miércoles, 9 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 32




Después de salir del bar, Pedro decidió dar un paseo por la playa. El aire lo ayudó a aclarar sus ideas y, para cuando volvió al barco, se dio cuenta de que dejar la pista de baile había sido la mejor decisión que podría haber tomado.


Iba a bajar por las escaleras hacia su camarote cuando se detuvo de pronto. Vio la luz de una linterna.


—¿Quién está ahí? —gritó mientras una descarga de adrenalina sacudía su cuerpo.


La única respuesta que obtuvo fue un fuerte golpe y el ruido de pasos. Bajó deprisa las escaleras. Desde el rellano vio a dos hombres escapándose por las escaleras traseras.


—¡Eh! —llamó—. ¿Qué están haciendo?


Uno de ellos lo miró.


—¡Vámonos de aquí! —le gritó a su compañero.


Pedro fue tras ellos, pero eran ágiles. Estaba a punto de atraparlos ya en cubierta cuando estos saltaron a un fueraborda que tenían atado al barco. Uno de ellos lo apuntó con una pistola.


Pensó en tomar el bote para ir tras ellos, pero no le hacía gracia que le dispararan.


—¿Qué pasa, Pedro? ¿Quiénes eran esos tipos?


Se volvió y vio a Hernan corriendo hacia al barco por el muelle. Margo y Paula iban tras él.


—No lo sé. Estaban abajo cuando llegué al barco. Supongo que buscaban algo que robar.


Miró a Paula. Vio que se había puesto pálida.


—Y, ¿han robado algo? —preguntó ella intentando parecer calmada.


—No he tenido tiempo de comprobarlo.


—Voy a mirar en mi camarote —le dijo ella mientras corría escaleras abajo.


—No parecían los típicos delincuentes —comentó Hernan—. ¿No llevaban trajes puestos?


—Sí… —murmuró él mientras se preguntaba por qué estaría Paula tan preocupada.


—¿Qué es lo que estarían buscando?


—No tengo ni idea —contestó él encogiéndose de hombros.


—No estarás comerciando con contrabando de una isla a otra, ¿verdad, amigo? —bromeó Hernan.


—No, claro que no.


—Sólo era una pregunta —le dijo Hernan—. Por cierto, ¿cómo es que saliste huyendo del bar?


—Yo no salí huyendo de ningún sitio —repuso él de mala gana.


—Te vi correr como si te persiguiera la muerte.


—Bueno, tenía que volver al barco. Eso es todo. Y menos mal que lo hice…


Hernan se quedó mirándolo con la seguridad de que había algo más que no le contaba.


—Es por Paula, ¿verdad? Está consiguiendo que pierdas la calma…


Pedro decidió ignorar a su amigo.


—Voy abajo a ver si falta algo.


—Yo miraré por aquí —repuso Hernan—. Pero no me has contestado…


—Y no pienso hacerlo —le dijo mientras bajaba a los camarotes.


Se detuvo frente a la puerta de Paula. Estaba arreglando las sábanas de la cama y se sobresaltó al verlo entrar.


—¿Echas algo en falta?


—No. No, todo está bien.


Se quedó mirándola unos instantes. Sabía que le ocultaba algo, pero ya la había acusado una vez y no había conseguido sacar nada en claro.


—En cuanto a lo de esta noche… —le dijo—. Siento haberme ido del bar como lo hice.


—No tienes de que disculparte, no debería haberte pedido que te quedaras. Después de todo, no sé bailar. Mi cerebro y mis pies van cada uno por su lado.


—Bailas bien, Paula —la contradijo él quedándose sin palabras—. Bueno… será mejor que mire en el resto del barco.


—Claro, claro…


Parecía querer decirle algo más, pero se quedó callada.


—Bueno, hasta mañana entonces —le dijo él.


—Buenas noches —repuso ella.




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