miércoles, 11 de septiembre de 2019

CENICIENTA: CAPITULO 15




—Un vestido negro —le dijeron Connie y Marcos al unísono.


Paula miró dubitativa el vestido que Connie le estaba enseñando.


—Negro no está mal, pero un negro diferente.


—Este negro —insistió Connie.


—Te haré un peinado tipo francés —dijo Marcos—. Muy sofisticado, con algún toque para que resalte tu estructura ósea.


Paula jamás pensó que ella tuviera una estructura ósea digna de ser resaltada. Se tocó los pómulos.


—Además, este vestido es para alquilar. Así que no podrás sentirte culpable —dijo Connie, sacando el vestido de la funda de plástico.


—Pero es que es como ir desnuda, ¿no crees? —dijo Paula, señalando el amplio escote.


—No seas mojigata, Paula —Connie la empujó para que se fuese a cambiar, de la misma manera que había hecho cuando quedó por primera vez con Pedro—. Pruébatelo.


Esa escena había ocurrido el viernes, día en que Paula fue a la tienda. Era sábado y estaba mirándose en el espejo de la habitación del hotel.


Pensó que a lo mejor Pedro la iba a llamar allí, pero no lo hizo. Al día siguiente, tendría que irse del hotel, ocurriera lo que ocurriera. Pero, hasta que llegara ese momento, iba a ir a un concierto, con la esperanza de encontrarse con él.


Probablemente no la iba a reconocer. La verdad era que ni ella misma se reconocería. Marcos le había hecho un peinado bastante clásico. 


Llevaba unos pendientes de cristal, muy relucientes y el vestido le quedaba justo por encima de las rodillas.


Cuando se lo probó por primera vez, Marcos había silbado, pero fue la cara de Connie la que le dijo que de verdad le sentaba bien. Connie estaba celosa. Celosa de ella.


Paula se miró los labios en el espejo y recordó cómo Connie se acercó a Marcos y se agarró a su brazo.


Ojalá causara la misma impresión a Pedro.


Agarró el bolso y se dirigió al garaje. Cuando el portero le trajo su destartalado coche de las entrañas del hotel. Paula pensó que había llegado el momento de cambiar de coche. Si empezaba a ver a Pedro de forma regular, tarde o temprano se daría cuenta de que una mujer que era propietaria de una boutique y que llevaba vestidos de diseño, no podía tener un cacharro como ése. Era una pena que no conociera a nadie que vendiera coches de segunda mano.


Jones Hall, hogar de la orquesta sinfónica de Houston, estaba en el centro de la ciudad. Al principio, al ver aquel edificio blanco, con la moqueta roja a la puerta, Paula se sintió un poco intimidada, pero muy pronto se integró en el ambiente de expectación que envolvía a la elegante multitud.


Después de buscar en el vestíbulo a Pedro, Paula subió por la escalera principal. Había corrillos de personas, bebiendo café, vino y refrescos. Paula pidió agua mineral y caminó de grupo en grupo, para ver si encontraba a Pedro


No lo vio y se colocó en un sitio desde donde podía ver la escalera y la entrada. No se veía a Pedro por ninguna parte.


La escalera continuaba hasta el entresuelo, pero pensó que Pedro no tendría una entrada de entresuelo. O no lo había visto, o no había ido.


Un tanto desilusionada, empezó a bajar por las escaleras y se dirigió a su sitio, justo en el momento en que las luces se apagaban y los demás entraban a ocupar sus localidades.


Paula encontró la suya y se acomodó en la butaca, situada a tan sólo unos metros del escenario. Un señor de pelo blanco se sentó a su lado y al otro una señora. Paula saludó con la cabeza a ambos y se dio cuenta que el hombre tenía la desconcertante tendencia de dirigir la mirada a su escote. Ya le había dicho a Connie que aquel vestido era demasiado escotado. 


Tendría que sentarse muy estirada y ponerse el programa en el pecho.


De pronto, se dio cuenta que a su izquierda la gente se levantaba, para dejar pasar a una mujer, seguida de un hombre.


Pedro.


Iba acompañado. El corazón de Paula empezó a latir cada vez más deprisa. El sonido de la orquesta se fue desvaneciendo, mientras mirada fijamente a la mujer. ¿Sería PS, KH, JD, MEB? 


Era una mujer muy atractiva, delgada, que se movía con confianza en sí misma. El tipo de mujer que a Pedro le gustaba. El tipo de mujer que Paula no era.


La primera parte del concierto pasó totalmente desapercibida para Paula. Una y otra vez dirigía su mirada hacia donde estaba sentado Pedro


¿Por qué se sentiría traicionada? ¿Sería porque le había dicho que la iba a llamar y no lo había hecho? Pero la verdad, no había especificado cuándo, dijo que pronto. ¿Y no era pronto dos días?


La obertura terminó y la audiencia empezó a moverse en sus asientos, cuando apareció el piano. En cualquier otro momento, Paula se habría fijado en todos los aspectos técnicos del concierto, pero justo entonces no podía apartar la mirada de aquellas dos cabezas juntas.


De forma un tanto mecánica, Paula empezó a aplaudir, cuando el resto de la audiencia recibió con un aplauso al pianista, que iba vestido con una chaqueta roja de terciopelo y se colocaba al piano.


Un hombre detrás de ella dijo:
—Siempre se pone algo que haga juego con el escenario donde está tocando.


Una vez más, volvió a dirigir su mirada hacia donde estaba el hombre de sus sueños, pero se encontró con la mirada de un hombre canoso, que le guiñó el ojo.


Paula concentró su atención en el pianista que había en el escenario y, durante su actuación, logró olvidarse de Pedro y su acompañante. 


Pero, cuando se encendieron las luces para anunciar el intermedio, Paula recordó la razón que la había llevado hasta allí, se levantó de su asiento y se fue corriendo hacia las escaleras.


Pedro y su pareja se dirigían hacia el bar. Paula, casi sin respiración, después de la carrera que se había dado, logró interceptarlos.


—¡Pedro! —gritó. Varias personas, incluido Pedro y su acompañante se volvieron para mirarla. Paula trató de no jadear.


—Hola, Paula—le dijo Pedro sonriendo, y esperó a que ella se acercara.


Se había acordado de su nombre. Algo había conseguido.


—Jeanette... —le dijo a la mujer que estaba a su lado—, te presento a Paula. Paula, Jeanette Deeves.


Jeanette y Paula se saludaron. Pedro sólo se acordaba de su nombre, pero algo era algo.


Jeanette miró a Pedro, como pidiendo una explicación.


—Paula es.... —Pedro la miró, intentando explicar su relación.


—Yo pertenecía a la junta de pequeños comerciantes de Rice Village y uno de los clientes de Pedro está instalado en esa zona —le informó Paula, saliendo en su rescate—. Tienen un problema de imagen, que estoy segura de que juntos podemos resolver —puntualización dirigida esta vez a Pedro.


—Así es —dijo Pedro, sonriéndoles a las dos—. Íbamos a reunirnos la semana que viene para discutir el tema, ¿no es cierto?


—No hemos fijado una fecha —le dijo, para recordarle que no habían quedado en nada en concreto. Paula sabía que en aquel momento tendría que despedirse y dejarlos solos. Aquel no era el momento para hablar de negocios, pero tampoco se le presentaban muchos, y los que había conseguido le resultaron bastante caros.


—Tenemos que reunimos para discutirlo —dijo Pedro y Paula quedó satisfecha, por el momento.


—Me ha encantado lo que han tocado de Rachmaninoff —comentó Jeanette, sonriendo—. Aunque habría que decirle algo al sastre del señor Rodríguez. ¿Os fijasteis en la chaqueta? —preguntó, girando los ojos.


—¿Sabéis que siempre se pone algo que haga juego con el sitio donde va a tocar? Como los asientos son rojos, se ha puesto una chaqueta roja.


—Oye, me gusta la idea —dijo Pedro, mirando a Paula con cara de aprobación.


Jeanette también sonrió un poco forzada.


Mientras estaban hablando, se había formado una cola en el bar. Pedro hizo un gesto con la mano, indicando que, si querían tomar algo, mejor sería empezar a moverse. Paula sabía que estaba imponiendo su presencia, que tenía que marcharse y dejarlos solos, pero no sabía cómo hacerlo con elegancia, ni tampoco lo intentaba demasiado. Era más fácil quedarse junto a Pedro y su acompañante.


Jeanette abrió el bolso y sacó un busca. Lo miró, sonrió disculpándose y dijo:
—Tengo que llamar al hospital.


—Está bien, te pediré algo —mientras Jeanette se iba hacia las cabinas de teléfono, Pedro le explicó—. Jeanette es médico y está de guardia este fin de semana. De hecho, casi todos los fines de semana está de guardia—dijo Pedro, suspirando.


“Eso está muy bien, pensó Paula”.


—Es una persona muy comprometida con su profesión.


Paula no quería seguir escuchando la vida de la doctora Jeanette. De hecho, quería que Pedro se olvidara por completo de la doctora Jeanette. Quería convertirse en el amor de Pedro. ¿Cuánto tiempo habría que esperar para que él se diera cuenta?


—¿Quieres un café, vino o un refresco? —preguntó Pedro.


—Un refresco, gracias —aceptó Paula.


En ese momento, Jeanette regresó.


Pedro, lo siento mucho, pero uno de mis pacientes ha tenido una reacción a uno de los medicamentos que le receté —le dijo Jeanette, un tanto desconcertada—. Tengo que ir al hospital.


Pedro le dirigió una sonrisa un tanto forzada, de lo cual Paula dedujo que Jeanette y Pedro ya habían vivido situaciones similares en el pasado.


—No te preocupes. Sabíamos que esto podía pasar. De hecho, por eso vinimos cada uno en nuestro coche.


—Gracias por entenderlo —susurró, antes de ponerse de puntillas y besarlo en la mejilla. 


Sonriendo, le limpió la marca que le había dejado, saludó a Paula y se marchó.


Pedro se fue a la barra y dijo:
—Pues que sean sólo dos coca colas.



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