jueves, 26 de septiembre de 2019

UN ÁNGEL: CAPITULO 24




Aquella noche, la reunión habitual del fuego pareció más corta de lo normal ya que todos los otros se fueron a la barraca demasiado pronto, alegando que estaban cansados del trabajo. 


Pedro sabía que los estaban dejando solos a propósito, en aquel romántico escenario, con la chimenea y la lluvia golpeando en los cristales. 


Sintió deseos de escapar, de evitar aquello, pero cuando ella se sentó delante del fuego para secarse el pelo todavía húmedo, no pudo moverse. Parecía hipnotizado. Paula se dio la vuelta de repente y vio que la estaba mirando fijamente.


—¿Pedro…?


Si hubiera tenido más practica, puede que hubiera podido dominar la necesidad que se apoderó de él, pero de pronto fue como si se encontrara en el claro del bosque, incapaz de dominar lo que le estaba sucediendo. Y cuando ella lo miró con los ojos tan abiertos, no tuvo elección.


—Paula…


Lo dijo con voz entrecortada y en un momento ella estaba en sus brazos. La besó con deseo, exigiendo probar aquella dulzura que apenas conocía. Ella se rindió a él con alegría, con ansia, abriendo sus labios para que su lengua entrara en cuanto él le acariciara los labios con ella.


Él dejó escapar un gemido ronco y la apretó con más fuerza contra sí mientras introducía la lengua más profundamente en la fortaleza de su boca. Sintió que ella se movía, que le acariciaba el pelo y oyó el suspiro de placer que emitió cuando la abrazó con fuerza.


Aquel sonido lo abrasó y la apretó por la cintura mientras la recostaba en el suelo, junto al hogar. 


La sentía suave y cálida bajo su cuerpo, con los dedos clavándose en los músculos de su cuello. 


Hizo el beso más profundo y la cabeza le dio vueltas con aquellas nuevas sensaciones.


Ella gimió, arqueando el cuerpo bajo el suyo, presionando sus pechos contra él. Mientras, estuvo a punto de dejar de respirar del todo cuando sintió la presión de sus caderas. 


Involuntariamente, empujó, frotándose contra ella.


Entonces se dio cuenta de que la insoportable sensación que experimentaba era la respuesta violenta de su cuerpo al de ella. Su cuerpo estaba volviendo a la vida con una rapidez que le asombraba. Estaba ardiendo, rígido y listo y no sabía por qué.


Había visto a otras personas en aquel estado, pero nunca lo vivió él mismo y no sabía cómo manejarlo. Se dio cuenta de que estaba fuera de control.


—Paula —susurró, separándose de ella con el mayor esfuerzo que había hecho en su vida.


—No —protestó ella, intentando que volviera, necesitando su calor, sus besos.


—Paula, no. No puedo. Dios mío, no puedo.


Se echó a un lado, respirando con dificultad, jadeando.


Pedro.


—¡No!


Él se apartó de su mano extendida, sabiendo que si la tocaba, estaría perdido. Paula retrocedió, dolida por su rechazo. Con un gemido se levantó y sin decir nada, salió corriendo de la casa.


—¡Paula!


Pedro intentó levantarse, pero su cuerpo no le obedecía. Llegó hacia la ventana justo a tiempo para verla desaparecer dentro del granero, con Cougar. Se dejó caer en el suelo, junto a la chimenea. Su cuerpo estaba gritando y su mente hecha un lío. Necesitaba respuestas y las quería en ese momento. Asió las placas.


Pedro, ¿qué pasa? Nunca habíamos oído…


—Maldita sea, ponme con el jefe.


—Por favor, Pedro


—Cállate y ponme con el jefe. Quiero respuestas, ahora mismo.


—Pero ahora mismo no está disponible. Él…


—Me importa un bledo dónde está. Ve por él.


Pedro, ¿tienes algún problema? Por favor, cuéntame.


—Tienes razón, tengo un problema. Dijiste que esto nunca pasaría. Me prometiste que nunca sería un problema.


Pedro, por favor, cálmate.


—¿Que me calme? Me está comiendo vivo, ¿y dices que me calme?


—¿Qué es? —gritó la voz. Era la primera vez que lo oía ponerse nervioso.


—¡La quiero, maldita sea!


—¡Oh, Dios mío!


—Bien, eso es una gran ayuda. ¿Qué está pasando allá arriba?


—No lo sé, Pedro, es la primera vez que ocurre.


—Eso no hace que me sienta mejor.


—No sé la respuesta, Pedro. Tengo que buscar al jefe.


—Me parece que eso fue lo primero que pedí.


Sabía que lo había dicho con amargura, pero no le importó. Ya no le importaba nada excepto lo que le estaba ocurriendo a él. Y lo que era más importante, lo que le estaba pasando a Paula. Le estaba haciendo daño y aquello era lo último que deseaba. Era lo que había ido a impedir.


—Por favor, Pedro, espera. Lo averiguaremos, te lo prometo.


—Perdona que en este momento tus promesas no me emocionen mucho.


—Lo entiendo. Será pronto, Pedro.


Y entonces se fueron, dejándolo solo en la batalla contra sus recién descubiertos sentimientos.




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