jueves, 19 de septiembre de 2019

UN ÁNGEL: CAPITULO 2



—¿Le gusta algo de lo que ve?


Paula suspiró en silencio al darse cuenta de que su voz también era perfecta. Grave, vibrante y tan sensual, que le hizo sentir escalofríos.


—Si te hubieras mirado alguna vez al espejo, estoy segura de que sabrías cómo contestar a esta pregunta.


Dijo lo que pensaba, con la sinceridad innata que más de una vez le había complicado la existencia. Él parecía sorprendido; luego sonrió. 


Paula intentó concentrarse en otra cosa.


—Me encantaría que me contestaras a esto: ¿A qué has venido?


Aquellos increíbles ojos azules miraron hacia el cielo y a Paula le pareció que estaba disgustado.


—Aparentemente, me han vuelto a meter en un lío.


—¿Qué?


—Alguien me conoce demasiado bien —dijo con un gesto de desagrado, mirando al cielo, como si estuviera tentando a la suerte—. Bueno, a lo que íbamos, me parece que no te vendría mal un poco de ayuda.


—No hace falta ser un genio para darse cuenta de eso. Pero ¿qué tiene eso que ver contigo?


—Estoy aquí para ayudar —dijo mientras jugaba con la cadena de oro que tenía dos placas extrañas.


—¿Ayudar a qué?


—A todo. Cualquier cosa.


—Mira…


—Soy un buen carpintero, fontanero y electricista. Y puedo hacer muchas cosas más. No hay problema, de verdad, sé que no me conoces, pero no te haría ningún daño, ni tampoco a tus amigos.


—¿Qué sabes sobre mis amigos?


—Sólo que pretendes ayudarlos. De una forma en que nadie más es capaz de hacerlo.


—¿Y cómo sabes eso?


—Lo he oído comentar por allí. Yo… no fui a Irak, pero sé por lo que ellos han tenido que pasar.


Paula no sabía por qué, pero lo creía. Creía que él, de alguna forma, sabía el infierno por el que estaban pasando y que no tenía mala intención, aunque una parte de su mente se preguntaba si no se estaría dejando engañar por una cara bonita.


—Las apariencias engañan —manifestó él.


—¿Tanto se me nota?


—Nunca intentes jugar al póquer —dijo con una sonrisa.


Si tenía dos dedos de frente le diría que se marchara a casa. Era demasiado peligroso para su equilibrio. Luego se dio cuenta de que no tendría que hacerlo; se iría él mismo cuando se diera cuenta de la situación.


—Lo siento, pero no podemos contratar a nadie ahora mismo.


—¿No? Tienes un techo y parece que comes con bastante regularidad. Eso es todo lo que necesito.


—La clase de ayuda que necesito, vale mucho más que una cama y un plato en la mesa.


—No para mí.


Paula dudó, incapaz de decidir; no sabía nada sobre aquel hombre excepto que tenía un físico increíble y parecía que leía el pensamiento. 


Podía ser un fugitivo de la justicia.


—No estoy metido en líos ni nada de eso. Sólo necesito un lugar para vivir.


—Lo primero que tienes que hacer, es dejar de leerme el pensamiento.


—¿Eso significa que puedo quedarme? Gracias. Y no te leo la mente, sólo la cara. Es muy expresiva.


—Si esa es una forma educada de decir que no soy nada del otro mundo, no te molestes. Eso ya lo sé.


Los ojos azules brillaron intensamente y a Paula le pareció que expresaban dolor.


—¿Es que tú tampoco te miras nunca al espejo? —le preguntó con dulzura.


—No, si puedo evitarlo —dijo poniéndose colorada—. Ya tengo bastante con saber que parezco la hermana pequeña de todo el mundo sin tener que recordármelo siempre.


—Puede que consideres una lata que a los veintiséis anos parezca que tienes quince, pero imagínate el gusto que te dará cuando tengas treinta y siete y parezca que tengas veintiséis.


—¿Cómo sabías mi edad?


Él cerró los ojos, suspirando y murmurando en voz baja:
—Te dije que estaba cansado.


Cuando volvió a abrir los ojos, Paula lo miraba con temor y retrocedió dos pasos.


—Mira yo sólo…


Se interrumpió de pronto y empezó a darse la vuelta, pero no con la suficiente rapidez para evitar al hombre gigantesco que había entrado detrás de él. Un brazo enorme, parecido al de un oso, le rodeó el cuello y un cuchillo de veinticinco centímetros de largo brilló a escasa distancia de su garganta.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario