sábado, 24 de agosto de 2019

AMARGA VERDAD: CAPITULO 34





Hugo apareció en la empresa a la tarde siguiente. Hacía meses que no iba por allí.


Al entrar en el despacho de Pedro, cerró la puerta con precisión, dejando de manifiesto que estaba enfadado.


—Paula se ha ido esta mañana —lo informó sin preámbulos — , y no hace falta ser un genio para saber por qué. Se lo has dicho, ¿verdad? A pesar de que te había dicho que no lo hicieras, le has contado la verdad sobre su madre.


Pedro le tenía demasiado respeto y afecto como para mentirle.


— Sí, pero eso fue hace tiempo. No se ha ido por eso, pero sí, ha sido por mi culpa —contestó mirándolo a los ojos—. Encargué una investigación sobre ella, en contra de tus deseos, y Paula se enteró


Hugo se desmadejó en la butaca sintiendo, de repente, el peso de sus setenta años.


—¿Por qué, Pedro? ¿Qué te da derecho a invadir su intimidad así?


Se había hecho aquella misma pregunta mil veces desde que Paula se había ido de su apartamento la noche anterior,


— No lo sé —contestó —. Al principio, lo hice para protegerte. No quería que te hiciera daño. Tú estabas dispuesto a aceptarla sin reservas y quería asegurarme de que no fuera una caradura que se aprovechara de ti. Solo quería comprobar que era quien decía ser, pero se me fue de las manos... —suspiró—. Lo que descubrí no fue nada bueno y creí que tenía que seguir adelante. Si te sirve de consuelo, Hugo, tenía la esperanza de que mi investigador me dijera algo positivo.


— ¡Maldita sea, Pedro! —exclamó Hugo furibundo. Era un hombre de buen carácter y nunca se solía enfadar, pero, cuando lo hacía, el suelo temblaba bajo sus pies. Las ocasiones en las que Pedro lo había visto así se contaban con los dedos de una mano—. He sido abogado durante mucho tiempo y creo que soy bastante bueno juzgando a la gente. No necesito que nadie me dé pruebas de que Paula es una buena persona. En cuanto a ti, estoy muy defraudado.


Pedro se levantó y se paseó por el despacho.


— Yo, también. La última vez que hablé con ella, le dije que no confiaba en ella, pero, en realidad, no confío en mí mismo cuando la tengo cerca. Se me nubla la razón, Hugo. Hace que se me rompan los esquemas. Me jacto de ser un hombre responsable de sus actos, pero, con ella rompo todas las normas que normalmente rigen mi conducta.


— ¿Me estás diciendo que te has enamorado de Paula? —preguntó Hugo girando la butaca y mirándolo de forma penetrante.


¡Si solo hubiera sido eso! Pero no, tenía que empeorar las cosas y acostarse con ella.


¡Se había acostado con la hija de su padrastro! 


¿Cómo podía ser tan imbécil que, incluso en aquellos momentos, recordarla desnuda bajo su cuerpo le hacía perder la cabeza y recordar su olor y su aliento con asombrosa claridad?


—Creo que toda posibilidad de algo así se esfumó anoche —contestó eligiendo bien sus palabras porque, por primera vez, no podía contarle la verdad a aquel hombre que lo había guiado siempre.


—Muy bien —dijo Hugo levantándose —. Y yo que quería que este verano perfecto durara para siempre, me encuentro con que mis dos hijas se van antes de tiempo.


—¿Cómo?


— Sí, Natalia se va a La India la semana que viene.


—No puedo creer que la hayas dejado ir, Hugo.
No me parece una buena idea.


—Perdona, Pedro, pero no comparto tu opinión. Ya has interferido en mi relación con Paula y no pienso dejar que hagas lo mismo con Natalia. Tanto tu madre como yo creemos que es una buena oportunidad que no se le volverá a presentar y que debe aprovecharla.


El silencio que se hizo a continuación estaba cargado de reproche. «La he fastidiado, pero bien, además», pensó Pedro.


La cuestión era qué podía hacer para redimirse a sí mismo, no solo a los ojos de Hugo, sino a los suyos propios.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario