sábado, 24 de agosto de 2019
AMARGA VERDAD: CAPITULO 33
Se dirigió a las escaleras, con tantas ganas de marcharse como había tenido de ir allí antes.
Cualquier rastro de dulzura que la noche prometiera se había desvanecido. Ella creía que, por fin, Pedro la había aceptado en la familia, pero comprendió que la seguía viendo como a una intrusa.
— Al menos, lo he dicho abiertamente, no he ido por detrás, no te he engañado.
—Por esta vez.
—¿Qué has querido decir? —le preguntó furibunda.
— ¡Venga, Paula, deja de hacerte la inocente! Resulta ridículo, teniendo en cuenta que has estado engañándonos desde que llegaste. Me extraña, a juzgar por el lío que tienes montado en Vancouver, que sepas aconsejar bien a la gente.
—¿Qué sabes sobre mi vida en Vancouver? —le preguntó sintiendo que la invadía el frío.
— Más de lo que me interesa —le espetó—. Sé desde hace días que te han cerrado la tienda de flores y que eres sospechosa de fraude y me acabo de enterar de que tu socio tiene relaciones con el crimen organizado, ¡Qué bonitas compañías te buscas, Paula! ¡Seguro que a Hugo y a mi madre les encantaría invitarlos a su casa y presentárselos a sus amigos! ¿Cuándo pensabas compartir semejante secreto con el resto de la familia que, según tú, te importa tanto?
Paula se quedó sin palabras y se apoyó en el respaldo del sofá.
— ¡Si hubiera podido, nunca! No estoy precisamente orgullosa de haber sido tan estúpida y crédula.
— ¡Pero no lo suficientemente avergonzada como para no acercarte a nosotros!
—No he dicho que esté avergonzada. ¡No lo estoy! No sé de dónde has sacado esos datos, pero...
— Soy abogado, por si te has olvidado. Sé cómo sacar los trapos sucios de la gente. Solo me hizo falta hacer una llamada.
—¿Contrataste a un detective privado para que me espiara? —murmuró sintiendo que el convencimiento de que había encontrado a su alma gemela se enfriaba y moría.
—Eso es demasiado de película, pero es más o menos así, sí. Hice que te investigaran.
— ¿Cuándo?
— A los pocos días de que llegaras — contestó agarrando un documento de la mesa—. Esta misma tarde me ha llegado el último informe. Léelo.
— ¡No me interesa! —exclamó ella apartándolo de un manotazo, furiosa y herida.
¡Había confiado en aquel hombre con todo su corazón! ¡Cómo dolía saber que, todo aquel tiempo, había estado pensando en otra cosa...!
Se sintió como si le hubieran dado un bofetón.
Sintió como si estuviera magullada y hecha jirones por dentro.
—¿Sabes para qué he venido esta noche? —le preguntó con la voz quebrada—. Para decirte que te quería. Porque creía que tú me ibas a decir lo mismo.
—Confieso que se me pasó por la cabeza. Supongo que eso demuestra lo bobo que se puede llegar a ser.
— ¡Confiaba en ti!
—Me gustaría poder decir lo mismo.
— Si me hubieras preguntado en lugar de...
— Todos los días esperaba que me lo contaras, que tuvieras la decencia de decirme que tenías problemas. Tenía la esperanza de que el siguiente informe que me mandaran te dejara libre de toda sospecha. Pero tú no dijiste nada y la investigación siguió adelante y cada vez salían más trapos sucios. Lo siento, Paula, pero lo que he averiguado no es como para confiar en ti.
—No me voy a molestar en intentar justificar mis acciones —contestó ella levantando la barbilla muy digna—. Ya me has juzgado y sentenciado culpable. Seguramente, mis alegatos de inocencia te harían reír.
—Las pruebas que hay contra tí son concluyentes. Tienes que entender que esté enfadado.
— ¡No hay pruebas contra mí! Si las hay son circunstanciales, algo que tú parece que has olvidado. Sin embargo, hay muchas contra ti.
—¿De verdad? —se burló completamente seguro de su superioridad, de su intachable moralidad. Era obvio que nunca se le hubiera pasado por la cabeza que alguien no lo considerara, sencillamente, perfecto—. ¿Cómo cuál?
—No eres el hombre que yo creía, Pedro Alfonso, y me alegro de que me hayas revelado cómo eres de verdad. Así no seguiré haciendo el idiota más de lo que ya lo he hecho. Has querido desacreditarme desde el momento en el que me conociste. En cuanto a tu indignación porque no te hubiera dicho nada, ¡tú eres mucho mejor en eso del engaño!
— Eh —dijo Pedro levantando las manos como si él fuera la persona más razonable del planeta y ella solo una mujer con el síndrome premenstrual—, si me he perdido algo, cuéntamelo. Defiéndete. Estoy dispuesto a escucharte. Siempre lo he estado.
— ¿Para qué me voy a molestar? Ya tienes suficiente información como para condenarme. Me puedo quedar aquí todo el tiempo que quiera porque no tengo que volver a trabajar a Vancouver ya que la policía me ha cerrado el negocio. ¿Por qué? Porque era una tapadera de la mafia y, por supuesto, yo soy una mañosa. ¿Y para que he venido? Porque papá es rico y guapo y, como se siente de lo más culpable por haberme abandonado de pequeña, me será muy fácil sacarle dinero para salir del lío en el que estoy metida porque, al fin y al cabo, soy una ladrona con experiencia —dijo tomando aire — . Dios mío, Pedro, ¿qué más pruebas necesitas?
—Espera un momento —dijo él acercándose—. Hay que no...
— ¡No! Ya he tenido suficiente. ¡Más que suficiente! ¿Quieres que salga de tu vida? ¡Muy bien, pues lo has conseguido! No vas a volver a tener que respirar el mismo aire que yo. En lo que a mí respecta, Pedro Alfonso, eres historia, ya te he olvidado. Pero no pienso romper la relación ni con Hugo ni con Natalia. Son lo único que me queda y no pienso darme por vencida. Antes muerta que dejar que me los quites también a ellos.
Al ver que Pedro iba a contestar, Paula se levantó y bajó por las estrechas y empinadas escaleras a toda velocidad. No le importaba romperse el cuello, pero tenía muy claro que no le iba a dar el gusto de decir la última palabra.
—Mañana —se prometió a sí misma mientras corría por la pradera hacia la casa principal—, tomaré el primer vuelo que haya aunque tenga que alquilar un avión privado. ¡Voy a reunir todas las pruebas necesarias para demostrarle que se ha equivocado! ¡Lo voy a dejar en ridículo, voy a acabar con él!
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