viernes, 27 de septiembre de 2019

UN ÁNGEL: CAPITULO 28




Mateo y Pedro llevaban tres horas caminando entre los arbustos, cuando de pronto Pedro se detuvo e inclinó la cabeza como si hubiera oído algo.


—¿Qué pasa?


—Estoy un poco cansado —dijo Pedro disimulando—. Sentémonos un momento.


Se sentaron en un tronco y bebieron agua de la cantimplora. Pedro se apoyó en una rama y cerró los ojos, dejando que sus sentidos lo llevaran a otro lugar.


Veía todo con tanta claridad como una película. 


Las orejas de Cougar se levantaron y salió corriendo entre los arbustos. Paula detuvo el caballo en el camino, esperando. Luego se oyeron los ladridos del perro y el llanto del niño. 


Paula salió del camino y siguió al perro, gritando el nombre de Will. Como el terreno era peligroso, Paula se bajó del caballo y tomó la cuerda que llevaba. Ató un extremo en la cabeza de la silla y arrojó el otro por el barranco. Se puso un par de guantes e intentó tranquilizar al caballo.


A un kilómetro de distancia Pedro sonrió.


Paula comenzó a bajar por la ladera sin dudar, asida a la cuerda, clavando las botas en la tierra húmeda. El caballo no se movió ni un momento, parecía una estatua.


Encontró al chico atrapado entre una roca y un árbol caído con Cougar a su lado lamiéndole una oreja para tranquilizarlo. El tobillo de Will estaba hinchado y le dolía mucho, atrapado bajo una rama del árbol. Tenía la cara sucia llena de lágrimas y se sorprendió al reconocerla, pero eso no le impidió abrazarse a ella cuando se acercó.


—No pasa nada —lo tranquilizó ella—. Enseguida te sacaremos de aquí.


Sacó el pie con mucho cuidado y el chico gritó de dolor.


—Me caí, el terreno estaba resbaladizo. Y tenía mucho frío.


—Lo sé, Will pero ahora todo ha terminado. Pronto estarás en casa.


Cuando ató la cuerda alrededor de los dos lanzó un silbido al caballo.


—¡Atrás, Cricket, atrás!


El caballo, bien entrenado, comenzó a avanzar abriéndose camino entre los arbustos. Despacio, el caballo los sacó de la empinada ladera, mientras Cougar ladraba corriendo de arriba abajo.


—Ya está, Will, ahora no hay problema —sacó el botiquín de la bolsa de la silla y vendó rápido el tobillo del chico. Entonces se acordó y dio una señal con el silbato.


—Bien, ahora todos sabrán que te hemos encontrado. Vamos a casa.


Lo montó en la silla y cuando iba a montar tras del niño, él le dijo sorprendido:
—Viniste a buscarme.


—Claro.


—Pero yo fui tan malo contigo, te dije todas esas cosas…


—No te diré que no me hiciste daño, Will porque no sería cierto. La mentira siempre duele. Pero todavía eres muy joven y quizá no sabías lo que hacías.


—Lo siento —dijo con una lágrima en la mejilla.


—Acuérdate de esto la próxima vez que se te ocurra insultar a alguien.


—Lo haré —prometió.


Paula montó tras él y lo abrazó con cuidado mientras emprendían el camino de vuelta.



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