miércoles, 28 de agosto de 2019

COMPLICADO: CAPITULO 3





Trece años


Agarro mi mochila y la tomo de la mano de Pedro


—No revises mis cosas—, le digo con brusquedad, pero al instante me siento culpable. Voy a culpar a las hormonas que mamá dijo que me están poniendo de mal humor.


Pedro me mira con una expresión de asombro y luego sus ojos se entrecierran.


No suelo ser así con él porque nunca hay una razón para serlo. Pedro es mi mejor amigo, pero me preocupa que las cosas cambien.


—Sólo estaba cogiendo un bolígrafo.— Sus ojos miran una vez más a mi mochila y ahora no lo dejará pasar.


Querrá saber por qué estaba tan a la defensiva con mi bolso. No era mi intención, fue sólo mi primera reacción. Soy nueva en todo esto de la época y mamá me dijo que llevara una libreta conmigo todo el tiempo. Puse una en mi mochila, sin pensar que Pedro podría meterse en ella.


Debería haberlo sabido. Siempre pierde sus bolígrafos o lápices y se mete en mi bolso para conseguir uno nuevo. Extiende la mano y sé que no me pide que le dé un bolígrafo. Quiere la mochila.


—Lo que sea—. Se lo tiro y él lo atrapa.


Le doy los peores pases en el patio cuando quiere que le ayude a practicar sus habilidades futbolísticas. No estoy tratando de ser mala en eso, pero de alguna manera yo apesto y él todavía se las arregla para atraparlos a todos. 


Me dice que es bueno que lance tan mal porque le hace trabajar más duro para atrapar la pelota. No sé si eso es verdad o si está tratando de hacerme sentir mejor.


Cuando abre mi mochila, salgo del comedor donde hemos estado haciendo los deberes. Voy directo a mi habitación porque mi cara ya está caliente. No sé por qué me avergüenzo, porque sé que es normal. Es raro y no quiero hablar de ello con Pedro. Ya he tenido que escucharla de mi madre, de la enfermera de la escuela y de mi clase de salud.


Creo que estoy más molesta porque las cosas cambien entre Pedro y yo. Nos hace diferentes y nos define más como niño y niña. Es como si hubiera una nueva parte de mi vida y no me gusta que él no sea parte de ella de alguna manera. Ni siquiera puedo entenderlo en mi cabeza.


Me caigo en la cama y miro al techo, sabiendo que tengo que volver a bajar.


Pedro necesita ayuda con su proyecto de ciencias y yo tengo una tonelada de tareas de matemáticas que necesito hacer. Tengo que enfrentarme a la música en algún momento y terminar con esta extraña conversación. Tal vez tenga suerte y él no diga nada.


Mi puerta se abre y salgo de la cama para ver algo blanco en la mano de Pedro.


—¡Lo sacaste de mi bolso!— Grito, señalando el cuadrado blanco de su mano.


Mi cara arde de vergüenza tan brillantemente que puedo sentir el calor.


—¡Sí, porque no deberías tenerlo!— Ahora él es el que me está gritando. Entra en mi habitación y cierra la puerta detrás de él. Ya ha cambiado su uniforme escolar por una camisa y pantalones cortos de gimnasia. No soporta los uniformes de la escuela, pero a mí no me molestan.


—Lo necesito.— Puse mis manos sobre mi cara, rezando para que un agujero en el suelo me trague. Oh Dios, esto no está pasando.


—¿Necesitas una nota de Benja?


Bajé las manos de mi cara para mirar a Pedro parado a unos metros de mi cama.


Tiene la misma cara severa que tiene papá cuando está en una reunión o en una conferencia telefónica.


—¿Benja?— ¿De qué está hablando? Levanta la mano y veo que no está sosteniendo mi libreta, sino un trozo de papel doblado.


—Oh,— es todo lo que digo porque no tengo ni idea de lo que estamos hablando.


—Es un imbécil.


Benjamin es un idiota, pero no para mí. Lo he visto ser un imbécil varias veces, así que asiento con la cabeza para estar de acuerdo.


—¿Entonces por qué te dice que le envíes un mensaje de texto?— Pedro agita el papel en su mano.


—¿Eso estaba en mi mochila?


—Sí.


Alcanzo la nota, pero Pedro retrocede para que yo no pueda agarrarla. Supongo que tiene el número de Benja.


—¿Quieres enviarle un mensaje?—, pregunta. 


—Tal vez papá tenía razón y somos demasiado jóvenes para los celulares. Empiezo a reírme porque nunca se ha parecido más a papá que en este momento. —No es gracioso.— Él está agitado y yo me río más fuerte.


—No, no quiero mandarle un mensaje. No sabía que había puesto una nota en mi mochila—, digo con risas.


—Hablaré con él—. Las lágrimas se filtran por mis mejillas con la expresión de Pedro.


—No puedo. Te pareces mucho a papá ahora mismo.


Finalmente Pedro sonríe y se sienta en la cama a mi lado. 


—¿Terminaste?


—Creo que sí—, digo, pero mi cuerpo sigue temblando mientras sostengo la risa.


—Aléjate de Benja—, añade cuando finalmente me recupere. Me mantendré alejado de Benjamin. Es un imbécil y confío en Pedro.


—¿Qué Benjamin?— Me burlo, y sacude la cabeza antes de ponerse de pie y extender la mano. Lo tomo y él me pone de pie.


—Necesito ayuda con mi proyecto de ciencias.


—Lo sé.— Di un largo suspiro, sintiéndome mucho mejor.


—¿Paula?


—¿Hmm?— Digo que mientras lo sigo fuera de mi dormitorio y vuelvo abajo.


—No cambia nada.— Deja de caminar para mirarme. Estamos en las escaleras y él está dos pasos por debajo de mí, así que por una vez estamos a la altura de los ojos. Me doy cuenta entonces de que vio la almohadilla de mi mochila. —Sólo quiero que sepas eso. Si tienes un accidente o algo así, puedes decírmelo. Puedo conseguirte lo que necesites o lo que sea—, se apresura a decir, y puedo ver que realmente está tratando de no hacer que sea incómodo.


—¿Me estás diciendo que si necesito una, irás a buscarme una?— No sé por qué, tal vez sea porque estaba riendo histéricamente y todavía estoy montando esa ola, pero se siente bien bromear al respecto.


—Eso es lo que estoy diciendo.


Sonrío y él extiende la mano y tira de la punta de mi larga cola de caballo que está colgando sobre mi hombro.


—Sé que lo harías—, le dije.


Puede que me haya sentido avergonzada de decírselo o asustada de que las cosas pudieran cambiar entre nosotros, pero si sé una cosa es que Pedro siempre estará ahí para mí. Siempre lo está y no veo que eso cambie nunca. Al menos espero que nunca lo haga.




1 comentario: