jueves, 31 de octubre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 29




Pedro miró con frustración la estantería que acababa de hacer. A pesar de haberla medido una y mil veces, seguía torcida.


Parecía que la galería comenzaba a tomar forma. Pero no quería gastar más dinero en el negocio, prefería dejarlo para hacer algún viaje, como por ejemplo a México, para pescar con sus amigos. También necesitaba saber que le resultaría fácil cortar los lazos con Paula si decidía que había llegado el momento de volar.


Aunque parecía que esos lazos cada vez eran más fuertes. Durante el día escuchaba su máquina de coser, o la oía hablar con los clientes… Lo cierto era que estaba más pendiente de ella que del trabajo que tenía enfrente de sus propias narices. Tenía que admitirlo, había quedado atrapado en el mismo instante que cayó en la trampa de los gemelos.


-¿Nos haces algo?


Con el susto de oír aquella vocecilla de repente, Pedro se pegó un martillazo en el dedo.


Los gemelos lo observaban con cara de inocencia, pero él no pudo sino devolverles una mirada de tremenda rabia.


-¡Maldita sea! ¿Es que nadie os ha enseñado que no podéis colaron en los sitios de esta manera?


-No -respondió Marcos alegremente.


-De lo que estoy seguro es de que vuestra madre os ha dicho que no os metáis aquí sin permiso.


-¿Nos haces algo? -volvió a preguntar Abril como si Pedro no hubiera dicho ni palabra-. Mamá nos dijo que habías hecho el árbol del que colgaban los globos, lo tiene al lado de la cama. A nosotros también nos gustan los globos.


Pedro parpadeó para volver a concentrarse en esa alocada conversación, ya que se había quedado pensando en que Paula tenía su árbol junto a la cama.


-Pero los globos no los hice yo.


-No importa. Entonces haznos otra cosa.


«¡Qué niños tan encantadores!»


Tuvo que hacer un gran esfuerzo para relajarse y no dar rienda suelta al mal genio que se estaba apoderando de él. Dado que parecía que iba a tener que tomarse un descanso, dejó el martillo sobre la estantería.


-¿Y por qué iba yo a querer haceros algo?


-Porque si lo haces, le diremos a mamá que nos caes bien.


Nada como un poco de chantaje.


-¿Y qué os parece si vuelvo a llevaros con vuestra madre y le digo lo que habéis venido a hacer?


-Tú no harías eso -advirtió Abril con total seguridad.


-¿Por qué no?


-Porque mamá se pondrá muy triste si se entera de que hemos vuelto a pasar por el túnel, y tú no quieres ponerla triste -añadió con una malévola sonrisa.


Aunque se tratara de un chantaje puro y duro, tenía que reconocer que lo que decía era cierto. 


No quería molestar a Paula por una tontería así. Parecía que por fin estaba consiguiendo poner en orden su vida y eso era lo que él deseaba para ella. Y no solo porque ella fuera feliz.


-Tenéis razón. Vuestra madre me gusta mucho -y eso era quedarse corto-. Bueno, ¿y para qué habéis venido?


-Estaba demasiado ocupada como para controlarnos y hay otra mujer en ropa interior en nuestro cuarto de juegos, así que decidimos dejarla «en pirado».


-¿Cómo?


-Sí -empezó a explicarle Marcos-. Mamá nos ha dicho que las clientas prefieren estar «en pirado» cuando se quitan la ropa.


-Probablemente quería decir en «privado» -corrigió Pedro reprimiendo la risa-. A veces la gente quiere estar sola, a eso se le llama «estar en privado».


-Ya, como cuando tú miras a todos lados antes de besar a mamá.


Estaba claro que no había mirado con demasiada atención.


-Sí, más o menos como eso.


Entonces los gemelos empezaron a dar vueltas por la galería, justo como lo había hecho su madre unas semanas antes: tocándolo todo, probando cada uno de los instrumentos…. Y poniendo a Pedro al borde de un ataque de nervios.


«Relájate. Déjalos que miren y que toquen lo que quieran. Prometiste que pasarías más tiempo con ellos. ¿Qué más da si se cae algo y se rompe en mil pedazos? ¿Qué importaría que hubieras tardado treinta horas en hacerlo?»


Justo cuando estaba intentando convencerse para tener paciencia, tuvo que dar un salto para atrapar, a ras del suelo, un instrumento de ébano que se le había escurrido a Marcos de las manos.


-Ya que esa mujer quiere estar en privado, ¿podemos jugar aquí? -le preguntó Marcos como si estuviera acostumbrado a que la gente tuviera que saltar para agarrar al vuelo las cosas que él tiraba.


-Chicos, hoy no es un buen día. Tengo muchas cosas que hacer.


-No tienes tiempo para estar con nosotros -resumió Abril con tristeza-. Igual que papá. Venga, Marcos, vámonos -le dijo a su hermano-. Un papá de verdad nunca sería tan malo.


-Maldita sea -protestó Pedro en cuanto hubieron salido de allí.


Había vuelto a meter la pata. Ahora esos dos irían corriendo a decirle a su madre lo mal que se había portado con ellos. Tenía que hacer algo.




UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 28





Pasaron volando dos semanas, y fueron las más felices de la vida de Paula. Fueron los cuatro juntos a cenar, a jugar al parque o a patinar a la pista de hielo. Los gemelos se estaban portando tan bien, que había empezado a preguntarse si los verdaderos Abril y Marcos no habrían sido abducidos y sustituidos por dos impostores mucho más tranquilos y educados. Los observó jugando en la trastienda y pensó que ojalá siguieran así las cosas.


-Vaya, bonito… payaso -dijo mirando la figura de arcilla que habían hecho.


-No es un payaso -respondió Marcos-. Es nuestro verdadero papá.


Los psicólogos ya le habían advertido que la rabia y el enfado acabarían aflorando en sus hijos y, obviamente, un Aldo que pudieran estrujar era una buena manera de liberar su enfado hacia él. Paula se quedó mirándolos en silencio unos segundos.


-Hablando de papás… quiero preguntaros algo.


-¿El qué? -respondieron al unísono pero sin levantar la cabeza de su figurita.


-¿Cómo es que no le habéis hecho a Pedro el juego del papá?


Ninguno de los dos dijo ni una palabra durante un largo rato.


-Porque nos dijiste que no lo hiciéramos -respondió Marcos por fin.


-Hay un montón de cosas que os digo que no hagáis y aun así las hacéis. ¿Por qué ahora sí me habéis obedecido?


-Porque esto es importante -esa vez fue Abril la que contestó-. Además, Pedro nos cae bien. Es estupendo.


-Eso está muy bien, yo también creo que es estupendo. Pero, de todos modos, os habéis estado comportando de una manera muy rara últimamente.


-Solo hemos sido buenos.


-Eso es precisamente a lo que me refiero. Sé que os dije que Pedro no está acostumbrado a estar con niños, pero eso no quiere decir que tengáis que actuar como robots…


-Es que queremos gustarle -explicó Abril-. No queremos que se vaya como hizo papá.


Directo al corazón.


-Pero eso no fue culpa vuestra. Veréis, lo que quiero que hagáis es que os comportéis con normalidad, dejad que llegue a conoceros como realmente sois.


Marcos soltó la arcilla un momento.


-¡Bieeeen! ¿Eso significa que podemos…?


Paula levantó la mano para detenerlo antes de que fuera demasiado tarde.


-No, no podéis hacerle el juego del papá, ni atarlo, ni pintarle la furgoneta ni nada parecido. Solo… sed vosotros mismos. Pero con mejores modales. ¿De acuerdo?


-De acuerdo.


En ese momento sonó la campanilla de la puerta de la tienda.


-Debe de ser mi próxima clienta. Chicos, necesito que salgáis de aquí un rato para que pueda probarse el vestido. ¿Por qué no vais a jugar a casa un rato?


Marcos y Abril aplastaron el Aldo de arcilla y salieron de allí corriendo.



UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 27




La respiración de Pedro formaba pequeñas nubes de vaho en la fría mañana de otoño mientras hacía tiempo en el aparcamiento de detrás de la tienda. Pronto llegaría Paula de dejar a los niños en el colegio, pronto pero no lo bastante. La paciencia nunca había sido una de sus virtudes, aunque había conseguido aguantar sin verla dos días, durante los cuales había intentado desenmarañar el nudo de deseo y confusión que había provocado en él su último encuentro.


No estaba dispuesto a rendirse, pero tampoco estaba preparado para la casita de campo con dos perros y dos niños salvajes acechando detrás de cada arbusto. Necesitaba tiempo y a la vez quería darle una señal de que tenía la intención de adaptarse. Con un poco de suerte eso sería suficiente.


Paula dio la vuelta a la esquina y se detuvo de golpe, tenía las mejillas sonrojadas y el pelo suelto como de costumbre. Se quedó mirándolo con la boca abierta.


-¿Qué le ha pasado a tu pelo?


-¿Te gusta? -respondió él pasándose la mano por la cabeza.


-¡No!


¡Dios! Parecía estar a punto de echarse a llorar. 


Bien por su maravilloso gesto simbólico. 


Mientras el peluquero paseaba las tijeras por su cabellera, Pedro no había dejado de pensar en la reacción de Paula; había imaginado que se reiría o, en el peor de los casos, que no le daría ninguna importancia. Pero nunca pensó que se pondría a llorar.


-No te pongas así, es solo pelo.


-Sé que solo es pelo, pero, ¿por qué lo has hecho?


A veces entender a las mujeres era como hacer un examen: las preguntas que parecían más sencillas en realidad eran las más peliagudas.


-Pues porque tú me dijiste que lo hiciera.


-¿Qué?


-Sí, hace un par de días… me dijiste que me cortara el pelo. ¿No te acuerdas?


Aquel resoplido de desesperación lo hizo entender que había vuelto a meter la pata.


-¡Pero te lo decía en sentido metafórico!


-Entonces yo me lo he cortado en sentido metafórico.


-¿No entiendes lo que trataba de decirte? -no le dio oportunidad de contestar; casi mejor, porque él no estaba preparado para responder a más preguntas con trampa-. El problema no es tu pelo, es el momento de tu vida en el que estás. Tú estás buscando diversión, y me parece muy bien, no digo que no lo merezcas. Pero yo tengo que recuperar el tiempo perdido, quiero ocuparme de mis hijos y construirme una carrera.


Pedro tuvo la sensación de que todos sus planes caían sobre él como una guillotina. Podría darle el dinero que necesitaba para empezar su negocio, pero… entonces nunca sabría si lo quería por él o por su dinero.


-El problema es que vamos por caminos muy diferentes -concluyó Paula agitando la cabeza.


-Entonces nos veremos en el próximo cruce -le dijo bromeando con tristeza-. Vamos, no lo hagas tan difícil.


-Solo estoy intentando ser realista.


Pedro estuvo a punto de soltar una carcajada mezcla de frustración y perplejidad.


-¿Y por qué quieres hacer eso?


-Porque alguno de los dos tendrá que hacerlo.


-¿Por qué?


Paula miró al suelo y luego alzó la vista a sus ojos.


-Porque así es como tienen que ser las cosas.


¿Quién demonios la había hecho creer eso? 


Seguramente ese cretino de Aldo.


-¿Y por qué no seguimos siendo los dos un par de soñadores y vemos qué nos traen nuestros sueños?


-No voy a fingir ser alguien que no soy -respondió tajantemente-. Y más vale que aceptes cuanto antes que Abril y Marcos siempre formarán parte de mis decisiones…


-Eso te prometo que ya lo he entendido y lo he aceptado. Te lo prometo.


-… tampoco quiero que tú intentes ser alguien que no eres. Eso nunca funciona, lo sé por experiencia. Yo intenté cambiar solo para tener contento a Aldo y casi acaba conmigo.


Pedro le pasó la mano por la mejilla.


-Aldo era un idiota. Lo único que quiero es que seas lo que tú quieras ser.


En su rostro apareció una tímida sonrisa.


-Por eso no te preocupes, Alfonso, he aprendido la lección. Ahora puedo decir que estoy contenta conmigo misma y estoy orgullosa de lo que he conseguido.


-Tienes motivos para estarlo -por algún motivo en el que prefería no indagar, él también se sentía orgulloso de ella-. En cuanto a mi pelo… a mí me da igual tenerlo-largo o corto. La verdad es que me lo dejé tan largo solo para molestar a una antigua novia -se encogió de hombros algo avergonzado-. Y ahora me lo he cortado para demostrarte que estoy dispuesto a hacer algunos cambios. Pero creo que íbamos demasiado deprisa -le puso las manos sobre los hombros-. De verdad, comprendo que pienses en tus hijos -respiró hondo para encontrar las fuerzas necesarias para hablarle con total sinceridad, como a ella le gustaba-. Pero no puedes esperar que yo me convierta en su padre así como así. Lo que no creo que me haga ningún daño es pasar más tiempo con ellos. ¿Qué te parece?


Lo miró durante unos segundos como intentando descubrir un ápice de duda en él.


-De acuerdo -dijo por fin.


-¿Crees que volverán a intentar atarme a la acera?


-Por eso no te preocupes -respondió sonriendo-. Nunca repiten el mismo golpe.


-¿Y eso es bueno?


-Te prometo que en cuanto pases un poco de tiempo con ellos, te parecerán tan especiales como me lo parecen a mí.


Pedro asintió sin saber qué decir, porque toda su vida había tenido muy claro que prefería enfrentarse a cualquier cosa antes que a un niño. Ahora no tenía alternativa, al menos ninguna que quisiera aceptar.


-La verdad es que me gustaba mucho tu pelo - admitió Paula.


No pudo reprimir una sonrisa de orgullo.


-¡Ya veo! ¿Habías tenido alguna que otra fantasía sobre mi pelo?


-Que no se te suba a la cabeza.


-Mira -le dijo tomándole la mano y llevándosela a la cabeza-. Toca ahora. Sé que no es lo mismo, pero a lo mejor se te ocurre algo. Debe ser agradable sentirlo en contacto con la piel…


-Vale, vale, ya me hago a la idea -lo interrumpió retirando la mano.


-Bueno, pero solo para asegurarme -la agarró por la cintura y la acercó a su cuerpo. Sabía que quería que la besara, pero en su lugar le susurró una íntima fantasía al oído. Se quedó unos segundos en silencio disfrutando de su aroma y después, en un acto de autocontrol, se separó de ella-. Piensa en eso.


-Sí, tú también -respondió ella de lejos con una sonrisa que era la imagen de la tentación-. Y recuerda que en ese juego pueden participar dos.


-Y los dos pueden pasarlo bien -y él se iba a asegurar de que así fuera.




miércoles, 30 de octubre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 26





Aquella noche, Pedro le pidió a Paula que eligiera el restaurante que quisiera para ir a cenar. Le agradó y sorprendió que ella optara por un pequeño restaurante chino de ambiente familiar donde la comida era deliciosa además de bastante barata. Aunque no podía dejar de preguntarse si habría elegido otro lugar más sofisticado de haber sabido que Pedro tenía dinero. Se sintió mezquino solo por pensar algo así.


Después de la cena, la llevó a su futura galería de la música. A diferencia de Victoria, que le había dicho que sus planes eran una auténtica locura, Paula opinaba que estaba haciendo lo mejor al escoger un trabajo que lo hacía feliz. 


Eso le gustó. Le gustó mucho.


También descubrió de dónde habían sacado los niños esa increíble curiosidad, porque Paula se paseó por la galería deteniéndose en todos y cada uno de los instrumentos, muchos de los cuales también trató de tocar. Mientras tanto, Pedro la observaba disfrutando con su interés, extasiado con sus movimientos y sus intentos por sacar sonidos de los difíciles instrumentos. Hubo un didgeridoo que se le resistió especialmente y, cuando llevaba un rato peleándose con él, pareció darse cuenta de pronto de que él también estaba allí.


-¿Cuál es el truco? -le preguntó con cara de frustración.


-Pues, a no ser que quieras acabar perdiendo el conocimiento, no se trata solo de soplar. Acuérdate de cómo inflan la boca los trompetistas o los saxofonistas -le explicó mientras se acercaba a ella-. Déjame que te lo enseñe.


Lo miró sonriendo, haciendo que a él se le acelerara el pulso.


-Encantada -respondió dándole el didgeridoo-. Me encantará aprender de un maestro. Una noche, cuando acababas de mudarte, me estaba dando un baño y estuviste a punto de matarme del susto con esta cosa -continuó hablando sin darse cuenta del efecto que estaban teniendo en él aquellas palabras-. También estuviste a punto de romperme una copa de vino.


«Baño… Vino…»


Sus palabras se fueron uniendo con la fuerza de un torbellino y lo rodearon dejándolo confundido. Pedro cerró los ojos y ante él apareció la imagen de Paula en su hermosa desnudez…


-¿Pedro?


-Sss… ¿Sí?


Se quedó mirando al instrumento que tenía en la mano, o al menos eso esperó él, dado que había otra cosa que también sobresalía por debajo de su cintura.


-¡Ah… sí! ¡El didgeridoo!


El problema era que tocar aquel instrumento requería un enorme control de la respiración, algo para lo que no se veía capacitado en ese momento. Aun así, lo intentó. Como se temía, lo que salió fue un sonido bastante poco digno de un supuesto experto en la materia.


-¿Eso es lo mejor que puedes hacer? -le preguntó inocentemente, pero hiriendo su orgullo masculino.


-A ver si tú lo haces mejor -replicó él devolviéndole el instrumento.


Y lo hizo, lo hizo mucho mejor.


-Bueno, una fantasía menos, siempre había querido tocar una de estas cosas.


Pedro se preguntó qué otras fantasías estaría dispuesta a cumplir esa misma noche. La manera en la que Paula acariciaba todos los objetos de la galería no lo ayudó a sentirse mejor; él quería ser el siguiente al que observara y tocara. Intentó relajarse un poco y pensar en otra cosa.


-Entonces, ¿qué te parece el sitio?


-Pues… está bastante bien -respondió ella después de unos segundos de duda.


Esa, obviamente, no era la reacción entusiasta que esperaba. Estaba claro que quedaban muchas cosas por hacer, en parte porque ella había supuesto una distracción demasiado poderosa para que a Pedro le cundiera el tiempo como había esperado.


-¿Crees que tú lo podrías haber dejado mejor?


Notó que aquella pregunta había provocado algo que no reconocía dentro de ella.


-Me imagino que nunca lo sabremos.


-¿Por qué? ¿Hay algo que yo no sepa?


Se tomó unos segundos antes de contestar.


-Yo quería este local para montar mi negocio y ganar un poco de independencia. Solía sentarme en la tienda de Celina a planear cómo lo remodelaría y lo decoraría. Entonces apareciste tú y construiste esa pared -añadió señalando el nuevo tabique-. Se acabó.


Otra cosa más en su contra, pensó Pedro


Jugaba con desventaja desde antes incluso de conocerse.


-¿Alguna vez le contaste a Celina tus planes?


-No con tantas palabras.


-¿Por signos?


-No, no… no se lo dije. ¿Contento?


-Oye, lo siento. Tu tía es muy buena, seguramente te habría ayudado a conseguirlo.


-Me dio miedo pedírselo, eso es todo. No quería arriesgarme a que alguien más me dijera que no, ya he tenido suficiente. «No te quiero. No me importan los niños lo más mínimo. No, yo no…» -se detuvo de repente y lo miró con una triste sonrisa-. Lo siento, me he dejado llevar.


Pedro sintió el impulso de abrazarla, de hacerle todo tipo de promesas, unas promesas que nada tenían que ver con su nueva vida sin compromisos. Prefirió no hacer nada.


-No te preocupes. El problema es que si no preguntas, tampoco oirás el sí.


-Lo sé -reconoció al tiempo que se retiraba un rizo de la cara.


La tentación. No pudo aguantar más; se acercó a ella y empezó a jugar con un rizo de su pelo negro, era como seda entre sus ásperas manos.


-Me gustaría decirte que siento haber alquilado este lugar, pero no sería cierto. Gracias a eso te he conocido.


Su rostro se relajó al oír aquello, incluso sonrió. Pedro pensó que podría hacer cualquier cosa por no dejar de ver esa sonrisa.


-Bueno, tenerte de vecino no está tan mal después de todo. Me ha dado la oportunidad de enfadarme por una cantidad de ruidos que la mayoría de la gente no llega a escuchar en toda su vida. Por no hablar de la aventura de reptar por el túnel misterioso.


No pudo evitarlo.


-Y también está esto -se inclinó sobre ella y la besó en la boca entreabierta. Era algo mágico rozar aquellos labios.


-Sí, eso también -dijo besándolo ella esa vez.


Deseaba despojarla de toda la ropa poco a poco y hacerle el amor toda la noche. Le vino a la cabeza su propio consejo: «si no preguntas…» 


Aquellas palabras eran como un canto de sirena, irresistible, poderoso y probablemente también fatal. Todavía tenía que conseguir que Paula se reconciliara con la imagen que se había creado de él, tenía que demostrarle que no volvería a mentirle. Se conformaría con un beso más. La tomó entre sus brazos y ella se recostó en su pecho. Confiaba en él aunque no hubiera hecho nada para ganarse esa confianza. Podría perderse en su mirada, en el tacto de su piel; desde su pelo hasta sus caderas. Era una mujer con curvas, no como esos sacos de huesos que se habían puesto de moda. Era demasiado tentador. Le puso las manos en el trasero mientras le rozaba la lengua con la suya. Ella lo apretó con fuerza, como si quisiera hacerlo parte de su cuerpo. Solo ese pensamiento hizo que Pedro perdiera el control.


Paula llevaba un top de seda que se abrochaba en la espalda con un nudo. Mientras la besaba, empezó a juguetear con los extremos de ese nudo. Después empezó a besarle el escote. 


¿Por qué demonios no llevaba algo sencillo con una cremallera o unos simples botones? Cosas que cualquier hombre habría sabido desabrochar. Con eso tan complicado no podía.


Ella se echó a reír y el retumbar de su carcajada provocó en él aún más deseo.


-¿No te gusta mi original diseño? Es un poco difícil, ¿verdad?


Pedro ya no sabía ni qué hacer consigo mismo.


-Mira, te lo voy a preguntar directamente. ¿Puedo subirte a casa y hacerte el amor?


Ella levantó las cejas sorprendida.


-¿Ni siquiera un «por favor»?


Entonces se dio cuenta de que se estaba comportando como un imbécil.


-No creo que eso fuera a ayudar mucho, ¿no es así?


Paula se alejó de él quedándose fuera de su alcance.


-Tengo que admitir que soy nueva en todo esto. Quiero decir que, antes de Aldo, no había salido con muchos hombres. Pero estoy bastante segura de que debería haber un poco más de… romanticismo. Aunque, incluso con todo ese romanticismo, nos hemos olvidado de un pequeño detalle. Mis hijos están justo al otro lado de la pared.


Tenía razón, en eso no había pensado. En realidad, no había pensado en nada, solo se había dejado llevar por el deseo. Decidió recurrir al humor.


-¿Y si te prometo que no haré ruido?


Ella emitió una especie de rugido de frustración.


-Pedro, ya intenté explicarte todo esto. Soy lo único que tienen Abril y Marcos, y soy yo la que les tengo que servir de modelo de comportamiento. Eso no incluye lo que… bueno, lo que tú estás sugiriendo - añadió ruborizada-. Creo que no tienes la menor idea de la responsabilidad que eso supone. ¿Alguna vez has tenido que pensar en alguien aparte de en ti mismo?


-¿Qué te parecen cincuenta empleados, el banco y un asesor financiero?


-Sí, pero toda esa gente volvía a dormir a su casa. Te estoy hablando de obligaciones familiares.


Volvió a acercarse, pero solo consiguió que ella diera un paso atrás.


-Llevo trabajando desde los dieciséis años y, en todo ese tiempo, no he hecho otra cosa que responder por los demás y ser responsable de ellos -estaba harto de que la gente le dijera quién era y quién debería ser-. Ahora solo respondo por mí; puede que te parezca egoísta, pero no me juzgues hasta que me conozcas, y no metas a tus hijos en algo que es solo entre tú y yo. Ellos no tienen nada que ver.


-¿Que no tienen nada que ver? -el tono de su voz había aumentado varios decibelios.


Pedro se dio cuenta de que acababa de meterse en un tremendo hoyo del que le iba a resultar muy difícil volver a salir.


-Paula, lo siento -dijo pasándose la mano por el pelo en un gesto de desesperación-. No quería decir lo que he dicho -la expresión de su rostro se dulcificó ligeramente y él volvió a recobrar la esperanza-. Me he comportado como un estúpido. Es que me has dado en el punto débil. Lo que quería decir es que…


Esa vez fue ella la que se acercó a él.


-Ya te he entendido, ahora quiero que me entiendas tú a mí. Soy madre y eso está por encima de todo. Afecta a todas las decisiones que tomo. Mira, puede que piense que eres el tipo más guapo del mundo, que hasta crea que eres divertido e inteligente, pero hasta que no me demuestres que aceptas a Abril y a Marcos, no voy a subir a tu apartamento ni voy a ir a ningún otro lado contigo. ¡Por Dios, madura ya! ¡Y córtate el pelo!


-¿Que me corte el pelo?


-Sabes a qué me refiero.


Salió de allí con toda tranquilidad, y unos segundos después la oyó subir las escaleras hacia los apartamentos.


«He vuelto a estropearlo».


Esa misma noche, nada más salir de la ducha, Pedro se tumbó en la cama cubierto solo por una toalla y todavía algo mojado, y se puso a tocar una delicada flauta africana… para Paula.


Detestaba la idea de estar separado de ella por esa pared, por el tema de sus hijos y por todas las responsabilidades que no estaba dispuesto a aceptar. No sabía cómo iba a superar todos los obstáculos que lo alejaban de ella.


-Que duermas bien -murmuró Pedro sabiendo que él no iba a poder pegar ojo.