martes, 15 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 52



Le costó convencer a Margo. No quería convertirse en alguien que no era, pero Paula le aseguró que eso no iba a pasar.


Fueron hasta su habitación y llevó a Margo hasta la ducha. Allí le dejó su mejor champú, suavizante y mascarilla capilar.


—Parecen caros —comentó Margo.


—Te mereces unos mimos.


—No vas a conseguir que me parezca en nada a esa mujer.


—No es eso lo que queremos conseguir.


—Pero no la has visto, Paula. Parecía una modelo.


—Pero tú tienes algo que ella no tiene.


—¿El qué?


—El interés de Hernan.


Después de que Margo se duchara, Paula la sentó en una silla frente al espejo del tocador. 


Aplicó espuma a su pelo para darle volumen. 


Después la peinó y se lo secó con ayuda de un secador. Su cabello era un poco ondulado y Paula acentuó cada mechón con un cepillo redondo. Cuando terminó, tenía un aspecto brillante y sedoso.


—¡Vaya! ¿Cómo lo has conseguido?


—Y aún no he terminado contigo.


Abrió su bolsa de maquillaje. Comenzó aplicándole crema hidratante, después una base de color y un poco de colorete. Le dibujó el contorno del ojo con ayuda de un lápiz oscuro y puso rímel en sus pestañas.


Margo parecía encantada con el resultado.


—Eres una maga.


—No, los magos hacen que cosas que no existen aparezcan. Yo sólo intento destacar lo que ya tienes.


—Gracias, Paula. No tenías por qué hacer todo esto, pero te lo agradezco.


—Quiero hacerlo —le dijo con una sonrisa—. Bueno, vamos a vestirnos.


Tenían casi la misma talla. Sacó un vestido azul claro sin mangas. Era un diseño exclusivo. 


Margo se lo probó. Le quedaba fantástico. Paula pensó que era una mujer muy guapa. Parecía que inconscientemente había estado ocultando su belleza, como si no quisiera llamar la atención. Se imaginó que tenía mucho que ver con su secuestro.


Le dejó unas sandalias y unos pendientes de diamantes, pero ella no quería aceptar las joyas.


—Tienes que ponértelos.


—No, Paula, es demasiado.


—Sólo son pendientes.


Y era sincera por primera vez en su vida. 


Acababa de darse cuenta de que sólo eran objetos. La antigua Paula nunca se habría arriesgado a perderlos. Ahora veía que lo que más alegría podía darle era compartirlos con Margo.


—Gracias, Paula. No sé qué decir.


Se puso las joyas y Paula le aplicó un caro y exclusivo perfume.


Después se apartó para mirarla con detenimiento.


—Peyton, ¡échate a temblar! —le dijo.


Las dos mujeres sonrieron.




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