domingo, 4 de agosto de 2019

ENAMORADA DE MI ENEMIGO: CAPITULO 2



Pedro Alfonso tenía fama de despiadado y caprichoso, de ser capaz de traicionar a su propio hermano con toda frialdad. Aplastaba empresas, ya fuesen grandes o pequeñas, si no le parecían rentables.


Y era el dueño de su boutique, de su taller, de su apartamento… hasta de sus máquinas de coser. 


De todo lo que a Paula le importaba en la vida.


–¿Y a qué conclusión ha llegado? –le preguntó esta, poniéndose en pie de nuevo.


No podía venirse abajo en esos momentos. 


Había demasiado en juego. Su carrera, su colección, su vida.


Todo por lo que había trabajado, un sueño que no estaba dispuesta a perder.


–Yo me dedico a hacer dinero, señorita Chaves. Y su boutique y su colección no hacen el dinero suficiente para cubrir los gastos y hacer que pueda ganarse la vida decentemente.


–Pero lo harán. Solo necesito un par de años. Con un poco de publicidad tendré una importante cartera de clientes y podré empezar a llegar a las pasarelas.


–¿Y después? 


–Y después… 


Paula conocía la respuesta a aquella pregunta. Lo tenía todo planeado, hasta el color del vestido que llevaría a la Semana de la Moda.


–Después iré a la Semana de la Moda de París, a la de Nueva York, a la de Milán. Mi colección se venderá en más tiendas. Lo tengo todo en una carpeta, si quiere ver mi plan de negocio a cinco años.


Él la miró como aburrido, sin interés.


–No puedo esperar cinco años a que me devuelva el préstamo. Y, por lo tanto, usted tampoco dispone de cinco años.


Aquello la enfadó.


–¿Qué quiere que haga, que me pasee por la calle con un cartel para dar publicidad a mi negocio? – inquirió–. Todo necesita su tiempo. La industria de la moda es muy competitiva.


–No, estaba pensando en algo con más… clase –le dijo él en tono burlón–. A buscar una clientela más exclusiva, que no se limite a turistas y mochileros.


Su acento francés, que en otros hombres era encantador, sonaba diferente en él. Más duro. Y había algo más en su manera de hablar, un toque más exótico y fascinante.


Aunque eso no cambiaba el hecho de que hubiese entrado en la boutique como si fuese suya y luego le hubiese comunicado que, de hecho, era suya.


–¿Para qué, si me va a pedir que le devuelva un dinero que no tengo? –le preguntó Paula.


–Yo no he dicho que vaya a hacer eso. He querido decir que espero que obtenga más ingresos en mucho menos de cinco años.


–¿Y se le ocurre algún truco de magia para conseguirlo? Paula sabía tratar a las personas como él, que pensaban que podían controlar a todo el mundo. Había aprendido por las malas a no tener miedo y a no mostrar ninguna debilidad.


–No me hace falta la magia –respondió él, sonriendo de nuevo.


No, claro que no. Además de ser famoso por su dureza, también lo era por haber abandonado la empresa de servicios de inversión de su padre para montar una propia.


En más de una ocasión, mientras luchaba por seguir adelante, Paula había leído algún artículo acerca de él en un periódico y se había preguntado cómo habría conseguido tanto éxito solo.


–¿Sin polvos mágicos? –le preguntó, cruzándose de brazos.


–Solo los débiles necesitan suerte y magia –contestó él–. El éxito es para quienes actúan, para quienes hacen que las cosas ocurran.


Y, sin duda, él hacía que las cosas ocurriesen, y sin remordimientos.


–¿Y qué es exactamente lo que quiere que ocurra con mi empresa? –le preguntó Paula con un nudo en el estómago.


Sabía que iba a perder el control del negocio o que, con un poco de mala suerte, iba a quedarse sin nada.


Sin taller. Sin tienda. Sin fiestas. Sin los amigos que había conseguido gracias al pequeño nombre que se había hecho. Estaba al borde del vacío. Ya había salido de él en una ocasión y no quería volver a caer.


–Tengo que admitir que la industria de la moda me interesa muy poco, pero su empresa estaba en el paquete de créditos que adquirí, así que investigué un poco y me di cuenta de que, tal vez, hubiese llegado el momento de empezar a tenerla en cuenta. Es mucho más lucrativa de lo que había pensado.


–Si juegas bien tus cartas, sí, se puede ganar mucho dinero.


Aunque para ella no era tan importante el dinero como el éxito.


–Si juegas bien tus cartas, pero usted no es precisamente una maestra en el juego, mientras que yo sí que lo soy.


Pedro se acercó más y pasó la mano por el respaldo de madera de la silla en la que Paula había estado sentada. Esta retrocedió un paso, consciente de cómo movía él la mano por la madera labrada, casi como si la estuviese tocando a ella. Se le aceleró el corazón.


–No soy una novata. Estudié empresariales y diseño. Tengo un plan de negocio y un par de inversores.


–Inversores pequeños que carecen de contactos y de la financiación necesaria. Necesitas más que eso.


–¿Qué necesito? –Publicidad y efectivo para que tu plan a cinco años lo sea a seis meses.


–Eso no es… –Lo es, Paula. Yo puedo hacer que estés en la Semana de la Moda de París al año que viene y, hasta entonces, que tu colección aparezca en portadas de revistas y vallas publicitarias. Una cosa es tener tu boutique propia y otra muy distinta, tener una distribución y un reconocimiento mundiales. Yo puedo darte eso.


Paula notó que perdía las riendas, perdía el control.


Apretó los dientes.


–¿A cambio de qué? ¿De mi alma? 


Él rio.


–Ya dicen por ahí que he perdido la mía propia, así que no tengo interés en la tuya. Se trata de dinero.



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