jueves, 29 de agosto de 2019

COMPLICADO: CAPITULO 4




Quince años de edad


—Mierda.


—Se supone que no debes maldecir.— Paula cuchichea y yo pongo los ojos en blanco.


—Creo que esto es una mierda.


—Sólo para que lo sepas, me mantengo al tanto de cuánto le debes al frasco de palabrotas.— Ella me mira y yo quiero enfadarme, pero se ve tan linda cuando pone esa cara.


—Mira, necesito un pase de cinco segundos para poder sacarlo todo.— Intento poner el coche en primera y el motor se para. —Mierda.


—Creo que necesitas un pase de cinco horas.


—Sólo ayúdame, ¿de acuerdo?— Trato de mantener la irritación fuera de mi voz cuando hablo con ella porque sé que no es su culpa. Estoy irritado, no puedo entenderlo.


—Todo es cuestión de tiempo. Tienes que hacerlo en el momento adecuado.


La miro por el rabillo del ojo y veo sus muslos desnudos. Miro para otro lado rápidamente y pienso en por qué estamos aquí y trato de concentrarme.


Nuestros padres nos han estado enseñando a conducir y ambos insistieron en que aprendiéramos a conducir con un cambio de marchas. Incluso salieron y compraron un viejo camión para conducir por la parte de atrás de nuestra tierra para que pudiéramos practicar. Por supuesto, Paula lo consiguió de inmediato como una estrella de rock, pero algo sobre el embrague y el palo no funciona con mi cerebro.


—Ponga el pie izquierdo en el embrague y el derecho en el freno. Sube el volumen y ponte el primero.


Pone su mano sobre la mía y me ayuda a encontrar el equipo. No pienso en lo suave que es contra mi piel. Ni siquiera por un segundo.


—Ahora, quita el pie del freno y pisa lentamente el acelerador mientras sueltas el embrague.


Estoy escuchando el sonido relajante de su voz mientras sigo sus instrucciones, pero una campanada fuerte rompe mi concentración y el camión se para.


—Mierda.


Me mira y luego baja a su teléfono que está sentado en su regazo.


—¿Quién es?— Pregunto, tratando de mirar a la pantalla.


Ella se lo mete debajo de su muslo bronceado y yo miro para otro lado.


—Nadie—. Me vuelvo hacia ella y levanto una ceja. Ella suspira y mira hacia otro lado. —No es nada.


—Si quieres mantenerlo en secreto, está bien—, le digo y trato de cambiar otra vez.


—Dije que no es nada. ¿Por qué asumes que te estoy ocultando algo?


El sonido de las marchas rechinando hace que ella tire de una cara cuando yo salgo de la primera.


—¿Por qué sigues escondiéndome tu teléfono cada vez que recibes un mensaje de texto?— Yo contesto.


—¿Y tú eres tan inocente? Vi el mensaje de Juana para ti, el que me envió por ‘accidente’—. Paula levanta los dedos entre comillas y yo detengo el camión otra vez.


—Mierda—. Golpeé el volante y miré a Paula, que está mirando por la ventana. — Sabes que sólo lo hizo para cabrearte. Le he dicho exactamente tres palabras a Juana en mi vida y fue para decirle que te dejara en paz.


—No es así como ella lo hizo sonar.— Paula cruza los brazos sobre su pecho y miro hacia abajo a mi vieja camisa de campamento que está raída y se cae de uno de sus hombros.


—¿A quién le vas a creer?— Se encoge de hombros, sin decir una palabra, y puedo ver que se está poniendo de mal humor.


Ya no es como cuando éramos niños y las cosas eran fáciles entre nosotros.


Sigue siendo mi mejor amiga, pero siento que hay un muro que nos divide y que cada vez es más grande. Solía pensar que nada podía interponerse entre nosotros, pero es como si cada día apareciera un nuevo obstáculo.


—Supongo que cuando me hables de Isaac volando tu teléfono sabré que no estás escondiendo nada.


Pedro—, dice en voz baja, pero estoy cansado de ser amable.


—No es asunto mío, Paula. Haz lo que quieras—. Pisoteo el embrague, lo pongo en marcha y conduzco por el campo de césped hacia la casa.


—Me pidió que le ayudara con su tarea de biología, eso es todo.


Dejé salir una risa sin sentido del humor.


—Estoy seguro de que lo hizo. Sacudo la cabeza y cambio de marcha sin parar y supongo que es la ira lo que me está ayudando a entender este maldito camión.


—Estaba siendo amable conmigo. Que es más de lo que puedo decir de algunas personas.


—¿Alguna vez piensas que los chicos se alejan de ti porque soy tu hermano?


Y tal vez porque los he amenazado, pero no se lo digo a ella.


—Estoy segura de que es exactamente por eso que nadie me invita a salir.


—Eres demasiado joven para salir con alguien—, es mi respuesta rápida y me arrepiento porque sueno igual que papá.


—Está bien, papá—, dice con voz odiosa y me molesta.


Llego a la parte de atrás de la casa y tiro el camión al parque antes de apagarlo.


—Ya no necesito tu ayuda con esto.


—Le debes treinta y dos dólares al frasco del juramento.


Salgo del camión y doy un portazo, pero antes de entrar me apoyo en la ventana abierta. 


—Aléjate de Isaac.


Ella no me mirará, y parte de mí está agradecida. No quiero ver el dolor en sus ojos, así que me voy. ¿Por qué no podemos volver a la época en que nos quedábamos despiertos toda la noche jugando videojuegos y andando en bicicleta durante horas? Recuerdo ese verano increíble en el que nos deslizamos y me rompí dos dedos por la rampa que ella me hizo construir. O cuando mamá y papá nos llevaron a Nueva York para Navidad y pudimos ver cómo se encendía el árbol en el Rockefeller Center y bebíamos chocolate caliente hasta que nos enfermamos. ¿Por qué no podemos volver a ser como antes?


Porque ya no somos niños.


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