lunes, 5 de agosto de 2019

ENAMORADA DE MI ENEMIGO: CAPITULO 4



-AQUÍ es.


Paula abrió la puerta de su taller y entró delante de Pedro. Habían pasado un par de días desde su primer encuentro en la boutique.


Él había tenido tiempo de valorar algunas de las otras empresas de las que era acreedor y de asegurarse que quería centrarse en la de Paula. 


Cuanto más se había informado al respecto, más se había convencido de que era la que más potencial tenía.


Esa mañana, cuando la había llamado y le había pedido ver el taller, ella se había molestado. Incluso en esos momentos evitaba mirarlo. A Pedro le resultaba divertido.


El taller era espacioso y tenía el mismo estilo que su dueña. El techo era negro y las vigas de acero que lo recorrían eran de colores brillantes. 


Le recordaba al modo en que iba vestida Paula.


En esa ocasión se había puesto unos leggings negros y una camisa larga con un cinturón. Y a Pedro le costó trabajo apartar la mirada de su redondeado trasero.


–Aquí tengo todas las muestras y los patrones –le explicó esta, llevándolo hacia la pared del fondo, en la que había rollos de tela de muchos colores.


–Tienes una gran colección.


Ella puso los brazos en jarras y expiró.


–Sí, pero es un trabajo caro. Tengo un par de inversores, pero solo para empezar necesité mucho dinero y los desfiles son… bueno, que no puedo permitírmelos.


Pedro bajó la vista a sus labios, pintados de nuevo de rosa. No pudo evitar preguntarse si sabrían a chicle. O si sabían solo a mujer, dulce y terrenal al mismo tiempo.


Su cuerpo respondió ante la idea y tuvo que apretar los dientes para contener la atracción.


–Me gustaría ver detenidamente los registros de ventas de la boutique –le pidió, acercándose a las telas y fingiendo que las estudiaba.


–De acuerdo –respondió Paula a regañadientes.


Se giró hacia ella, la agarró de la barbilla y la obligó a mirarlo. Era la primera vez que bajaba la guardia delante de él. Y solo duró un momento.


–¿Necesitabas algo? 


–Solo los registros de ventas. Forma parte del negocio, Paula. Necesito saber con qué estoy trabajando.


–Lo siento –respondió ella, retrocediendo–. No estoy acostumbrada a que nadie husmee entre mis cosas.


Sacó un ordenador portátil del enorme bolso que llevaba colgado del hombro y lo dejó en una de las mesas de trabajo. Lo encendió y se inclinó hacia delante.


–Te prometo que seré rápido e indoloro.


Paula arqueó una ceja y lo miró de reojo.


–¿Eso les dices a tus citas? –le preguntó.


Y se arrepintió al instante. Sobre todo, al ver que él sonreía y le brillaban los ojos. Se acercó a ella con la mirada clavada en la suya.


–Mis citas no necesitan que las tranquilice – respondió en voz baja, acercando su rostro al de Paula–. Saben lo que quieren y saben que voy a dárselo.


Esta estuvo a punto de replicarle, pero se contuvo.


Pedro tenía un prestigio, y no era el único.


A ella también se la conocía en la industria por su atrevimiento, excesivo en ocasiones, pero era solo una manera de actuar, un muro que se había puesto para separarse del mundo. Para proteger a la mujer que había dentro de ella. Y en el contexto de las pequeñas fiestas y de los desfiles, funcionaba bien.


Pero allí, con Pedro, la situación era demasiado complicada para poderla manejar.


Estaban solos y lo tenía tan cerca que, solo con que él moviese la cabeza un poco, le tocaría la mejilla con los labios. La idea hizo que a Paula se le secase la garganta y se le encogiese el estómago.


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