sábado, 10 de agosto de 2019

ENAMORADA DE MI ENEMIGO: CAPITULO 22




Pedro no podía apartar la mirada de la espalda de Paula, iluminada por los primeros rayos de sol de la mañana. Todavía estaba dormida, de espaldas a él, con la sábana cubriéndola hasta las caderas y la parte superior del cuerpo y la curva del trasero al descubierto. Lo mismo que las cicatrices. Su primer instinto fue el de tocarlas, pero se contuvo. No por miedo a hacerle daño, sino por respeto.


Las había tocado la noche anterior, había pasado la punta de los dedos por su piel irregular. Antes había fantaseado con tocar una piel suave, pero había una gran parte del cuerpo de Paula que no era suave.


Tenía la espalda cubierta de pliegues y cráteres que hablaban de un trauma, de dolor. Un dolor tan profundo, tan real, que hizo que se le encogiese el pecho.


Pero incluso siendo tan diferente de todas las mujeres con las que había estado, había superado con mucho sus expectativas. El sexo con Paula había sido un placer muy por encima del experimentado hasta entonces. Le había hecho perder el control, había hecho que dejase de pensar con claridad.


Era la segunda vez en su vida que perdía el control.






No le gustaba el hombre en el que se había convertido entonces, y mucho menos el hombre que era en esos momentos. Le había robado a Paula la virginidad a cambio de nada. Y, lo que era más grave, había descubierto que su fachada era mentira. No llevaba sus cicatrices como si fuesen trofeos, como él había pensado al conocerla.


Lo que hacía era protegerse del mundo. 


Mantener a la gente apartada.


Les ocultaba lo peor. Lo peor de su dolor. Y cuando le había confesado que no había estado nunca con un hombre, le hacía revelado al mismo tiempo que las cicatrices iban mucho más allá de la superficie de su piel.


Y él no podía curárselas. Lo único que había hecho en su vida había sido causar dolor. Le había causado dolor a su madre recordándole a su padre, le había causado dolor a su hermano quitándole a la mujer a la que amaba. Hasta había acabado haciéndole daño a Marie.


Con Paula no podía ser distinto. Como una infección, contagiaba lo peor de sí mismo a cada persona que formaba parte de su vida. Le había hecho daño a su padre marchándose con su madre, y le había hecho daño a su madre permitiéndole volver a Malawi, donde había fallecido de una infección por la falta de instalaciones médicas de calidad. Y con respecto a su hermano… había destruido la vida de Luciano.


Por eso había dejado de intentarlo. Por eso había bloqueado sus emociones y había adoptado una actitud despiadada al tiempo que se controlaba para mantener las distancias con cualquier persona que pudiese preocuparse por él.


La noche anterior no había sido así. No se había controlado. Ya no podía hacerlo. Había dejado de sentirse culpable hacía mucho tiempo.


Pero así era como se sentía esa mañana. Tenía un enorme peso en el pecho que le impedía respirar.


Pero no se movió.


Alargó la mano y tocó la piel de Paula. El dolor y el sufrimiento que representaban aquellas marcas estaban muy por encima de lo que él podría llegar a entender.


Eran mucho más de lo que nadie podría soportar.



Mucho menos, una mujer como Paula.




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