viernes, 27 de septiembre de 2019

UN ÁNGEL: CAPITULO 27




—Entra, Pedro —lo llamó Mateo—. Puedes ayudarnos con este desastre.


Paula levantó la vista y le vio dudar en la puerta de la casa. Mateo, Aaron y ella, estaban sentados a la mesa del comedor que estaba llena de papeles.


—Sólo he venido a buscar mis guantes —dijo pasando frente a ellos hacia la cocina, donde Sara estaba lavando los platos.


—Bueno, ayúdanos de todas formas —le pidió Aaron—. Hemos decidido ir todos a la reunión del ayuntamiento esta noche. Quizá a ti se te ocurran los argumentos que necesitamos.


Paula vio que Pedro la miraba y bajó la vista antes que sus ojos se encontraran.


—No te preocupes, lo harán muy bien —dijo Pedro entrando en la cocina.


Mateo se le quedó mirando y le dijo a Paula:
—¿Os habéis peleado o algo?


De repente pasaron dos cosas: Pedro volvió de la cocina poniéndose los guantes de trabajo y cuando pasó al lado del teléfono, éste empezó a sonar.


Pedro se sobresaltó y esto sorprendió a Aaron. No era normal en Pedro y Aaron pensó que debía estar muy tenso.


—Contesta, Pedro, por favor —dijo Mateo, que lo había hecho para impedir que se fuera.


Pedro no pudo oponerse, así que contestó, escuchó un momento, respondió y colgó. Los demás lo estaban mirando.


—Era el alcalde. Hay un chico que se he perdido en las colinas al este del pueblo. Creen que lleva fuera unas catorce horas. Se escapó anoche con un amigo. El amigo volvió a casa esta mañana y dijo que se habían separado en el bosque y que lo estuvo buscando toda la noche.


—¡Eso es horrible! —exclamó Sara—. Pobre chico.


—Se trata de Will Peterson —dijo Pedro.


—Tenemos que ayudar. Yo iré con Cricket —anunció Paula.


—Yo llevaré la camioneta —dijo Mateo—. Aaron, llama a Willy y a los otros. Sebastian y Kevin todavía no han vuelto de Eugene.


—Les dejaré una nota —prometió Sara.


Paula sonrió al verlos salir. Esa vez no dudaron ni un segundo. Se estaban convirtiendo en parte de la comunidad y la comunidad los aceptaba al fin. Lo que ella había intentado conseguir durante ocho años, lo logró Pedro en sólo un mes. Se dio cuenta de que él todavía estaba allí, mirándola.


—Gracias —le dijo con suavidad, esperando que entendiera lo que quería decir. Los ojos azules la miraron y ella supo que había entendido.


—Llévate a Cougar.


—Creí que tenía que estar atado.


—A lo mejor puede ayudarte —dijo él intentando disimular sus emociones.


—Está bien.


Ella se dio la vuelta y lo dejó allí. Pedro no sabía que se podía sufrir tanto. Y si lo sabía, lo había olvidado. Al fin pudo moverse y se unió a los otros en la camioneta.


Encontraron con facilidad el puesto de mando que estableció Walter Howard. El oficial hablaba al grupo que se había reunido alrededor de su coche.


—Si no hemos encontrado al chico al anochecer, pediremos ayuda al exterior. Hay mucha gente que está entrenada para esto. Lo encontraremos.


A un lado Pedro vio a la mujer de la tienda, la angustiada madre de Will, llorando en brazos de un hombre alto y corpulento.


Pedro lo miró, concentrándose. Sintió el caos de preocupación, rabia y frustración y las nauseabundas vibraciones de un espíritu mezquino, pero tampoco era el hombre que buscaba y lo borró de su lista de sospechosos.


—Vaya —murmuró Sebastian—, el viejo Peterson nos ha visto. No creo que esto lo haga feliz.


—Nada hace feliz a ese hombre —comentó Aaron—, pero nosotros le molestamos especialmente.


Paula llegó justo cuando Walter extendía un mapa en el cofre del coche. El oficial sonrió y le dio un silbato como había hecho con los demás. Pedro vio a un hombre entre la multitud que en lugar de mirar al policía, tenía puesta su atención en el grupo del refugio. Era alto, delgado y a Pedro le resultaba familiar aunque no le reconoció la cara. Le preguntó a Aaron quién era.


—Ray Claridge.


—¿Es del pueblo?


—Más o menos. Nació aquí pero… estuvo fuera varios años. Volvió hace poco. Paula lo conoce mejor que yo —dijo Aaron un poco tenso.


Pedro miró fijamente al hombre y a causa de la fuerza de su mirada el hombre se dio la vuelta y se fue, aunque no era su intención. Al verlo caminar, Pedro recordó dónde lo había visto antes. En la oficina del doctor Swan.


—¿Les ha dado problemas?


—No.


Pedro sintió que había algo más, pero antes que pudiera insistir Walter estaba dando órdenes y Aaron se volvió a escuchar.


Estaba dividiendo el terreno por grupos. Cuando llegó el turno de la parte de las colmas, la más dura, Pedro dijo de repente:
—Nosotros cubriremos esa área.


—Es un terreno difícil —dijo Walter, mirando a Paula.


—No importa —dijo ella. Conozco la zona y a los chicos no les será difícil.


—Está bien. La señal serán tres largos silbidos, ¿de acuerdo?


Todos los grupos empezaron a distribuirse y los hombres del refugio rodearon a Pedro.


—Aaron, tú y Ricardo empezarán al oeste —ordenó Pedro.


Los dos estuvieron de acuerdo, incluso Ricardo, que se había transformado desde que Pedro llegó. Después de distribuir a los demás, miró a Paula.


—A ti te he dejado lo mejor, Pau —dijo con suavidad—. Os será más fácil a Cricket y a ti buscar en el sendero del cañón.


Ella se ruborizó, pero estuvo de acuerdo. Aquel sendero era muy estrecho y subía hacia las colinas en línea recta. Era muy empinado, pero no demasiado peligroso si se iba con cuidado.


Paula silbó llamando a Cougar y se puso en camino, ignorando las miradas que algunos lanzaban al enorme perro.




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