martes, 15 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 50




—¿Qué te ha parecido? —le preguntó a Paula mientras volvían en el todoterreno hacia el puerto.


—No sé ni por dónde empezar… —le confesó—. Son increíbles.


—Sí, es verdad.


—Scott me comentó que de vez en cuando hay alguna adopción —le dijo Paula con algo de tristeza en la voz.


—Sí, pero por desgracia muy pocas.


—¿Pueden darse en adopción a padres de otros países?


—Sí. Pero apenas reciben solicitudes. Además, la gente normalmente prefiere adoptar bebés y niños más pequeños.


—Ya… —repuso ella pensativa—. Te quieren mucho.


—Sí. Son tan generosos… Yo no soy nadie especial, sólo alguien que les da de vez en cuando un poco de tiempo. Eso es todo lo que necesitan.


Paula se quedó callada unos minutos antes de volver a hablar.


—¿Has pensado alguna vez en adoptar?


La pregunta lo pilló por sorpresa y no supo que decir.


—¡Pedro, lo siento! No sé por que te he preguntado eso —añadió ella nerviosa antes de que pudiera contestarle—. No quería decir… No quería decir que no fueras a encontrar a tu hija…


—Ya lo sé —la tranquilizó él—. No tienes que darme explicaciones.


—Lo que quería decir es que es obvio que tienes todo lo necesario para ser un buen padre. Lo has demostrado hoy.


—Mi ex mujer no estaría de acuerdo contigo.


—¿Qué quieres decir?


Se quedó callado unos instantes.


—Yo no… No era un buen padre.


—Me cuesta creerlo, después de lo que he visto en el orfanato.


—Ahora sé que lo haría todo de una manera distinta. Es fácil analizar esas cosas desde la distancia…


—¿Qué es lo que cambiarías?


—Eso es lo más complicado. No se trata de lo que hice mal, sino que yo era una persona distinta a la que soy ahora. Entonces creía que estaba haciendo las cosas lo mejor que podía.


—¿Cómo eras?


—Había crecido con otros cinco hermanos. Mi madre vivía de las ayudas sociales. Creo que sólo dos de nosotros teníamos el mismo padre. Comíamos tostadas y platos congelados. Eso cuando cobraba las ayudas. A final de mes, había que saltarse muchas comidas. La ropa la conseguíamos en tiendas de segunda mano y en la iglesia del barrio. Solía odiar la Navidad. Era el único niño de mi clase con una casa sin árbol que decorar ni regalos. Empecé a trabajar con doce años y ahorré todo lo que pude. Gracias a las becas pude ir a la universidad. Todo lo que deseaba era olvidarme de mi difícil infancia y alejarme de esa vida. Cuando vi que podía conseguirlo, no me detuve. Era como tener en mi mano la llave que abría un mundo mejor. Conseguí entrar en la facultad de Derecho. Estudiaba como un loco, trabajaba como un poseso. Incluso después de casarme, aceptaba todos los casos que me ofrecían. No tenía horarios. Me convertí en un marido y en un padre ausente.


Le costaba decirle aquello. Tampoco podía mirarla a los ojos.


—Lo que has descrito podría definir muy bien cómo era mi padre —le dijo ella después de un rato.


—Ya me lo imaginaba. Yo también me vi reflejado cuando me hablaste de él.


Siguieron conduciendo un tiempo sin que ninguno de los dos hablara.


—Siempre he recordado nuestra relación en términos absolutos —le dijo ella más tarde—. Él estaba equivocado y yo hacía lo correcto. Pero no puedo entender cómo es crecer sin nada. Creo que fui demasiado dura con mi padre. Ojalá hubiera estado dispuesta a entender cómo veía él las cosas, aunque no las compartiera.


Aparcó el vehículo a un lado de la carretera. A sus pies se veían las luces de la ciudad y al fondo, el océano.


—¡Es precioso! —exclamó ella.


—Sí. Lo es.


—Has cambiado por completo tu vida, ¿verdad?


—No lo suficiente y demasiado tarde —repuso él con amargura.


—Vas a encontrar a tu hija —le dijo Paula mirándolo a los ojos—. Sé que lo conseguirás.


—No he perdido la esperanza.


—Y no lo hagas nunca. Ella va a necesitarte a su lado. Las niñas necesitan a sus padres.


La manera en que lo dijo le dejó entrever cuánto echaba de menos a su padre. Se lo había dicho desde su corazón. Nunca la había visto tan vulnerable. Sintió una ternura por ella que hacía demasiado tiempo que no sentía por nadie.


Alargó la mano y le tocó la mejilla con cuidado. 


Paula cerró los ojos y suspiró. Al momento siguiente, estaban abrazados y sus bocas se buscaban con ansia, como si los dos hubieran estado esperando que llegara ese momento. 


Encontraron familiaridad en el beso. Era una sensación que en cualquier otro momento de su vida habría encendido su alarma interior y lo habría hecho huir de su lado. Pero ya no era así. 

Algo dentro de aquella mujer lo atraía como un imán.


Se detuvieron un segundo para mirarse a los ojos. Había preguntas y dudas en sus miradas.


—No sé adónde vamos con esto, Paula. No tengo respuestas…


—Lo sé —repuso ella—. Quizá debamos ir despacio.


—Sí. Despacio…


Se miraron unos segundos más. Después, la besó de nuevo. Esa vez con detenimiento y con sumo cuidado. Se sentía como si estuviera de nuevo en el instituto. Como si aquél fuera su primer beso y la chica pudiera pensar que no lo estaba haciendo bien.


Perdió la noción del tiempo.


—Si eso es lo que significa para ti ir despacio… La cabeza me da vueltas…


—Tomaré eso como un halago —repuso él.
Se separó para poder observarla mejor.


—¿Qué pasa? —preguntó ella nerviosa después de que él la estuviera mirando un tiempo.


—Nada. Eres una mujer preciosa.


Paula bajó la mirada con timidez.


—Seguro que les dices lo mismo a todas tus aventuras veraniegas.


—¿Eso crees que es esto?


—La verdad es que, muy a mi pesar, no soy el tipo de mujer dada a esas relaciones.


Los dos se quedaron mirando las luces de la ciudad. Estaban serios de nuevo. Pedro pensó en algo que pudiera decir para aligerar la tensión, pero no se sentía con ganas. Alargó la mano y la entrelazó con la de ella.


La apretó con fuerza y ella hizo lo mismo.




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