sintió que la estaba derritiendo con el calor de sus ojos.


Fueron juntos hasta el coche y él encendió el motor. Después alargó la mano para tomar la de Paula y ella apoyó la cabeza en el respaldo, no podía dejar de sonreír.


El sol empezaba a caer sobre el horizonte, tiñendo a su paso todo de rosa.


Paula pensó en las películas antiguas, las que más le gustaban, las que terminaban bien… Con una pareja enamorada y una puesta de sol. Miró a su marido y se dio cuenta de que ella también había tenido su final feliz.




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