martes, 10 de septiembre de 2019

CENICIENTA: CAPITULO 14




¿CÓMO la iba a llamar Pedro si no tenía su número? 


Paula sólo podía darle un número de teléfono y era el de su tienda. Nunca se había molestado en poner una línea de teléfono propia. Vivía en el apartamento que había arriba y tenía una extensión de ese mismo teléfono en su habitación. Recibía pocas llamadas de tipo personal, por lo que no estaba justificada instalar otra línea.


Entonces, Paula se dio cuenta de que Pedro pensaría que tendría que llamarla allí, al hotel. Le había dicho que se estaba hospedando allí, mientras le estaban haciendo unas obras en casa. Jamás llegaría a pensar que sólo se iba a quedar una noche.


También podría llamar a su oficina y dejar el número de teléfono de la tienda, pero decidió no hacerlo. Después de todas aquellas maniobras, Pedro era el que tendría que hacer un esfuerzo. Por el momento, le concedía el beneficio de la duda.


Lisa pasó la bayeta por el espacio vacío que había dejado Pedro a su lado.


—¿Quiere algo más? —cuando Paula negó con la cabeza, Lisa dejó de manera muy discreta la factura por los dos zumos de naranja al lado del vaso vacío.


Paula estampó su firma y se quedó boquiabierta al ver la cantidad. Cada vaso de zumo costaba cuatro dólares y cincuenta peniques.


Le quedaba toda la tarde por delante. ¿Qué podría hacer? Cenar sola no le apetecía lo más mínimo. Decidió que meterse en la ducha o en un buen baño de agua caliente con mucho jabón, eran las mejores opciones. Se bajó de la banqueta del bar y se fue hacia su habitación.


Se duchó y se envolvió en el albornoz del hotel, de color blanco, se puso las gafas, sacó las notas que había copiado de la agenda de Pedro y las extendió en la cama. Sacó una manzana del frigorífico, le pegó un mordisco y empezó a estudiar el programa semanal de Pedro. ¿Cuándo la podría llamar?


Los jueves los tenía completos con el frontón y la clase que daba. Decidió llamar al día siguiente a Rice y ver si podía matricularse en algún curso los jueves por la tarde.


En los viernes no había ninguna anotación, salvo algunas iniciales, de vez en cuando. Citas, pensó Paula. Se devanó los sesos, tratando de averiguar a qué nombres del listín telefónico correspondían aquellas iniciales. Patricia Stevens. Kay Hawthorne. Jeanette Deeves. Mary Ellen Bail. Paula había copiado incluso las fechas que aparecían al lado de algunos de esos nombres. Cinco de diciembre, le gustan las rosas. Fitzdonald and Byers, extensión 587.


Aquellas personas eran personas vivas. Paula, por capricho, incluyó su nombre y número de teléfono en el listín, poniendo al lado una nota. 


Tiene un vestido de novia y se quiere casar.


Ver su nombre y solitario número de teléfono al lado de los demás era bastante deprimente. 


Paula dejó de jugar al juego de las iniciales y se concentró en las actividades del sábado. Vio que había una nota en la que ponía Con. (S. Rod), 8:15. Ese sábado iba a un concierto a las ocho y cuarto de la tarde.


Se estiró y agarró el periódico que había en la mesilla de noche. Empezó a buscar la sección de ocio algún concierto del pianista Santiago Rodríguez. Sin dudarlo un instante, Paula levantó el teléfono y llamó a la taquilla del teatro.


Recibió una noticia buena y otra mala. La buena noticia era que todavía quedaban entradas para el concierto del sábado por la noche. La mala era que las que quedaban eran de las más caras. Paula decidió que su cuerpo pasara hambre las siguientes dos semanas, pero alimentar su alma ese sábado.


Iba a ir al concierto. Nunca había estado en uno, pero sabía que toda la gente elegante, como Pedro, asistía a ellos. Cuando acabó de recitar el número de su tarjeta de crédito, Paula sintió que también ella pertenecía a ese mundo.


Pero, ¿qué iba a ponerse?


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