jueves, 26 de septiembre de 2019

UN ÁNGEL: CAPITULO 26




Las cosas resultaron más fáciles de lo que Paula hubiera imaginado. Durante dos días vio a Pedro sólo durante las comidas. No tenía que esforzarse para evitarlo, porque él nunca estaba cerca de ella y pensó que la estaba evadiendo.


Por eso le pareció curioso que apareciera justo en el mismo momento en que llegó Walter Howard.


—Hola, Paula —saludó Walter, saliendo del coche para darle, un abrazo.


—Hola Walt.


—Tienes un aspecto diferente… —dijo Walter retrocediendo para mirarla.


Ella era consciente de la presencia de Pedro y del hecho de que los estaba observando.


—¿Qué te trae por aquí?


—Quería que supieras que mucha gente piensa que hicieron una buena acción ayudando a los Morgan.


—Sí. Creía que nada que pudiéramos hacer impresionaría a la gente de Riverglen.


—Bueno, la gente habla de otra manera de vosotros.


—¿Y has venido sólo a decirme eso?


—No sólo eso. He venido a verte, claro. Pensé que podríamos comer juntos.


—No, puedo —respondió ella automáticamente—, tengo mucho que hacer. Tengo que lavar a Cricket, que está lleno de barro después de la lluvia.


—Yo lo haré —dijo Pedro de repente.


—También tengo que bañar a Cougar.


—Yo. lo haré. Vete a comer.


—De acuerdo —dijo Paula disimulando su dolor.


—Bien —dijo Walter alegre—. Y gracias, Pedro. Hablando de Cougar, lo tienes atado, ¿verdad?


—¿Qué? —dijo Paula mirándolo extrañada.


—Bueno, han matado a un par de animales más. Como le dije a Mateo, no creo que tenga nada que ver con él, pero todavía se oyen algunos rumores.


—¿Cougar? ¿Algo que ver con eso? —dijo mirando a Pedro—. ¡Eso no es lo que tú me dijiste!


—Sabes que no es verdad. Está encerrado desde que Walter nos avisó. No te lo dije porque no quería que te preocuparas.


—¿Cómo puedo protegerlo, si no sé lo que pasa? Yo creía que por lo menos tú no me tratabas como si fuera una niña, pero veo que estaba equivocada.


Pedro le dolieron las palabras y Walter intervino.


—Paula…


—¿Quién piensa que fue Cougar?


—Sólo una persona y nadie le hace mucho caso. Parece que las cosas están cambiando en la ciudad.


—Pero…


—Vamos, Paula. Hablaremos de ello más tarde.


Paula se dio la vuelta para ver a Pedro, pero se había ido. Conteniendo las lágrimas, dejó que Walter la condujera hasta el coche.


Aaron había presenciado la escena y observaba a Pedro, quien se quedó mirando el coche.


—Interesante, ¿no te parece? Walter se decide a perseguirla hasta que la gente del pueblo empieza a decidir que no somos tan horribles después de todo.


—Es un tipo decente.


—Seguro, bastante agradable, aunque un poco indeciso. Cuando la gente quería echarnos, no quería que ésta se enterara de que venía a verla. Ahora, de repente, aparece para llevarla a comer delante de todo el mundo.


Pedro murmuró algo ininteligible y desapareció. 


Fue hacia el granero y dio un golpe a la puerta que estaba construyendo. La mandó a comer con Walter como si nada y estaba desgarrado por dentro. Ni siquiera se molestó en tomar las placas, sabía que nadie respondería. O le estaban dando tiempo para que se calmara, o ellos tampoco sabían lo que estaba pasando. O quizá lo habían abandonado del todo. ¿Qué pasaría si fuera así? Llevaba tanto tiempo trabajando para ellos, que no sabía hacer otra cosa. ¿Qué haría? La respuesta se formó en su mente clara y definitiva. Pasaría el resto de su vida con Paula, intentando compensarla por haberse comportado con ella como un desgraciado. Eso, claro, si le dejaban una vida.




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