miércoles, 25 de septiembre de 2019
UN ÁNGEL: CAPITULO 23
Pedro estaba todavía despierto en su cama cuando empezó a llover. Ni siquiera había intentado cerrar los ojos porque sabía que le sería imposible dormir. La noche anterior fue porque la casa le parecía vacía; esta noche, porque la casa y su corazón estaban llenos de ella.
Él siempre vio la belleza que se escondía bajo aquella ropa de chico, pero la transformación lo sorprendió incluso a él. Ella estaba radiante con aquel vestido verde, llena de una feminidad recién descubierta. Una feminidad que despertaba algo enterrado tan profundamente en él, que ni siquiera sabía lo que era.
Miró al pequeño dragón que estaba en la mesilla. Se quedó mirando hasta que las luces del amanecer, grises a causa de la lluvia, entraron por la ventana. Seguía lloviendo. A media mañana todo estaba lleno de charcos.
—Cougar está echo polvo —dijo Paula mientras ayudaba a Aaron a poner un plástico encima del gallinero—. Odia estar encerrado.
—Pero Pedro tiene razón. Hasta que no sepamos qué es lo que está matando al ganado, está mejor encerrado.
Paula había vuelto a vestir sus botas y vaqueros habituales, pero llevaba unos pequeños pendientes de oro y algo de maquillaje.
Por la tarde, la intensa lluvia cedió un poco y se convirtió en una llovizna suave y constante.
Habiendo terminado el trabajo por el momento, Pedro fue hacia un pequeño claro que había descubierto. Lo encontraba tranquilizador.
Se sentó un momento, sin que le importara la humedad del suelo ni la lluvia que le caía en la cara, reclinado en el álamo blanco. La lluvia lo distraía, pero no podía quitarse de la cabeza la visión de Paula con el vestido nuevo.
¿Cómo podían hacerle aquello? En todos sus años en el trabajo nunca le pasó nada parecido y no sabía por qué ahora estaba ocurriendo. En aquellos años había tratado con mujeres que eran más hermosas que Paula y no tuvieron ningún efecto en él. Se había dado cuenta de que así era mejor, para no comprometerse emocionalmente. Y Paula lo había echado todo a perder.
En aquel momento apareció ella, sin hacer ruido, como por arte de magia. No se dio cuenta de la presencia de Pedro mientras caminaba despacio, con la cara levantada hacia la lluvia.
Él se quedó mirándola, fascinado por las gotas de agua que resbalaban por su piel y desaparecían por el escote. Quería seguir la línea de la lluvia con sus manos, con sus labios, con su lengua…
Paula se volvió de repente y él se dio cuenta de que había oído el jadeo que él trató de evitar.
Rápidamente disimuló su expresión, sabiendo que sus emociones, el calor y el deseo que sentía, debían notársele en la cara.
—Te estás mojando —dijo con rapidez.
—Tú también.
Ella no dijo más, sólo lo miró como si supiera exactamente qué quería. Pero aquello era imposible, ni siquiera él sabía qué estaba pasando, o qué hacer para luchar contra ello. Ni siquiera sabía si quería luchar. ¿No quería olvidar las reglas? ¿No quería abrazarla y besarla hasta perder el sentido? ¿No quería acariciarla y besar cada centímetro de su piel y que ella hiciera lo mismo con él?
Tembló ante la fuerza de las imágenes, no podía evitarlo y se puso de pie tambaleándose. Tenía que recuperar el control, pues se sentía peligrosamente al borde del abismo.
—Será mejor que vayas dentro, estás tiritando —dijo ella.
—Tienes razón —murmuró. No quería discutir con ella, cuando estaba tan cerca que podía percibir su olor y casi sentir su piel bajo los dedos. Se dio la vuelta y se dirigió a la casa, con los nervios en tensión, sabiendo que ella estaba justo detrás de él.
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Ya quiero que activen un poco más jajajaja.
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