domingo, 4 de agosto de 2019

ENAMORADA DE MI ENEMIGO: CAPITULO 3




Para ella, era más que eso. El dinero era solo dinero.


Podía ganarlo de muchas maneras. Para Paula se trataba de convertirse en alguien. No quería que aquel hombre, ni nadie, participase en su negocio, ni en sus logros.


No lo quería, pero tampoco era tonta.


Tenía que devolver un importante préstamo y para devolverlo necesitaba tener éxito.


–¿Cree que puede darme órdenes? –Sé que puedo. Como acreedor, tengo que estar satisfecho con el negocio. Y por el momento, no estoy convencido –le dijo Pedro, volviendo a mirar la boutique con desprecio.


Como si no fuese nada. Como si Paula no fuese nada.


Esta sintió que le ardía el estómago de emoción, de ira, de impotencia. De miedo. Lo que más odiaba era el miedo. En teoría, hacía mucho tiempo que había dejado de tener miedo.


–¿Y si no quiero que usted dirija mi negocio? – preguntó.


–Entonces, desconectaré. No puedo perder el tiempo con un negocio que no va a ir a ninguna parte y no soy de los que se sientan a esperar.


–Pero cobraría intereses por la inversión, ¿no? 


–Un veinticinco por ciento.


–Eso es un robo –replicó Paula.


–En absoluto. Trabajaré para ganarme ese dinero y esperaré que tú también lo hagas.


–¿Y pretende que haga lo que usted me diga? 


Él agarró la silla con fuerza.


–Considérate afortunada, Paula. En otras circunstancias, te cobraría muy caro por aconsejarte. En este caso, si tú no ganas dinero, yo tampoco. Me parece más que justo.


–¿Y pretende que le dé la gracia por la OPA hostil? 


–No es en absoluto hostil. Son negocios. Yo invierto donde hay beneficios, y no pierdo el tiempo si no los hay.


Paula recorrió la boutique con la vista. No podía reducirla a cifras y proyectos porque, para ella, era mucho más, pero él lo había hecho.


E iría todavía más lejos. El brillo de sus ojos y la firmeza de su mandíbula le hicieron saber que no debía tomárselo a la ligera.


–Sales bastante de noche, ¿verdad? 


Pedro vio cómo Paula se ponía tensa y apretaba los labios pintados de rosa. No le gustaba que la juzgasen.


De hecho, lo que no le gustaba era que él estuviese allí.


Pero no podía negar que si había llegado a donde estaba era porque había asistido a una fiesta importante. Al parecer, iba a casi todos los eventos que tenían lugar en París, al menos, a los que conseguía entrar, que, según había averiguado Pedro, eran casi todos. Una guapa heredera estadounidense con un pasado trágico siempre era bienvenida. Y Paula se aprovechaba de ello.


–Se llama promocionarse, ¿no hemos hablado ya de ese tema? –inquirió ella, arqueando una ceja.


Sí, era muy guapa, era de constitución delgada, tenía los ojos azules y brillantes, perfilados en tono azul, que hacía que pareciesen todavía más grandes, más felinos.


Era evidente que no le importaba llamar la atención.


Iba vestida con un vestido negro corto con el que lucía sus largas piernas y unos botines abiertos por la punta que dejaban al descubierto las uñas de los pies, pintadas de rosa.


Pedro sintió deseo, pero lo contuvo. No estaba allí para eso, sino para hacer negocios. Y hacía mucho tiempo que había aprendido a separar ambas cosas.


–Es ineficaz –comentó–. Hace que aparezca tu nombre en las revistas, pero no te eleva al nivel al que esta boutique sugiere que deseas estar.


–En estos momentos solo necesito que mi nombre aparezca en las revistas. Yo ya hago todo lo que puedo para suscitar el interés por la marca Paula Chaves.


–Pues no es suficiente.


–Gracias.


–Te rebaja.


Ella abrió mucho los ojos.


–Así dicho, parece que me dedique a bailar encima de una mesa mientras grito el nombre de mi empresa. Siempre me comporto de manera profesional.


–Tienes que rodearte de clientes en potencia. Dime, ¿esa gente con la que estás en las fiestas viene después a gastarse el dinero en tu boutique? 


–Algunos… 


–No los suficientes. Necesitas tener contactos en la industria. Contactos con la clientela que quieres en realidad.


–Estoy trabajando en ello, pero no todos los días me invitan a eventos exclusivos –comentó, cambiando el peso del cuerpo de pierna y apoyando una mano en su cadera.


Fue entonces cuando Pedro lo vio. La piel rosada y brillante que contrastaba con la cremosa perfección de sus dedos. Eso era lo que la había hecho famosa nada más llegar a París. Que era una heredera norteamericana que hacía gala de su dolor como si fuese un trofeo e intentaba sacar provecho de las cicatrices y de su tragedia personal. Los medios de comunicación se interesaban por su triste historia, por el incendio que la había marcado, y ella se aprovechaba de las circunstancias.


Una cualidad que Pedro admiraba. Al darse cuenta de que había adquirido su préstamo, había pensado que no podía perder el tiempo con una niña mimada que estaba jugando a ser diseñadora.


Pero después de ver las cifras de ventas y de hablar con un par de profesionales de la industria, que le habían asegurado que Paula tenía talento, había cambiado de impresión. No estaba jugando, era buena.


Estaba trabajando duro para tener éxito, pero él sabía que podía ayudarla a ir más lejos.


Lo importante eran los beneficios. Y él iba a sacar los máximos beneficios posibles de Paula Chaves.


–Pero a mí sí que me invitan. Y sé qué hacer cuando se presentan las oportunidades. Ya tengo contactos con los que tú solo podrías soñar. Habrás leído acerca de mi capacidad para aplastar empresas si es necesario, pero también sé levantarlas. De hecho, se me da estupendamente. La única cuestión es cuál de mis habilidades quieres que emplee con la tuya.


–¿Qué quiere a cambio? –le preguntó ella entre dientes.


–Muy sencillo. Que, cuando se trate de negocios, hagas lo que yo te diga. Al pie de la letra.


–Entonces, lo que quiere es tener el control, ¿no? No es tanto –le dijo ella con naturalidad.


–Lo que quiero es que tu marca se convierta en una marca conocida. Que todo el mundo al que le interese el mundo de la moda quiera tener algo de la siguiente colección de Paula Chaves. Que tu ropa se venda en todas partes, tanto en boutiques de alta gama, como en centros comerciales. Y si tengo que asumir el control para conseguirlo, lo haré.


–¿Y si pudiese devolverle el préstamo? –¿Preferirías seguir trabajando sola a aprovechar esta oportunidad? –Es mi negocio, no una oportunidad para que usted gane dinero –le dijo ella, respirando con dificultad.


Pedro no pudo evitar fijarse en cómo ascendían sus pechos, y bajar después la vista a su estrecha cintura y a la curva de sus caderas. Era una pena que no mezclase el placer con los negocios.


–¿Crees que alguien te prestaría el dinero en estos momentos, Paula? 


Ella palideció.


–Supongo que no, pero mi plan de negocio es bueno y… 


–Es un plan con muchas variables, me parece. Y aunque, en general, puede salir bien, no va a ser una garantía suficiente para ningún banco. Has acumulado mucha más deuda desde que pediste el préstamo.


–La moda siempre es cara. Lo último que he hecho me ha costado mucho dinero y solo he recuperado parte de la inversión.


Se dio cuenta de que no tenía elección, si no quería perderlo todo.


Respiró hondo e intentó recuperar la serenidad.


–Estoy dispuesta a trabajar con usted en lo que sea necesario para asegurarnos el éxito.


Pedro sonrió con malicia. Sabía que no estaba tranquila, sino más bien enfadada. Tenía los puños cerrados.


–No te lo tomes de manera personal, Paula. Solo se trata de ganar dinero. Si en algún momento queda claro que no vamos a ganarlo, abandonaré el proyecto.


Paula tendió la mano y él se la agarró con fuerza, haciéndole sentir como un latigazo que la dejó con las rodillas temblorosas.


Levantó la vista y lo miró, y vio calor en sus ojos.


Atracción. Él miró sus manos unidas. La suya era grande y morena, la de ella, pequeña y pálida. Le acarició con el dedo pulgar una de las cicatrices que tenía en el dorso.


Paula dejó de sentir calor y se estremeció. Notó cómo la invadía el frío y apartó la mano.


–Será un placer hacer negocios contigo –le dijo Pedro sin apartar la vista.




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