sábado, 5 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 17




Pedro intentaba relajarse y pensar en Gaby sólo cuando estaba solo. Le gustaba hacerlo por las noches, cuando ya no había nadie allí. Se preguntaba cuánto habría crecido en ese tiempo, si su voz seguiría siendo igual de dulce o si se le habrían caído ya los dientes de leche.


No podía evitar pensar en todo ello. Y eso que cada pregunta le abría un agujero nuevo en el corazón. Cerró los ojos para controlar el dolor.


Era más de medianoche. Se llevó las manos a la cara y se frotó los ojos. Llevaba allí casi dos horas. Esa noche, como todas las demás, tuvo que convencerse a sí mismo de que debía irse a la cama.


Estaba a punto de hacerlo cuando vio a Paula Chaves subiendo las escaleras deprisa. Dudó un segundo al verlo allí y después corrió a la barandilla, desde donde vomitó al mar.


La mujer se dejó caer al suelo y apoyó la cara en las rodillas.


Estaba seguro de que no le haría ninguna gracia que se preocupara por ella, pero fue hacia allí de todos modos. Tenía los ojos cerrados. Colocó una mano en su hombro y sintió cómo ella se sobresaltaba.


—Lo siento —le dijo—. ¿Está mareada?


Ella gimió.


—¿No es obvio?


—¿Hace mucho que se siente mal?


—Acabo de despertarme mareada…


No tuvo tiempo de terminar la frase. Se levantó de un salto y volvió a vomitar.


Pedro fue hasta la cocina y mojó una toalla. 


Después volvió a su lado con el paño y un bote de pastillas.


—Tome una de estas pastillas —le sugirió—. Tardará en hacerle efecto porque ya está mareada. Pero se sentirá mejor después.


Le ofreció la pastilla en la palma de su mano y un vaso de agua.


Con mano temblorosa, ella tomó la pastilla y se la tragó.


—Me encuentro fatal… ¿Por qué no me tira por la borda y acaba de una vez por todas con esta tortura?


Él la miró un instante antes de hablar.


—La verdad es que me encantaría poder hacerlo.




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