jueves, 26 de septiembre de 2019

UN ÁNGEL: CAPITULO 25




Paula tembló, pero no a causa del frío. Estaba bastante abrigada con Cougar y Cricket a su lado. Sentada se rodeaba las rodillas con los brazos, intentando controlar los estremecimientos.


Había hecho muchas cosas en su corta vida, pensó, pero nunca el ridículo de aquella manera. 


Pensó que tenía todo bajo control, pero en cuanto él la miró de aquella forma, supo que era mentira.


En su viaje a Portland, en las horas que pasó sola, tuvo que admitir que lo quería, en el fondo ya lo sabía desde el momento en que vio aquella viga ardiendo caer encima de él.


También se propuso que nunca se lo diría. 


Aquella mirada de dolor y culpa que vio en sus ojos cuando le dio aquel inesperado y apasionado beso de despedida, se le había clavado en el corazón. Y sólo se le ocurría una explicación: no quería hacerle daño. Se dio cuenta de que aquella niña se habría enamorado de él e intentaba ser amable. Ella se prometió no ponerlo en aquella posición de nuevo.


Pero a los pocos días de volver a casa, ella se arrojó en sus brazos, prácticamente pidiéndole que la besara. Él lo hizo y de qué manera. No había sentido nada igual en su vida. No es que ella tuviera mucha experiencia.


Sólo intercambió algunos besos con Walter Howard, que le proporcionaron una suave sensación de calor, nada más. Y aquella horrible experiencia tan lejana que parecía que nunca hubiera ocurrido. Lo que sintió con Pedro no tenía comparación con ninguna de las dos.


Y a él también lo afectó. Se puso colorada al recordar la rigidez de su cuerpo apretado contra ella. Eso no hubiera ocurrido si él no la deseara también. O quizá era muy ingenua al pensar que era ella la causa y que con cualquier otra mujer no hubiera sentido lo mismo.


Quizá ese era el problema, él quería sexo, pero no con ella. No con ella, porque pensaba que sólo sería un breve alto en su camino y era demasiado honesto para aprovecharse sabiendo que le haría daño.


O quizá no la quería en absoluto. Sólo porque ella hizo lo que él le pidió y descubrió que no era una niña disfrazada de chico, no significaba que alguien como él fuera a enamorarse de ella. Los demás estaban impresionados, pero ellos ya la querían. Y Pedro no. No le extrañaba, cuando podía elegir la mujer que prefiriese.


De todas formas, la causa era lo de menos. El resultado era el mismo. Un desgarrador y profundo dolor que le estaba destrozando el corazón.


—Oh, Cougar. ¿Qué voy a hacer?


El perro le lamió la cara mojada por las lágrimas y ella lo abrazó, apoyando la cara en su espesa piel.


Pensó que Pedro no sabía que ya era demasiado tarde para evitar hacerle daño. Se sentiría horrible si conociera sus sentimientos aunque no fuera culpa suya.


Intentaría que no se diera cuenta, aunque estuviera rota por dentro. Ya había tenido que hacerlo otras veces en su vida y salió adelante. 


Él lo merecía, al menos por todo lo que les ayudó.


Empezarían al día siguiente. Disimularía como si nada hubiera pasado. Lo haría pensar que eso no significó nada para ella, liberándolo de cualquier responsabilidad que pudiera sentir. 


Pero esa noche…


Cougar gimió desolado mientras su dueña lloraba con amargura abrazada a él.





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