martes, 10 de septiembre de 2019

CENICIENTA: CAPITULO 13




Y así fue. A los pocos segundos, Lisa le ofreció una nota para que la firmara. Paula la firmó, de la misma manera que había visto a Pedro hacer en el restaurante. Lo único que no hizo fue fijarse a cuánto ascendía la cuenta. No obstante, un zumo de zanahorias y hierba no podía costar muy caro. Qué más daba. Las cosas estaban saliendo como ella las había pensado. Todo estaba bajo control.


—Gracias —Pedro levantó su vaso y dio un trago.


Paula, sintiéndose cosmopolita, levantó el suyo, cruzó las piernas y dio un sorbo.


—¡Esto huele a abono! —y sabía peor.


—Lo sé —dijo Pedro.


—Debe ser buenísimo para el cuerpo.


—Eso espero —respiró y se bebió el resto.


Cómo podía hacerlo sin devolver, pensó Paula. 


Dejaba un sabor nada corriente en la boca, nada corriente, porque ella no estaba acostumbrada a comer hierba. Miró a la barra, para ver si veía cacahuetes, patatas, o algo para acompañar. No había nada.


—No sabe tan mal como huele —le dijo Pedro.


Paula le ofreció su vaso.


—Entonces, bébete el mío, si quieres. Lisa, un zumo de naranja, por favor.


Pedro soltó una carcajada y dejó el vaso en el mostrador.


Que se ría, que se ría, pensó Paula. A lo mejor el zumo de naranja era algo plebeyo, pero por lo menos sabía a zumo de naranja.


—Lisa —dijo Pedro, todavía riéndose—. Que sean dos zumos de naranja.


Le había hecho reírse. Aquello era una buena señal, decidió Paula. Pero tenía que conseguir que siguiera hablando él.


—Bueno, cuéntame algo sobre ese cliente que te está quitando el sueño—le dijo, cuando Paula les trajo los zumos.


—No quiero aburrirte —le dijo Pedro.


—No, de verdad, me interesa —protestó Paula—. Quiero saber qué empresa no está dispuesta a conseguir el éxito con las campañas publicitarias de Alfonso and Bernard.


Pedro apoyó los brazos en el mostrador y miró su vaso.


—Bread Basket Foods.


—¿La cadena de comestibles?


Pedro asintió.


—¿Compras allí?


—No.


—Nadie compra allí —le dijo, suspirando—. Y no sé por qué. Los precios son más bajos que los de sus competidores. Todo el mundo dice que va a comprar a un sitio porque es más barato.  Bread Basket es el sitio más barato y, sin embargo, no va nadie.


—A lo mejor es que tienes que anunciarlos de forma diferente —sugirió Paula, sintiendo al instante que había hecho un comentario bastante tonto.


¿Qué sabría ella? Ella no profesional de la publicidad.


—Ya lo hice —contestó Pedro, pasándose la toalla por la cara—. Les convencí para que doblaran el presupuesto. Iniciamos otra campaña, pero no venden más.


Paula pensó en el inmenso supermercado que estaba no muy lejos de su tienda. Cuando lo construyeron, hacía siete años, la gente había protestado, porque era un edificio que no se integraba en el estilo de la zona. Después de una dura negociación, Bread Basket aceptó quitar sus llamativos luminosos. Pero, sin embargo, las banderas de plástico y la música a todo volumen, seguía siendo una molestia para los residentes.


—La verdad, a mí no me importaría que Bread Basket se arruinara.


—¿Por qué? —preguntó Pedro, sorprendido.


—Yo estaba en la junta directiva de comerciantes, cuando Bread Basket construyó en la zona. Impusieron sus condiciones a todo el mundo. Nadie que vivía cerca estaría dispuesto a apoyarlos. Pero casi todos hemos entrado alguna vez que otra. ¿No crees que si fuera todo lo maravilloso que dices que es, la gente compraría allí?


—¿Crees que es un boicot? —le preguntó, dispuesto a dar batalla.


—Nada oficial. Pero todo el mundo está contra ellos.


Antes de responder, Pedro dio un trago de su zumo.


—A pesar de ello, no puedo creerme que la gente no esté dispuesta a ahorrarse unos dólares.


—¿Tú compras en Bread Basket?


Pedro negó con la cabeza.


—Yo no compro en ningún sitio.


—¿Porqué?


—Porque no tengo tiempo para cocinar.


—Pero cuando cocinas, ¿compras en Bread Basket?


–No —dijo, frunciendo el ceño—. Sé dónde quieres ir a parar, pero yo no soy el típico cliente de Bread Basket. Además, no hay ninguna tienda cerca de mi casa.


—¿Y los precios de la tienda donde compras, cuando cocinas, son más caros o más baratos que los de Bread Basket?


Pedro se movió, incómodo en su banqueta y la miró con cara de irritación. Paula sonrió.


—Son un poco más caros —admitió Pedro a regañadientes—. Ya te he dicho que Bread Basket tiene los mejores precios de la ciudad.


—Sí y que, de acuerdo con tus estudios de mercado, el precio es lo más importante...


—Está bien, ya te he dicho que tenemos problemas con ese cliente —protestó y se bebió lo que le quedaba de zumo—. Y no estoy acostumbrado a admitir un fracaso.


Paula se dio cuenta de que aquello le dolía.


—No creo que sea fallo tuyo. Es fallo de Bread Basket.


—¿Qué quieres decir?


—He visto el anuncio y creo que incluso podría tararear la canción —y empezó a silbarla, ganándose una sonrisa de Pedro—. La verdad es que para mí es un problema comprar allí.


—¿Por qué? —Pedro se había vuelto y la estaba mirando con intensidad.


Estaba escuchando lo que ella le estaba diciendo y, de pronto, se sintió más confiada. 


Ella le estaba dando un consejo a Pedro Alfonso. ¿Quién lo habría pensado?


—Bread Basket puede mantener esos precios porque vende al por mayor. Y yo no puedo comprar esas cantidades. ¿Dónde voy a guardar toda una caja de toallitas de papel, o de rollos de papel higiénico? Yo vivo sola. ¿Para qué quiero comprar veinticinco kilos de detergente? Y si entras a comprar algo pequeño, tardas una eternidad. La leche está al fondo. El pan al otro extremo. Y entre medias hay todo un campo de fútbol con estanterías llenas de pañales.


—Eso es una estrategia comercial. Cuando más tiempo estén los clientes en la tienda, más posibilidades hay de que compren algo.


—Es posible —dijo Paula—. Pero yo sé que, después de un día de trabajo, lo único que quiero es comprar lo que necesito e irme a casa. Yo compro en Sheffield que está cerca de mi... boutique.


—Sheffield es una tienda vieja y pasada de moda. Y es mucho más cara. Llevan años estancados.


—Pero tardo cinco minutos en comprar lo que quiero.


Pedro guardó silencio, mientras pensaba lo que acababa de decir.


—Está bien, es posible que sea más cómodo para gente soltera, como nosotros —señaló—. Pero Bread Basket está pensado para las familias.


Hasta que él no lo mencionó, la posibilidad de que Pedro estuviera casado no se le había pasado por la imaginación. Lo único que pensó fue que el destino no le habría podido enviar un hombre que ella no pudiera conseguir.


—Si lo que quiere Bread Basket es que compren las familias en sus tiendas, lo acepto. Pero, ¿por qué se instalan entonces en una zona universitaria? Allí viven los estudiantes. El que eligió aquel sitio, desde luego, se lució.


—Tienes razón —dijo Pedro, levantando los brazos—. Y creo que también tienes razón en lo demás. De hecho, yo les dije lo mismo. El problema es que, antes de venir a nosotros, ya les habían hecho las campañas publicitarias otras empresas. Pero Roberto y yo pensamos que era como un reto —dijo riéndose, pero de una forma un tanto triste—. Podíamos ver incluso los titulares —dijo, extendiendo sus manos—. Burke and Bemard consiguen lo imposible. Una agencia de publicidad local salva una cadena de alimentación.


Pedro parecía sentirse cómodo hablando con ella y Paula quiso alentar ese sentimiento. Pero sabía que no tenía mucho tiempo. Según la agenda, los jueves por la tarde tenía que ir a dar clase a la universidad a las siete y media. Iban a dar las seis y todavía se tenía que duchar y cambiar de ropa, cenar y llegar a Rice. Si le interesaba la conversación, a lo mejor la invitaba a cenar.


Se devanó el cerebro, para ver si se le ocurría algo y le preguntó:
—¿Crees que es posible que Bread Basket cambie de estrategia?


—No —dijo Pedro, negando con la cabeza—. Lo que hacen es cambiar de agencia. Y todos se van a alegrar de que Burke and Bemard no haya podido anotarse el tanto.


Otra vez una metáfora deportiva. 


Definitivamente, tendría que ponerse al día en deportes.


—Todas las agencias de Houston se van a alegrar —añadió, claramente enfadado por la posibilidad de perder un cliente.


—¿Cuántas tiendas más de Bread Basket hay en Houston?


—Tres. Querían ampliar el negocio, cuando éstas empezaran a dar beneficios. Y eso parece imposible, trabajen con la agencia que trabajen.


A Paula se le ocurrió una idea. No podía creerse que ella fuera la que iba a ayudar a Pedro a sacar a flote aquella tan odiada tienda que había sido durante cinco años un verdadero adefesio para el paisaje, pero si ello significaba poder estar a su lado, estaba dispuesta a ello.


—Yo puedo ayudarte con la tienda en Village —le pilló mirándose el reloj.


—¿Cómo? —preguntó, un tanto escéptico.


Aquel toque de escepticismo le dolió. No era una profesional de la publicidad, pero había pasado toda su vida viviendo y trabajando en Village. 


Bread Basket había sido el tema de conversación en las reuniones de pequeños comerciantes de la zona.


—Ese almacén tiene que abrirse más a los vecinos. Diles que quiten esas horribles banderas y que dejen de poner música en el aparcamiento.


Aquello pareció interesarle, porque se echó mano al bolsillo y buscó algo.


—Eso tengo que anotarlo.


—No te preocupes —le dijo Paula, feliz al comprobar que aceptaba sus sugerencias—. Yo no las olvidaré. Nos hemos estado peleando cinco años con la dirección del centro comercial para conseguirlo.


—¿Crees de verdad que sólo con eso va a cambiar algo?


—Además, tienen algo que la asociación de vecinos necesita. Tienen espacio. Diles que quiten una de esas estanterías cargadas de pañales y que construyan una sala para que se reúnan los vecinos.


—No van a querer —dijo Pedro, pero lo anotó—. Eso supondría un recorte de beneficios por metro cuadrado.


—Y diles además que construyan una zona para pequeños comerciantes —Paula ya se imaginaba el almacén de sus sueños. Leche, pan, lechugas y chocolatinas, al alcance de la mano. Comidas congeladas en sitios accesibles—. Que pongan los productos básicos en un sitio en concreto. Que los pongan al lado de la sala de reuniones.


Pedro se quedó mirándola.


—Porque, si van al centro comercial a reunirse, seguro que compran allí lo que se les haya olvidado cuando salgan.


—Exacto.


—Paula, eres maravillosa. No sé si van a hacerlo, pero estarían locos si no lo hicieran. Yo mismo se lo voy a proponer –le dijo, bajándose de la banqueta—. Es una idea estupenda. Tú eres estupenda —se inclinó y, antes de que Paula pudiera evitarlo, Pedro la besó en la mejilla—. Ya son dos veces que me has ayudado a salir del atolladero. Pero esta vez no sé cómo te voy a pagar —pero antes de que Paula pudiera sugerirle que la invitara a cenar, él se miró el reloj—. Tengo clase esta noche. Escucha —le dijo, mientras se marchaba—. ¡Te llamaré... pronto! —le lanzó un beso y se metió en el vestuario.


Paula se sintió ebria de satisfacción. Había valido la pena cada penique que había invertido en aquel encuentro.


¡Pedro le había dado un beso! ¡La iba a llamar!


El problema era que seguía sin tener su número de teléfono.



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