domingo, 4 de agosto de 2019
ENAMORADA DE MI ENEMIGO: CAPITULO 1
-ESTO es todo?
El hombre, alto, moreno y muy guapo que acababa de entrar en la pequeña boutique de Paula miró con desprecio a su alrededor.
Ella se obligó a sonreír.
–Sí. Toda la ropa es parte de la colección de Paula Chaves y en estos momentos no es mucho porque estamos trabajando… a nivel local.
La industria de la moda no era precisamente barata y Paula todavía se estaba abriendo camino en ella, pero al menos podía producir su colección y venderla en su propia tienda, y eso ya era todo un logro.
–Tenía curiosidad por saber qué era lo que acababa de adquirir –comentó el hombre.
–¿Qué quiere decir? –La marca Paula Chaves y la tienda, tal y como está.
La voz del hombre era suave y ronca, como si estuviese repitiendo una frase que tenía muy ensayada, aunque, en realidad, fuese ridícula. Y, al mismo tiempo, había en él una autoridad, una aspereza, que hizo que a Paula le costase expresar lo que tenía en mente.
Lo vio acercarse y se sintió como si le hubiesen dado un puñetazo en el estómago al reconocerlo. Era Pedro Alfonso, inversor despiadado, tiburón empresarial sin escrúpulos y estrella de la prensa amarilla. Era famoso, o más bien infame, en París. Más rico que Midas y más que guapo. De piel color moca, increíbles ojos caramelo y constitución perfecta. Podría haber sido modelo si hubiese poseído esa cualidad andrógina que poseían todos los modelos.
No, Pedro era muy masculino, alto y con los hombros anchos, tenía un físico hecho para vestir un traje caro, hecho a medida.
Si no lo había reconocido nada más verlo, era porque las fotografías no le hacían justicia. En carne y hueso era muy distinto a como era en papel. No tenía ese aire de playboy despreocupado, solo un aire siniestro que la hacía estremecerse y una energía sexual que ningún fotógrafo había sido capaz de captar.
Lo vio meterse la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacar unos papeles de color crema, gruesos, no como los que utilizaba ella para imprimir en su despacho. Sintió un escalofrío, pero se puso recta y estiró la mano.
Él le dio los documentos y se quedó mirándola con expresión indescifrable. Paula leyó y notó cómo el estómago se le caía a los pies y se le nublaba ligeramente la vista.
–¿Le importaría traducirme? No hablo jerga legal con fluidez –le pidió.
–¿En resumen? Que ahora soy el acreedor hipotecario de su negocio.
Paula notó calor en el rostro, como siempre que pensaba en la importante deuda que había adquirido para poner en pie el negocio.
–Eso ya lo veo. ¿Cómo… ha ocurrido?
Si se lo hubiese dicho otra persona, no lo habría creído, pero conocía a aquel hombre, aunque fuese solo de oídas. Y que estuviese allí con documentos del banco no era buena señal.
–El banco que le dio el préstamo ha sido absorbido por otra institución financiera. Han subastado la mayoría de los pequeños créditos, incluido el suyo. Y yo lo he comprado junto a otros mucho más interesantes.
–Entonces, mi negocio… ¿no le interesa? –le preguntó Paula, apartándose un mechón de pelo rubio del rostro y sentándose en una de las sillas destinadas a los clientes.
–Podría decirse así.
Ella pensó que las cosas no podían irle peor.
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