miércoles, 9 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 30




Aquello era un error.


Pedro se dio cuenta de ello en cuanto la tomó entre sus brazos, en cuanto pudo aspirar su perfume.


Su sentido común le recordaba que debería haberse ido de allí en cuanto comprobó que Margo estaba bien. Pero no podía quitarse de la cabeza la imagen de Paula cuando entró en el bar y la vio bailando con Hernan. Con aquel vestido que dejaba su espalda al desnudo, la cara encendida por el baile y el pelo empapado, había sido una visión difícil de resistir. No pudo dejar de mirarla.


Ahora la tenía entre sus brazos y todo aquello parecía demasiado bueno como para que no fuera un error. La pista estaba al aire libre y sólo las estrellas de aquel cielo caribeño los contemplaban mientras giraban lentamente al son de la música. Estaban lo bastante cerca como para que el pulso le temblara en las venas y su mente divagara.


Ella echó la cabeza hacia atrás. Su cuello era esbelto y sensual.


—Esto es tan agradable… —murmuró Paula—. Es fácil entender que cualquiera… Que alguien decida hacer de esto su vida.


—Sí. Yo no tarde nada en decidirlo. Ahora no puedo imaginarme en una ciudad.


—¿Dónde vivías?


—En Washington. Tenía que ir en coche a todas partes. Vivía en un atasco permanente.


—¿Por eso te fuiste?


—No. La verdad es que esas cosas no me molestaron hasta que me fui de allí. Ni siquiera me daba cuenta de la poca calidad de vida que tenía.


—¿A que te dedicabas allí?


—Era abogado financiero.


—¿En serio?


—¿Te sorprende?


—Un poco. Mirándote ahora, es difícil creer que ese fuera tu trabajo.


—Supongo que eso es un halago —repuso él con una sonrisa.


—¿Cómo es que has acabado manejando un barco en medio del Caribe?


—Uno de mis clientes más leales me lo dejó en herencia cuando murió. No tenía familia y nunca conseguía encontrar tiempo para usarlo. Después de que muriera, lo tuve durante dos años en un muelle sin usarlo ni una sola vez. Pero cuando mi matrimonio fracasó…


Se detuvo, no sabía qué más contarle ni por qué le estaba diciendo todo aquello.


Le costaba hablar de Gaby. Era como reabrir dolorosas heridas.


Ella esperó pacientemente. Parecía entender que no encontrara las palabras.


—Cuando mi matrimonio fracasó, me di cuenta de que tenía que hacer algunos cambios en mi vida. Saqué el barco un fin de semana para dar una vuelta y aclarar las ideas. Pero no volví nunca más.


—¡Vaya! —exclamó ella—. Seguro que fue una decisión complicada.


—Lo habría sido si me hubiera parado a reflexionar sobre ello, pero pensé en cómo sería seguir con la misma vida y levantarme una mañana treinta años después, mirarme en el espejo y ver que iba a acabar igual que aquel cliente.


—Pero es increíble que decidieras así, de golpe, que ibas a ser una persona distinta, algo completamente diferente a lo que habías sido hasta el momento.


—No es tan difícil cuando te das cuenta de que lo dejas atrás no era bueno para ti.


Ella se quedó con la mirada perdida.


—Pero eso es algo que no es fácil hacer. La mayor parte de nosotros nos negamos a analizar nuestras vidas y aceptar que tenemos que cambiar si queremos ser felices.


Algo le decía que estaba hablando de ella misma, pero no se atrevió a preguntarle.


Decidió concentrarse en el momento. Le encantaba estar en la pista con ella y sentirla entre sus brazos. Se alegró de haber ido hasta allí.


Ella levantó entonces la vista para mirarlo y pudo sentir claramente la atracción que había entre ellos. No había necesidad de palabras, estaba claro.


Quería besarla. Era el primer sorprendido, pero se dio cuenta de que así era. Quería besarla. Ya sabía que sus gestos no conseguían esconder sus deseos. Algo en la manera en que ella se movió hacia él y en el brillo de sus ojos le dijo que ella también lo quería.


Sin poder controlarse, acarició su mejilla con el pulgar.


—Paula…


Ella se echó de repente hacia atrás y bajó la mirada.


—Tengo mucha sed —le dijo sin más—. He dejado una bebida en la mesa. ¿Quieres tomar algo?


—No —repuso él con confusión.


Ella parecía muy nerviosa e incómoda. Se preguntó si habría interpretado mal todo aquello. Fuera como fuera, estaba claro que Paula no quería que pasara nada entre ellos.


—La verdad es que debería volver —añadió él—. Tengo que asegurarme de que todo va bien en el barco.


—Claro. Hasta mañana —repuso ella mirándolo por fin a los ojos.


Pedro se despidió y salió deprisa del bar. Se fue aunque nada le hubiera gustado más que quedarse allí con ella.


Paula lo miró mientras salía del bar. Estaba furiosa con ella misma.


Sólo había sido un baile. A lo mejor llevaba demasiado tiempo sin que ningún hombre le prestara atención.


Los dos últimos años de su matrimonio habían sido una pantomima en todos los sentidos y no había salido con nadie desde el divorcio.


No se atrevía a tener otra relación. Había tenido muy mala suerte con los hombres.


Se convenció de que la abstinencia había sido la causante de que casi se derritiera entre los brazos de Pedro.


Después de todo, ella era una mujer normal con necesidades normales. Y con muy mal criterio en la elección de hombres. A lo mejor había sido una suerte, después de todo, que Pedro se fuera. 


Así podía recuperar el sentido común.


Pero se dio cuenta de que su vida era un desastre. Había dejado que un hombre la engañara y arruinara. Había dejado que ese canalla le robara la herencia por la que su padre había trabajado toda su vida. Había cometido muchos errores y no quería cometer uno más implicándose en algo que sólo podía ser una aventura de vacaciones.


De su matrimonio había sacado en claro que las decisiones son fundamentales, que con ellas iba dando forma a su destino y que la mejor decisión que podía tomar en ese instante era alejarse de Pedro Alfonso.





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