martes, 22 de octubre de 2019
LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 75
El avión aterrizó a las seis y media de la tarde.
Paula siguió al resto de los pasajeros por el pasillo que llegaba hasta la terminal principal del aeropuerto de Miami. Intentó no fijarse en la gente que esperaba a sus seres queridos, en las sonrisas, los abrazos y los besos.
Agachó la cabeza y pasó tan rápidamente como pudo entre la muchedumbre. Se sintió aliviada al dejar atrás el grupo de gente.
—¡Paula!
La voz hizo que se detuviera al instante. Se quedó quieta un segundo, estaba segura de que se lo había imaginado.
—Paula.
Esa vez, algo más segura de que era real, se giró. Y allí estaba él.
Pedro.
La miraba con sus increíbles ojos azules. Una preciosa niña rubia estaba a su lado y le daba la mano. Se acercaron los dos hasta donde estaba y Pedro se detuvo frente a ella.
—Ésta es mi hija, Gaby —le dijo a modo de saludo—. Gaby, ella es la mujer de la que te he hablado. La mujer a la que le gusta dibujar.
—Hola —saludó la niña con voz dulce y suave.
La timidez hizo que bajara la vista al instante.
—Hola, Gaby —contestó ella con un tenso nudo en la garganta—. Encantada de conocerte. ¿Qué es lo que te gusta dibujar?
—Conejos.
—A mí me encantan los conejos —le aseguró Paula.
—Es muy buena —comentó Pedro mientras señalaba a su hija.
Gaby lo miró con una sonrisa.
—Es mi papá, así que no se da cuenta de que no lo hago muy bien. Hay muchas cosas que no hago bien.
Se quedaron pensativos. Ninguno de los tres dijo nada más durante unos segundos. El silencio pesaba mucho.
—Bueno, supongo que eso es lo que hacemos cuando queremos a alguien —dijo Pedro después de un tiempo.
Paula se dio cuenta de que la estaba mirando y se obligó a levantar los ojos y mirarlo a la cara. Su corazón latía con más fuerza que nunca y apenas podía respirar. Era como si sintiera miedo, como si temiera que había oído o entendido mal.
—Mañana por la mañana vamos a volver a la isla de Tango para recoger el barco —le dijo él—. ¿Te gustaría venir con nosotros?
Era lo último que esperaba escuchar de sus labios y no consiguió encontrar palabras para contestarle. Quería preguntarle por todas las otras cosas, por cómo lo había decepcionado y mentido.
Pero lo miró a los ojos y se dio cuenta de que Pedro había dejado ya atrás todas esas cuestiones. Las había dejado atrás y había cerrado la puerta.
No podía creer que todo fuera tan fácil y simple.
Pero quizá lo fuera.
Pensó que quizá las cosas, cuando son reales, son de verdad tan simples como aquello.
—Sí —repuso ella emocionada—. Nada me gustaría más que volver a la isla con vosotros.
Algo que debía de ser felicidad encendió los ojos de Pedro.
Él se agachó y tomó su maleta. Gaby lo ayudó a tirar de ella.
Pedro colocó un brazo sobre sus hombros y la besó con ternura en la sien.
Juntos atravesaron la terminal del aeropuerto y salieron a la calle, donde los esperaba el coche de Pedro. No necesitaba saber adónde iba porque estaba segura de que había encontrado por fin su verdadero norte.
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