miércoles, 25 de septiembre de 2019

UN ÁNGEL: CAPITULO 22



Volvió a bostezar y se quedó mirando el vaso de leche, mientras un calor dulce empezó a invadirlo. Levantó la cabeza y no pudo impedir una enorme sonrisa.


—¡Eh, Pedro! ¿Qué te pasa? Parece que te acaban de regalar un millón de dólares.


—Nada —dijo encogiéndose de hombros.


Volvió a prestar atención a la cena, con algo más de apetito. Se terminó la leche justo cuando oyó los ladridos de alegría de Cougar y un poco más tarde, el ruido de la camioneta de Paula.


Todos salieron al porche y Mateo fue a abrirle la puerta con una reverencia.


—Bienvenida a casa, niña —dijo inclinándose mientras ella salía del coche—. Te hemos echado mucho de menos.


Se quedó callado de repente y todos los demás la miraron incrédulos. Pero Paula sólo tenía ojos para Pedro.


—¡Vaya! —dijo Willy al fin.


—Preciosa —manifestó Marcos gruñendo.


Ricardo la miraba como si no la conociera. Paula se ruborizó, pero estaba encantada con su reacción. Se había cortado el pelo a la altura del cuello y un mechón le caía sobre los ojos de una forma muy sensual. Llevaba unos pendientes de oro largos, que resaltaban las delicadas formas de su rostro y cuello. El mínimo maquillaje, aplicado con destreza, iluminaba sus mejillas y sus espesas pestañas.


Llevaba un vestido que acentuaba su esbelta figura. Se enamoró de él en cuanto lo vio en la tienda del hotel. Especialmente cuando se lo probó y vio como aquel color verde oscuro resaltaba el color de sus ojos.


Iba a dejarlo de nuevo en la percha, sabiendo que el precio estaba fuera de su alcance, cuando el dependiente fue a decirle que estaba a mitad de precio. Paula lo compró sin pensarlo dos veces, al igual que un par de zapatos a juego que encontró con una suerte increíble en una tiendecita. Eran de tacón alto, muy poco prácticos, pero le encantaba cómo le sentaban. 


Se sentía muy femenina con la falda sobre las rodillas y los delicados pendientes de oro.


—Bueno, ¿me vais a dejar entrar? Tengo regalos para todo el mundo.


Fue a la parte trasera de la camioneta y sacó una bolsa de colores.


—Se supone que ibas a gastar el dinero sólo en ti —dijo Aaron con dureza.


—Y eso he hecho. Pero parece que todo lo que quería, estaba de rebaja. Ahora a sentarse todos. ¿En dónde está Cougar? —preguntó Paula.


—Está en el granero —dijo Pedro—. Han aparecido unos animales muertos y pensé que estaría más seguro allí hasta que averigüen cuál es la causa. No te preocupes, ahora, Paula.


—Sí —dijo Mateo intentando parecer como un niño en Navidad—. ¿Qué nos has traído?


—Sara, tú primero.


Sonriendo, sacó un pañuelo de seda en tonos amarillos y dorados que iban perfectamente con el pelo rubio y los ojos color miel de Sara, quien estaba entusiasmada; hacía mucho que no se permitía ningún capricho. Mateo también se entusiasmó con los auriculares que Paula le regaló para que pudiera escuchar música a cualquier hora sin molestar a los otros. Willy recibió un montón de novelas de misterio, que le encantaban y Kevin una enorme bolsa de dulces, pues era muy goloso. Mateo, un fotógrafo frustrado, recibió un libro de fotografía y Aaron otro de psicología que había estado buscando durante meses.


Ella dudó un momento y luego volvió a meter la mano en la bolsa. Sacó un libro pequeño y avanzó hacia Ricardo.


—No estaba segura de que te gustaría, pero sé que estuviste en el primero de caballería y el autor de este libro es un capitán de ese regimiento. A mí me parece maravilloso, espero que a ti también te guste.


—Muchas… gracias.


Pedro lo miró. Por primera vez podía ver lo que deseaba. Cualquiera que fuese el problema, Pedro no creía que Ricardo fuera el responsable. Era sólo lo que parecía. Un hombre atormentado con el alma destrozada que intentaba curarse. Pedro se volvió hacia el fuego, añadiendo otro tronco mientras su lista de sospechosos se reducía una vez más.


Paula volvió a la bolsa, consciente de que era el centro de todas las miradas. Le pareció que todos tenían un extraordinario interés en el último regalo. Fue hacia la chimenea y se agachó para dejar una caja cuadrada delante de Pedro. Él se dio cuenta de que ella había pasado más tiempo eligiendo su regalo que cualquier otro. Se quedó mirando a la caja y con mano temblorosa, la abrió. Sobre una base de metal, estaba un pequeño dragón de cristal, con la cola formando un arco y cada escama de su cuerpo tallada con exquisito detalle.


Tocó a la diminuta bestia con un dedo y sintió un nudo en la garganta. Pedro tuvo que parpadear porque le picaban los ojos.


Paula lo observaba sin atreverse a respirar. No tenía ninguna práctica en esas cosas, pero cuando vio el pequeño dragón de cristal, supo que tenía que regalárselo.


—¿Te gusta?


Él levantó la vista y ella vio que sus ojos estaban húmedos, pero no intentaba ocultarlo.


—Es perfecto.


Se suponía que no debían importarle las cosas; que no debían significar nada para él. Le habían dicho que eso le haría las cosas más fáciles. 


Pero si aquello era fácil, no quería ni imaginar cómo sería lo difícil. No le importaban las reglas, aquel bichito de cristal iría siempre con él.


—Puede que hayamos perdido a la hermanita pequeña que todos habíamos adoptado —dijo Aaron—, pero hemos ganado una hermosa y extraordinaria mujer.


—Hermosa por fuera y por dentro, Paula —dijo Marcos dándole un abrazo.




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