viernes, 11 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 36




Después de que todo el mundo buceara y de que se pusieran a navegar de nuevo, Paula se sentó en cubierta. Estaba deseando hablar con Margo, pero su padre no dejaba de vigilarla ahora que había conseguido salvarla de las garras de Hernan. Desde el otro lado del barco, Margo la miró con resignación y no pudo evitar preguntarse qué habría pasado en sus vidas para que la relación de dependencia que ese padre e hija tenían fuera tan fuerte.


El sol comenzaba ya a caer y Paula decidió bajar a la cocina. Hernan estaba allí preparando la cena. En cuanto la vio, le encargó que hiciera la ensalada. Para su sorpresa, ese día lo hizo mucho mejor. Separó con cuidado las hojas de la lechuga, las lavó y las fue dejando en un gran cuenco de madera. Siguiendo las instrucciones de Hernan, fue añadiendo otros ingredientes a la ensalada, como corazones de alcachofa, aceitunas negras, trocitos de pan tostado y queso parmesano rallado.


Cuando terminó, Hernan miró el resultado por encima de su hombre.


—¡Vaya! Tiene muy buena pinta.


—¿Algo mejor que mi último experimento en la cocina?


—Un poquito mejor —bromeó el.


Esperó unos instantes antes de preguntarle lo que quería saber.


—Me pareció ver que Margo y tú os divertíais bastante esta tarde.


Hernan sacó la tabla de cortar y se puso a partir una papaya con concentración.


—Sí —repuso el con voz neutral—. Es una chica muy agradable.


—Es verdad.


Cortó la papaya en dados y fue colocándolos en una fuente blanca y ovalada.


—No se estará haciendo ideas equivocadas sobre esto, ¿verdad?


—¿Ideas equivocadas?


—Bueno, ya sabes… No creerá que puede ser nada serio, ¿no?


—Hernan, acabáis de conoceros.


—Lo sé, lo sé —repuso él sacudiendo la cabeza—. Pero es que hay algo en la manera en la que me mira que…


—¿Quieres decir que piensas que le gustas?


—Sí, supongo.


—Y, si así fuera, ¿habría algo de malo en eso?


Pudieron oír pasos en cubierta por encima de sus cabezas. Paula escuchó la voz de Pedro y a Lily riendo a continuación.


—No —contestó Hernan—. Pero no quiero que nadie se haga una idea de lo que no es. Ya sabes…


—Ya. No quieres que ella piense que lo vuestro, si hay algo, pueda ser algo más que una aventura de verano, ¿no?


—Sí, supongo que es así —repuso él sin mirarla a los ojos.


No pudo evitar sentirse mal por Margo. No supo muy bien por qué, pero decidió que tenía que defenderla.


—¿Y qué te hace pensar que a ella le pudiera interesar algo más?


—Mi experiencia me dice que hay dos tipos de mujeres, las que miran a un hombre y ven un posible compromiso, y las que no.


—Y crees que Margo es de las primeras, ¿no?


—Quizá…


—Yo creo que no —repuso ella—. Que lo único que quiere es aclararle las cosas a su padre y tú podrías proporcionarle la coartada perfecta. No te ofendas, pero una coartada temporal.


Él la miró con detenimiento, parecía muy sorprendido.


—Bueno, me alegro. Puedo vivir con eso. Puedo ser una coartada…


—Muy bien. ¿Por qué complicar algo que no tiene por qué ser más que dos personas que disfrutan estando juntas? Algo que cualquiera de los dos olvidará tan pronto como volváis a casa. Sólo un recuerdo de las vacaciones.


Hernan sonrió, pero no parecía sincero.


—¿Sabes qué? —le dijo Hernan después de un rato callado—. Esta misma conversación podría aplicarse a Pedro y a ti.


Ella se quedó perpleja.


—No —repuso mientras tomaba el cuenco de ensalada e iba hacia las escaleras—. No es lo mismo.





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